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El musgo y la niebla (cuento de Navidad)

22/12/2014
 Actualizado a 17/09/2019
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El nítido recuerdo que el cronista guarda de estas fechas navideñas (’tan entrañables’) se sitúa en Vidanes, una aldea con pretensiones, en el ribera del curso medio del Astura, apeándose del coche de línea León-Portilla de la Reina, con una maleta de madera. Edad 10,11,12,13,14,15 años. Fecha, los años cincuenta. Lo que más le impresionaba era la niebla; una niebla fría y crujiente que se pegaba a los árboles y a las cosas como un cuerpo invisible y grumoso, y que producía en la nariz una sensación de ahogo y de inclemencia. Los edificios eran líquidos y hasta el humo de las chimeneas parecía quieto y absorto en un momento de desolación que hacía dudar si era real o ficticio aquel paisaje rural.

La llagada a la casa familiar (nadie había salido a esperarle) calle abajo, era fatigosa por los súbitos encontronazos con la gente. ¿Qué tal las notas? ¿Y el comportamiento? Hablaban del Seminario, naturalmente. Porque eran los tiempos del ‘nacional seminarismo’ al decir del solitario de Quintanilla de Rueda, José Fernández Arenas. Y la niebla se arrastraba ahora calle abajo hasta la orilla del río, que era un susurro abrupto y presentido entre los chopos. Los hermanos, alrededor del fuego. ¿Dónde están padre y madre? Trabajando, pero llegarán pronto. Y la hermana mayor abría la portezuela de la cocina económica para meter un ‘tuco’ de roble, o una cepa de urz. La chapa enrojecía. Tened cuidado, no acercaros mucho y no toquéis el ‘badil’.

La llegada de los padres, ateridos, los abrazos, tú, hijo, estudia mucho, que «aquí ya sabes lo que hay”» ¿Cuántos días traes? Hasta después de Reyes. Bueno, pues, merienda un poco y a atropar musgo, que el Sr. Cura te vea que te comportas. Y, de paso, le saludas, que gracias a él estás donde estás.

La pandilla de muchachos y muchachas, niños aún la mayoría, con sus cestos al hombre, recorriendo las vaguadas hasta el monte recopilando el manto verde del invierno para alfombrar el Nacimiento de la iglesia, un ‘estaribel’ de tablas, una especie de tablado, que ‘entamaban’ los mozos, provistos de martillos y de puntas, y en el que poco a poco el musgo acarreado iba convirtiendo en los verdes prados de Belén por entre los que surcaba un río y se levantaba en castillo de Herodes en una colina. El portal estaba cerca del espectador y por el camino iban llegando los Reyes Magos en sus camellos.

Cuando, mas tarde, llegué a comprender en toda su hondura la filosofía de mis padres: «Aquí ya sabes lo que hay» son el musgo y la niebla los que aparecen al correr aquel telón.
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