El museo ante las pandemias

Manuel Olveira, director del Musac, analiza papel de los museos en el escenario de la crisis actual

L.N.C.
29/05/2020
 Actualizado a 29/05/2020
Vista de la fachada principal del Musac. | YOLANDA GUERRERO
Vista de la fachada principal del Musac. | YOLANDA GUERRERO
Hoy podemos reabrir el MUSAC y otros equipamientos culturales en nuestra comunidad y, con ellos, reactivar parte de los derechos culturales de la ciudadanía. Obviamente, en estas semanas de cierre y confinamiento no han estado restringidos porque se han mantenido a través de las actividades en línea, de los recursos digitales disponibles en internet o de los libros, música y películas que tenemos en casa y que han demostrado ser importantísimos porque han contribuido a hacer más llevadera la vida; pero con los museos y las instituciones culturales abiertas, al menos parcialmente habida cuenta de las limitaciones, podemos ejercer aún más ese derecho al acceso cultural que garantizamos las instituciones públicas que promovemos el arte, la educación y la cultura en sus diversas formas.

Poder hacerlo es síntoma de la evolución positiva de la crisis sanitaria derivada del COVID-19 que ha centrado los esfuerzos de las diferentes administraciones públicas, acompañadas en todo momento por la actitud responsable de la mayoría de la población que ha demostrado estar a la altura de las especiales circunstancias que han motivado el confinamiento y el decreto del estado de alarma. Poder reabrir también debiera ir acompañado de esa actitud responsable porque las normas, protocolos e instrucciones excepcionales puestos en marcha por los museos sólo serán efectivos si son llevados a cabo con diligencia por toda la sociedad. El paulatino alivio de las limitaciones que hemos sufrido todos no debe conllevar una relajación de la responsabilidad ni de la alerta social que ahora, suavizada la crisis sanitaria más apremiante, se dirige hacia la ya inminente crisis económica y social.

Hasta ahora ha sido y sigue siendo prioritario luchar contra el COVID-19 y solucionar problemas y carencias sanitarias. Dicho esto, y recalcando que es prioritario un sistema público de salud adecuado a la magnitud de la pandemia del coronavirus, debemos empezar a ser conscientes, a protegernos y a luchar contra otras pandemias (directa o indirectamente causa y efecto de la crisis del virus o, en todo caso, colaboradoras necesarias de ella) también muy contagiosas (podemos verlo a nivel internacional en las nefastas figuras de Trump, Bolsonaro y Putin o en los totalitarismos democráticos de Orbán o Erdogán, pero también a nivel nacional en la insolidaria actitud de algunos partidos que alientan protestas contra el gobierno) como son el individualismo, el oportunismo, la competitividad, el emprendimiento egoísta, la hiperproductividad y el consumo, el extractivismo económico, la privatización o la insolidaridad.

El exceso de individualismo está basado en el concepto moderno, que ha demostrado su vertiente más equivocada, de la autonomía o independencia personal que obvia la evidente codependencia mutua necesaria para sobrellevar una crisis como la actual. El oportunismo antepone, por ejemplo, la rentabilidad o el beneficio económico instantáneo a la salud a la largo plazo. La competitividad y el emprendimiento egoístas, por su parte, se sustentan en una errónea idea de progreso que hemos tenido ocasión de ver a dónde nos ha conducido y qué consecuencias ha arrojado sobre la humanidad. La hiperproductividad para satisfacer el consumo desmesurado se sostiene en la miseria, la explotación y la falta de derechos laborales, incluido el derecho a un salario digno. El extractivismo económico y cultural, heredero del colonialismo, se expresa ahora de forma neocolonial: no se invaden los territorios pero se les domina y explota de igual manera.

