28/04/2019
 Actualizado a 17/09/2019
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En su curso y al cabo de la Guerra Civil los vencedores actuaron de modo absoluto en el control de las ideas y de las imágenes. No sólo liquidaron el modelo republicano de educación, sino que desarrollaron una intensa depuración, represión y exterminio contra los docentes. Al efecto son bien claras y conocidas las palabras de un insigne franquista, José María Pemán, mediante una circular en diciembre de 1936: «El carácter de la depuración que hoy se persigue no es sólo punitivo, sino también preventivo. Es preciso garantizar a los españoles, con las armas en la mano y sin regateo de sacrificio y sangre, salvar la causa de la civilización, y que no se volverá a tolerar, ni menos a proteger y subvencionar, a los envenenadores del alma popular».

Así, de modo radical, el franquismo acabó brutalmente con la renovación educativa de la Segunda República, considerada por los golpistas del 18 de julio de 1936 como antipatriótica. El nuevo régimen pasó a formar a fieles patriotas, obedientes ciegos del dictador y fervorosos creyentes de un catolicismo defectuosamente cristiano. Porque, tras la ‘Cruzada’, la Iglesia católica se convirtió en el mejor compañero de viaje de la dictadura, recuperando el protagonismo perdido con la Segunda República. El resultado fue una escuela con púlpitos junto a estrados, reclinatorios junto a pupitres y catecismos al lado libros de formación del espíritu nacional.

El franquismo vino a instituirse como régimen político montado sobre un Estado nacionalcatólico, horadando de manera tan profunda en el imaginario popular, que en la actualidad no es descabellado hablar de un Caudillo mortalmente vivo u oxímoron de un franquismo sin Franco. Porque la pervivencia de características y rasgos de la dictadura es hoy todavía evidente enla sociedad española, expresos de modo sutil o concluyente («con Franco vivíamos mejor») o en las proclamas electoralistas de ciertos políticos de la derecha más extrema, sin que sean detectados en amplias capas de la población. Se trata de rasgos anacrónicos que no se corresponden con el estado de desarrollo económico, social y político de una democracia moderna, y se explican por la represión y la manipulación prolongadas durante años.

Es cierto que hubo una oposición al franquismo al final de la dictadura representada por algunas manifestaciones sindicales, estudiantiles, feministas, etc. Y que a partir de la década de 1980 se inició la revisión de un nuevo contexto cultural, historiográfico y político, con instituciones creadas por formaciones políticas y organizaciones sindicales de democracia, entre otras: la Fundación Pablo Iglesias, la Fundación, 1º de Mayo y la Fundación Largo Caballero. Sin embargo, no existe hoy ninguna gran institución dedicada a la resistencia antifranquista. Por contra, campea su exaltación en el nombre de calles, el Valle de los Caídos, el Arco de la Moncloa o la Fundación Francisco Franco.

El cambio de régimen a partir de 1975 provocó que los elementos más nostálgicos quedaran restringidos a la extrema derecha de Blas Piñar –que solo llegó a tener en 1979 representación parlamentaria de un escaño en el Congreso de Diputados–, y la derecha de Manuel Fraga, ministro de Franco, tardaría mucho en alcanzar el poder en España. Los elementos afines al franquismo han rebotado hoy con fuerza continuando presentes en un sentido similar al que Guiuseppe Tomasi di Lampedusa aplicó a la unificación italiana en su obra ‘El gatopardo’: «Las clases dominantes necesitan cambiar algo para que todo siga igual».
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