El olvidado Pajariel

David Volgy
29/09/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Labores extinción del incendio del monte Pajariel. | ICAL
Labores extinción del incendio del monte Pajariel. | ICAL
A los pocos, nos gusta escribir sobre lo escaso que en apariencia se acerca a ser razón de experiencia. Quien escribe estos caracteres, es asiduo paseante del pequeño monte Pajariel. Asiduo en tanto que día tras día sube hasta alcanzar su modesta cima, al encuentro de corzos, ardillas, perdices, tímidos pájaros y legión de insectos y reptiles —hoy algunos menos, y que dentro de unos meses bajo el yugo del cazador, víctimas sin nombre serán—.
Somos minoría los que cada día nos saludamos sobre esa tierra sin necesidad de conocer el nombre del otro. Mujeres y hombres, adultos e infantes que hacen de ese espacio su parque municipal. Ciclistas que encuentran en las sendas perdidas la emoción y el derecho de una acción fugaz.

Pocos también son los árboles, tan siquiera decanos, que este pobre monte alberga, y menos aún los castaños que este año no se han secado.
La flora y la fauna que viven sometidas al tormento del animal humano, ven como cada instante corre en su contra. De eso sabemos bastante en tanto que incendios, canteras, minas, chimeneas contaminantes, cazadores y un clima adverso van modelando poco a poco el futuro desierto berciano.

Como buena tribu que encuentra en la tradición parte de su cultura e identidad, una vez más ha ardido el olvidado monte Pajariel —junto a tantos otros incendios que han barrido este año especialmente, las conocidas y reconocidas delimitaciones geográficas, del Bierzo, y la Cabrera—.

Olvidado por muchos, y condenado por sus representantes. Palabra sinónima de mediocres, de los peores.
Esos que se valen del ejercicio de un poder vacuo temporal, no ya en un sentido estatutario, sino en el uso de lo ininteligible, y de lo absurdo.
Quien escribe, hace meses que denunció el polvorín que es dicho monte, ante el excelentísimo ayuntamiento del principado berciano, llámese Ponferrada.
La tuerca de ese engranaje que me respondió, se limitó a sostener que ellos habían hecho lo propio ante el reino de Castilla.

La experiencia sensible que me otorga el deber de escribir estas palabras, quiso que yo mismo me encontrase con la columna de fuego y humo en mi camino habitual, mientras que bandadas de aves huían, asesorándome que hiciese lo mismo, no sin antes avisar a emergencias.

Fue en mi descenso hacía la metrópolis que un representante del reino castellano, me solicitó una pausa para compilar mis datos de observador, pero más datos recabe yo, al ver su mano temblorosa.
Policías que estupefactos cuentan como llevan dos años intentando que el trono ajusticie al peligroso monte. Uniformados que rememoran como hace años una poda masiva quedó sin recoger para sembrar así el campo de minas que es hoy.

Amigo Pajariel, en tus suelos yacen millones de ramas secas, cortadas, podadas, centenares de troncos talados por acción natural, pública o privada como cadáveres en un infierno bélico. Amigo Pajariel que peligroso eres con toda esa dinamita adosada a tu pecho.

Pajariel, nuestro parque municipal que en unos meses perderá aún más población gracias a los disparos de aquellos que perpetúan en el ejercicio del poder a los peores.
Cazadores hambrientos, que dependen de estos corzos y perdices para vivir, para sobrevivir al duro invierno, ¡pobres cazadores! —nótese la ironía, no me vaya a suceder lo que Albert Pla—.

Pobres e ilustres representantes políticos, de ayer y de hoy, vayan escribiendo el guión y preparando el disfraz para el próximo incendio.
Para el día en que una bala atraviese el pecho de un civil en nuestro parque. Vayan a la peluquería, y pongan a punto cada ápice del rizo electoral pues de él depende su sonrisa.
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