El obrero que avivó el sueño de las musas

El Fandi, Cayetano y Pablo Aguado salieron por la puerta grande en la corrida de este domingo después de cortar ocho orejas

Fulgencio Fernández
23/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Pablo Aguado en su debut en León. | MAURICIO PEÑA
Pablo Aguado en su debut en León. | MAURICIO PEÑA
El tendido de los gratuitos, los que esperan en el exterior de la plaza para ver llegar a los toreros y el ambientillo, estaban tranquilos, no hay caballos que admirar. Algunos señalan que conocen a alguien: «Mira Paulino El Chivero, dicen los de Sahagún», llega Felipe Zapico con una rosa y no le dejan entrar, al alcaldable José Antonio Díez se le nota que no debe tener en los taurinos su caladero mayor, nadie le reconoce y para que entre una pareja amiga tiene que recurrir al partido rival: «Cabañeros, es que...» y éste se presta solícito: «Venir conmigo» y, como Pedro por su casa, al comandante Villa nadie le tose, casi se le cuadran; Gustavo Postigo intercede por Zapico ante la nueva empresa: «Es muy amigo de tu padre... y el mío». Todo arreglado.

Dejo el tendido del gratis que llegan los toreros. Primero lo hace ‘la figura del momento’, Pablo Aguado, sin ningún revuelo, sólo se escucha un «gracias por venir» recordando que vuelve tras grave lesión y en medio de casi silencio estallán los gritos, llego Cayetano, no falta un «¡guapo!», se abre paso hasta que una joven prácticamente le placa y ya tiene que detenerse, sonreír, posar.

El tercero es Fandi, «el obrero» dicen en el tendido. Y el obrero se lo curra. Baja y se detiene, habla, firma, se fotografía, atiende... tarda un rato en llegar. Tal vez el obrero sepa que todo suma.

Ya estamos dentro. Las seis y diez. El himno nacional vuelve a sonar, una versión más larga que el día anterior, la doctrina Valladolid —donde se empezó con esta reciente moda—parece haberse quedado a vivir en León.

Al grano. A la arena. El Fandi, ese obrero que también reivindica su arte, ese atleta de piernas torcidas como los genios del fútbol que empiezan en la calle, quiere reventar el templo de las musas y quedarse con el botín. Recibe a su primero a portagayola, se adorna con medias verónicas, chicuelinas... lo hace todo él, da descanso a la cuadrilla y no deja que baje la tensión ni un segundo. En las banderillas se luce, apabulla, cierra tocando el violín y brinda al público, la montera cae bien, boca abajo. Se arrodilla nuevamente y al lío, a la muleta, a rematar la tensión creada.

Camina entre la variedad y el efectismo, monta un diálogo y le habla al toro, después al público, que responde entregado. Le da algún respiro al toro y vuelve...

A matar. Un silencio que se podía escuchar prender una cerilla de lado a lado de la plaza. Hasta la cruceta. La plaza en pie.

Pero el toro recuerda que es «el enemigo» y tarda en acostarse definitivamente. Fandi le agradece el juego que le dio con una plamada y el toro se levanta para protagonizar cuatro minutos de angustia. Tiene calambres, parece caer pero se recupera, la espera se hace eterna. Dos avisos... Y muere. El Fandi repite la palmada agradecida. Dos orejas.

El obrero ha movido el avispero.

Toca a Cayetano. El enigma de ojos verdes. El torero de apellido y cuna. Pero no parece estar entusiasmado con su toro, de hecho el primer tercio lo deja en manos «del servicio», se les habían olvidado las banderillas y hay que ir a por ellas, no parece feliz Cayetano y tan solo le arranca unas series de esas suyas que tanto dan que hablar. Estocada fulminante. Este toro no recuerda que es el enemigo. Pañuelos. Y la presidencia accede a una oreja. Cuentan que en Valladolid, tierra de innovaciones a lo que se ve, hicieron salir a saludar al inicio a Pablo Aguado para reconocerle lo que había hecho en Sevilla. Tal vez el presidente le reconoció «el paseíllo» por el tendido de lo gratis, donde es evidente que sí triunfó.

Y ya era el turno esperado: Pablo Aguado, el que regresaba y puso las miradas del mundo taurino sobre León, los portales taurinos lo transmitían minuto a minuto. Mi vecino es partidario: «¿No ves que anda como los antiguos?».

No lo sé. Sí sé que este chaval tenía fotos en papel y blanco y negro de Morante de la Puebla, que algo quiere decir de su forma de ver el toreo, y que en su gran día salió a hombros de Sevilla mientras Morante le acompañaba a pie. Se que llegó tarde, que andaba entretenido en estudiar Administración y Dirección de Empresas, que como no le salían contratos reconocía que «he tenido muchas más tardes grandes en la cabeza que en las plazas» y se dedicó a soñar faenas redondas. Y, de repente, dos de las faenas soñadas las hizo en Sevilla y Madrid, casi nada. Y confesó que non se había enterado de lo que había hecho hasta que leyó las crónicas, pues en la plaza «toreaba para mí, seguía los pasos que había soñado».

Por eso este domingo se hacía el silencio cada vez que daba un paso o un pase. Para ver si se le volvían a aparecer los sueños. No se le puede negar que lo intentó, que inició la faena con todas las ganas y el arte que se esperaba, pero su primer toro no parecía muy por la labor, sobre todo con la muleta. El público llevaba el «olé» preparado y lo soltó de vez en cuando. Y se volcó cuando mató bien. Y sacó los pañuelos y el presidente, un señor alto y serio, pensaría con buen criterio que bien se había ganado la magnificencia por el privilegio de venir. Una oreja que abría la puerta de la esperanza a la batalla entre los obreros y las musas.

Fandi no bajó la guardia en su segundo. Repitió paso por paso. Brindó a su Peña de Gijón, calentó a la grada, pero el toro no era como aquel primero que le recordó que era su enemigo, para lo bueno y para lo malo. Una oreja. Van tres. La puerta grande espera.

Y Cayetano pareció entender que le habían movido el avispero de las musas. Fue otro. Dio descanso ‘al servicio’, pidió el cambio al segundo par de banderillas. Algo había visto ny se vino arriba. En torero a veces, con gestos para la grada como abrir la taleguilla y mostrarle el pecho al toro... Y una estocada hasta la cruceta que sacó los pañuelos. Si no le da las dos orejas se prepara. Y otro con tres trofeos. Otra puerta grande.

También Aguado repitió la historia en el sexto. Dejó más apuntes que suerte. La sensación es que "tiene que volver hasta que toree como lo soñó". 
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