24/04/2020
 Actualizado a 24/04/2020
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Cuesta encontrar noticia amable cuando mires donde mires, el horizonte son tabiques y balcones y ésa es la noticia. Que aquí seguimos, embalsados en un tiempo de nadie con la vida puesta en pause. Ya no somos los mismos porque ante la única ventana que da al mundo, la muerte avanza escalando picos virtuales que van haciendo mella. Ya tenemos duelos, la tristeza se mezcla con la rabia y las dos juntas, pesan mucho. Y huimos hacia dentro, en un segundo y tercer confinamiento, sin vistas al futuro. Lo que empezó siendo dos metros de prudencia, ahora es un abismo de incertidumbre y como J.R. Jiménez, no sabemos cómo saltar desde la orilla de hoy a la orilla de un mañana para el que anuncian niebla y lluvias por el norte, siempre el Norte...

Deberíamos comprar relojes nuevos, o mejor aún, usar los más viejos y cansados que tengamos, para que avancen más despacio, se paren de vez en cuando e incluso retrocedan y nos ayuden a desandar el camino, hasta la orilla del ayer. Hasta antes de hacinarnos en el asfalto como rebaños que un maldito virus puede tragarse de un bocado. Que nos lleven de regreso a lo sencillo, a las tiendas de barrio, a los pueblos vivos, a las casas con abuelos y olor a talco, cuando no existía eso de la ‘tercera edad’, los viejos eran viejos y se nos llenaba la boca con la palabra ‘abuelos’, tan queridos como respetados, y se rendía una oculta devoción a esos pozos de sabiduría que nunca dependieron de nadie para subsistir, que no entraron en pánico ni arrasaron comercios porque nunca entregaron su supervivencia a otros. La tenían en la tierra y en sus manos.

Parece imposible que esa generación del sacrificio, que levantó un país devastado y nos lo entregó nuevo, haya degenerado en una sociedad tan infantil, frívola y egocéntrica en la que han sido relegados, considerados personas de tercera clase y una carga para las arcas públicas. Una sociedad enferma y deshumanizada en la que la vejez se convirtió en negocio y las vidas más frágiles quedan en manos de la codicia. Ojalá la historia diga que en el año 2020, después de un dantesco holocausto de ancianos atrapados en morideros, los supervivientes se fueron con sus hijos y oían a sus nietos decir ‘abuelo’. Quizá debamos reflexionar, admitir que hemos perdido el norte y estamos equivocados. Recordar que ellos son la fuente de la que debemos beber y el tronco al que amarrarnos, porque un día tomaremos el relevo y no estaremos preparados si no es imitando su legado. Que deje de llover al norte, que el Norte son ellos.
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