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El mundo es nuestro

14/01/2018
 Actualizado a 14/09/2019
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En la desternillante película ‘El mundo es nuestro’, El Culebra y El Cabeza (personaje con el que me siento identificado por motivos obvios) atracan un banco en el barrio de Triana de Sevilla en plena Semana Santa. La inspectora Jiménez, encargada del caso, ordena acordonar la zona, que es algo que queda muy bien en las películas (como repartir a tus mejores hombres armados hasta los dientes por las azoteas), pero se encuentra con la circunstancia de que, por la puerta de la sucursal en la que atracadores y rehenes se odian y se aman según los ratos, tiene que pasar una procesión.Como sus órdenes, la respuesta que ella propone a la situación es contundente: «Pues que pase por otro sitio la procesión, que den la vuelta a la manzana por la otra calle». Todos la miran como si hubiese blasfemado, hasta que uno se atreve a preguntarle: «¿Usted de dónde es?». Y ella, siempre echada para adelante aunque no entienda la pregunta, responde: «De Burgos».A su alrededor se ven entonces caras de ‘ahora lo entiendo todo’ y, al final, no sin muchas dificultades, la inspectora Jiménez acaba entendiendo que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a cambiar el recorrido de la procesión en Sevilla. Como la gracia les valió a los autores, que incluso fueron premiados, cuando veo a dos sevillanos coordinando el operativo de tráfico contra la nevada me permito yo también poner cara de ‘ahora entiendo todo’. Un ingenioso tuitero se preguntaba esta semana por qué sí se pueden gestionar desde Sevilla las consecuencias de un temporal en Madrid y, en cambio, no se puede presidir Cataluña desde Bruselas. No se utiliza el mismo sistema métrico en todas las distancias. Cambia según el continente, según el país, según la comunidad autónoma y según el partido político. Entre todos ellos recuerdan a aquel cura del que el maestro Fulgencio Fernández contaba que había sido llamado a consultas por el señor obispo, por un asunto de faldas, y le respondió que había la misma distancia entre su pueblo y el obispado que entre el obispado y su pueblo, además de que el señor obispo tenía coche y chófer y el cura tan sólo una bicicleta para recorrer sus parroquias. Cabría decirle al director de la DGT, además, ya que presume de que en Sevilla funcionan las líneas telefónicas e internet, que en los pueblos de media España no podemos decir lo mismo, lo que nos impide desarrollar el teletrabajo que él practica y que aquí, además de llenar programas electorales, ayudaría muy notablemente a luchar contra la despoblación. De hecho hay pueblos que están deseando que les apliquen un 155 para así tener noticias del gobierno. Es un síntoma más del doble rasero que se ha convertido en una forma de vida en este país, desbancando incluso al mismísimo pelotazo, la paja en el ojo ajeno y la viga en el propio como filosofía vital desde las más altas esferas a los más bajos eriales. ¿Qué más da si el mundo es nuestro? Por ejemplo, a luchar contra la despoblación ayudaría también una ley electoral como la catalana, en la que los votos del medio rural, donde ganan los independentistas, terminan valiendo más que los votos de las grandes ciudades y la zona costera, que en las últimas elecciones se tiñeron de naranja. Se trata de una ley electoral que es inversa e injustamente proporcional a la española, esa que hace que un voto en Soria tenga la mitad de valor que un voto en Madrid, una ley electoral que, por el mismo motivo que beneficia a los grandes partidos en el resto de España, les perjudica en Cataluña. Y entonces, claro, ahora lo entiendo todo.
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