03/04/2016
 Actualizado a 17/09/2019
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Me invitaron hace poco a una comida los miembros de la Asociación de Periodistas Leoneses en Madrid, cuyo número y nivel profesional debería ser más aprovechado por las instituciones de la provincia a la hora de promocionar ésta. Para iniciar la conversación (la comida es una disculpa para reunirse ellos y para hablar con algún invitado de la patria chica común), me preguntaron cómo definiría yo al leonés. Para salir del paso y a falta de una idea propia, me remití al diccionario de la Real Academia Española y, en concreto, a los dos calificativos que nos atribuye a los leoneses: uno de ellos el de ‘cazurro’, que es el más popular y que el diccionario de la RAE define en su primera acepción como «malicioso, reservado y de pocas palabras» (las otras dos son peores: "Tosco, basto, zafio", la segunda, y "torpe y lento en comprender", la tercera) y el otro, que la Academia tacha de leonesismo, el de ‘morugo’, que define como "dicho de una persona: taciturna, huraña y esquiva".

Me sorprendió que muchos de los presentes, leoneses todos, ya digo, por más que algunos de ellos lleven viviendo fuera de la provincia toda su vida, desconocieran esta segunda palabra que uno ha oído desde que era pequeño. Morugo, amorugarse, son expresiones familiares para quienes nos criamos en los pueblos de León, al menos en los de la zona y en la época en la que yo lo hice. Puede que ahora ya no se diga tanto, pero el morugo, la moruguez, siguen vigentes entre nosotros, basta con que uno se dé una vuelta por la provincia para comprobarlo. Morugo es ese vecino al que parece que le cuesta hablar, y no digamos ya sonreír, o ese otro que parece que está continuamente enfadado.

El empobrecimiento económico de León y la despoblación de muchos de sus territorios ha acentuado aún más esos caracteres entre los leoneses que permanecen en ellos, a veces como verdaderos náufragos. Generalizar no es justo, pero cada vez se encuentra uno más morugos en nuestros pueblos y aldeas, incluso en la capital, que debería ser más abierta. Es ese tipo que voluntariamente te esquiva para no tener que saludarte y hablar cuando te encuentra al cabo de un tiempo o ese otro que te dice, a propósito de algún artículo tuyo crítico con la pasividad de los leoneses ante la decadencia de la provincia o con su maltrato al paisaje o al patrimonio, tan vapuleados últimamente por todo el mundo, comenzando por las instituciones: pues, si no te gusta, no vengas.
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