david-rubio-webb.jpg

El ocaso de los sermones

26/11/2017
 Actualizado a 14/09/2019
Guardar
No abundan hoy los oradores elocuentes en lo político –y se comprende–, ni en lo forense, ni en lo literario». Lo escribía hace casi medio siglo Antonio Pereira en las páginas del periódico entonces llamado La Vanguardia Española, en un artículo titulado ‘El ocaso de los sermones’. No se prodigó demasiado en el mundo del periodismo el gran escritor de Villafranca del Bierzo, pero algunas de sus columnas resultan ciertamente premonitorias, como demuestra la que tituló ‘Barcelona: un domingo con banderas’. Obsesionado con los títulos, por donde solía germinar después el cuento, llegó a publicarlos sin ni siquiera un relato, acompañados únicamente de un argumento resumido a grandes trazos y un final demoledor: «El que tenga ganas, que lo escriba». En ‘El ocaso de los sermones’ volvió a mostrar su talento para anticiparse a lo que vendría, ya que, al tiempo que recordaba su pasado de monaguillo y la solemnidad de los curas de su infancia desde los púlpitos, constataba la cuesta abajo que había tomado el género, hasta el punto de que la palabra sermón se había convertido, entonces, en «amonestación, reprimenda, regaño», según él mismo escribía, y hoy directamente en sinónimo de tostón.Como decía el maestro, no abundan hoy los oradores elocuentes en lo político, ni en lo forense, ni en lo literario, y yo añadiría que tampoco en lo periodístico, pero no es precisamente por falta de practicantes, porque estamos rodeados por sermones a los que cada vez prestamos menos atención. Todo el mundo cree que tiene algo interesante que sermonear. «Que no pase un día sin que des tu opinión de mierda», cantan Los Punsetes. Pereira tituló su sección ‘Oficio de mirar’, en referencia a esta profesión del periodismo en la que deberían exigir al que la ejerce el carné de transportista de mercancías peligrosas... o quizá mejor de manipulador de explosivos. En cualquier caso hay que ser muy profesional para manejar la información de forma responsable y sin perder nunca la sensibilidad durante 1.448 días con el de hoy, cumpliendo el compromiso de llegar cada mañana a los kioscos, ofreciendo noticias en tiempo real a través de la red. No se nos permite la pausa. Los que hacen este periódico que pasado mañana cumplirá sus primeros cuatro años han demostrado ser extraordinarios profesionales, y los colaboradores que no son profesionales de esto (casi medio centenar, ¡qué lujo!) han demostrado una pasión desmedida y desinteresada a la hora de cumplir con su aportación. Todos ellos respetan profundamente la información, sin dar sermones, y eso es precisamente lo que les diferencia de la soberbia de los más grandes, del cutrerío de los más rápidos, de la crueldad de los más polémicos y del resto de los piratas del sector. Dan mucho más de lo que se les pide, mucho más de lo que se les podría exigir, y han demostrado que es posible multiplicarse para estar en dos sitios a la vez y para hacer posible lo imposible. Gracias a ese trabajo hemos llegado aquí... y aún no hemos llegado a ninguna parte, porque nos queda mucho camino. La mayoría son jóvenes, perfectos hijos de la crisis de esta profesión: sin hijos que cuidar, con padres a los que recurrir, con pueblo y con huerto, sin miedo y sin pesebres... capacitados para cambiar las reglas del juego si no las respetan tanto como ellos. A mí, entre todos, me han convertido en omnipresente y en un perfecto sabelotodo, han minimizado mis múltiples errores, respondiendo a aquella definición de que «un periódico es un lugar lleno de gente que no sabe de nada pero tiene que escribir de todo y que está dirigido por un tipo que sabe de todo pero que no escribe de nada».
Lo más leído