La privatización es otro de los males de nuestro tiempo por cuanto desmonta el estado de bienestar, que garantizaba el equilibro social, la igualdad de derechos y oportunidades y el mantenimiento de servicios públicos tales como la sanidad, la educación y la cultura para toda la ciudadanía sin exclusión por procedencia, clase social, género, etnia, religión o cualquier otra causa. La privatización de servicios básicos supone la privatización de la gestión de la vida y la muerte -sea esta biológica, social o civil- y la promoción de la insolidaridad egoísta ejercida desde grupos sociales privilegiados, que persiguen el mantenimiento egoísta de sus privilegios de clase, o desde comunidades tales como Cataluña y Madrid, tan aparentemente diferentes, que buscan, cada una a su manera, el mantenimiento de un nacionalismo excluyente.

Todas estas otras pandemias, de las que deberíamos protegernos porque nos afectan y nos afectarán a la mayoría del cuerpo social, tienen algo en común: el poder y el capital al que sirven. A nadie se le escapa que ni sirven ni benefician a la mayoría de la población, ni, menos aún, a aquella parte de la sociedad desfavorecida (una parte en la que nos veremos incluidos muchos ciudadanos muy pronto habida cuenta de la crisis económica y sistémica que tenemos ya encima), sino más bien a poderes e intereses muy claros que operan en la sombra, desde grupos de medianas y pequeñas empresas asentados sobre prácticas corruptas hasta las grandes corporaciones globales que se enriquecen, mientras evaden impuestos, a costa de todos nosotros y de los recursos que nos pertenecen colectivamente.

También, las pandemias citadas tienen en común que fomentan la pérdida de todo tipo de derechos de la ciudadanía, desde los laborales o los educativos hasta los culturales. La promoción del individualismo y la privatización producen eugenesia social y darvinismo clasista en aras de un progreso económico que beneficia solo a unos pocos, los de siempre. Ello deviene en una pérdida de derechos laborales, sociales y ciudadanos que debería ser inaceptable y que está pasando en buena medida desapercibida o camuflada entre la desorientación y el miedo que acompañan a la crisis sanitaria.

Por ello, es necesario activar mecanismos para poner en evidencia, corregir y hasta revertir el contagio mediático, cultural, político y social de esas pandemias llamadas individualismo, oportunismo, competitividad, emprendimiento egoísta, hiperpoductividad, consumo, extractivismo, privatización o insolidaridad, por ejemplo, que están infectando al cuerpo social de forma hasta cierto punto inadvertida. A veces, atendiendo a algo tan urgente como la crisis sanitaria, orillamos lo importante. A corto o medio plazo habrá una vacuna contra el coronavirus, pero a medio y largo plazo las vacunas contra la privatización, la exclusión y el extractivismo insolidario serán muy difíciles si no empezamos ahora con los antídotos adecuados.

La resiliencia que podamos activar para protegernos individualmente y proteger el cuerpo social depende en buena medida del escudo protector que podamos generar contra esas otras contagiosas e insidiosas pandemias. La crisis del modelo, paradigma o ideal público y social tendrá consecuencias desastrosas. No hay más que observar la histórica relación entre los momentos de deterioro de la economía y el auge de la extrema derecha. Por ejemplo, la correlación entre la gripe de 1918, la crisis de los años 20 y el auge de las corrientes que desembocaron en el nazismo.

Una buena parte de los antídotos contra el veneno de esas otras pandemias contagiosas ha de venir de la cultura, del arte, del cine, de los libros, de las escuelas, de las bibliotecas, de las librerías o de los museos que cumplen con su misión pública de acceso general a la educación o la cultura y con su función de garantizar los derechos culturales de toda la ciudadanía. Educar, cuidar y proteger es una parte clave del papel de los museos ahora. Ojalá que la reapertura parcial de la infraestructura cultural que se está realizando hoy, y que se completará próximamente, sea motivo para comenzar a administrarnos dosis de empatía, apoyo, colaboración, sororidad, ayuda, diálogo y respeto mutuos para vacunarnos contra todo tipo de pandemias contagiosas.


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