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El nuevo sentido de la tradición

27/12/2018
 Actualizado a 11/09/2019
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León es una tierra rica en tradiciones propias. Su configuración geográfica lo facilitó. Se ubica en el mayor manadero de aguas dulces de la Península, con casi 3.000 km de ríos, y surcada por un arco de 300 km de montañas; un territorio completamente fragmentado que en invierno, con las nevadas y el crecimiento de los ríos, se convertía en un mosaico de áreas comarcales autónomas en lo económico, en lo político y en lo comunitario.

Ese carácter adaptativo quizás pueda explicar también la organización de las comunidades leonesas. León es la Tierra de los Concejos y los concejos son el alma de Cisasturia. Da lo mismo un concejo de Valdeorras, que uno de Riaño. Da igual un concejo del Cea, que otro de Tras os Montes. Es la misma alma la de un concejo de Aliste que la de otro del Bierzo. Un concejo cisastur es siempre similar: una reunión de vecinos para gobernar el pueblo bajo la sombra de la única iglesia, levantada en hacendera, a cuyos pies estaba el cementerio de la aldea. Un concejo cisastur es una comunidad que comparte numerosas propiedades comunes como tierras, molinos, casas para el maestro, rectorales, canales, monte, etc. La Tierra de Concejos, Cisasturia, es lo más hondo de nuestro ser. Somos tributarios del concejo cisastur.

Y en ese marco de convivencia, que lo mismo sirvió para poblar las zonas llanas entre el Cea y el Esla, los montes lacianiegos, las escarpaduras de los Argüellos o las colinas de la Requejada, florecieron las tradiciones singulares. Todas ellas estuvieron ligadas a la producción y a la convivencia: el ramo, los pendones, las romerías, las Cantaderas, las Cabezadas, las carnes curadas y ahumadas, los alimentos de larga conservación, las despensas cargadas de alimentos, los corredores, los trajes y la música típicos, la lengua vernácula, etc.

En la Tierra de Concejos, Cisasturia, lo que comúnmente llamamos León, tenemos cientos de tradiciones, incluidos los propios concejos y sus comunales. Sin embargo, cuando la vida de aldea se extingue como la conocimos durante siglos, llega el momento de readaptar la tradición, de dar un nuevo sentido a algo que, por los cambios de la vida, perdió su funcionalidad. Es ahí donde se incardinan la recuperación de ramo, del pendón y ahora de la Vieja del Monte, por ejemplo.

Me llama la atención las resistencias entre personas que conocieron estas tradiciones en su modo originario, ya que solo queda la desaparición si no se readaptan. Nada útil lo justifica. Como leoneses tenemos el derecho de reinventar esas raíces y de recuperar el orgullo colectivo –del que tan cortos andamos– gracias a esta herencia de valor incalculable.
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