El monte, su último refugio

El fotógrafo Agustín López Bedoya es el autor de ‘Maderas de oriente’, un trabajo en el que recorre aquellos lugares en los que permanecieron escondidos los maquis de Asturias, Cantabria y León, un viaje a aquellas cuevas que fueron el último refugio de los olvidados guerrilleros

Fulgencio Fernández
14/03/2021
 Actualizado a 14/03/2021
"Caminar de noche, no delatarse haciendo fuego, andar en silencio por la tierra" eran algunos de los ‘mandamientos’ de los maquis. |  AGUSTÍN LÓPEZ BEDOYA
"Caminar de noche, no delatarse haciendo fuego, andar en silencio por la tierra" eran algunos de los ‘mandamientos’ de los maquis. | AGUSTÍN LÓPEZ BEDOYA
«Mi madre me llevó a nacer a su pueblo, Ligüerzana, localidad del municipio de Cervera de Pisuerga, en la corazón de la Montaña Palentina, provincia de Palencia. Viví mi infancia y juventud en la capital, largos veranos con mis abuelos en el pueblo- los que no tuvieron un pueblo en la infancia no saben lo que se han perdido- que me sirvieron para acompañarme en la vida y relacionarme con mi pasado». Así se presenta el gran fotógrafo Agustín López Bedoya que, entre otros trabajos, es autor de uno muy vinculado a León y realmente singular, que llamó ‘Maderas de Oriente’ y, en resumen, es un recorrido por los espacios —cuevas, refugios, túneles, casas— en los que se escondieron los guerrilleros, maquis, que hicieron de los montes de Asturias, León y Cantabria su último refugio. Con gran presencia de referencias a zonas leonesas de la Montaña y el Bierzo.

Explica López Bedoya que son «más que imágenes, paisajes que no se quedan en lo visual, tienen más que ver con la peculiaridad de haber sido lugares inocuos en los que sucedieron episodios que les proporcionan singularidad, puestos en valor como verdaderos testigos de un pasado en el que sucedieron episodios destacados o trágicos que los hacen únicos, que poseen una intensidad especial derivada del peso de la historia y la política. Es la historia silenciada de quienes lucharon estérilmente contra la dictadura franquista desde su condición de huidos, guerrilleros y maquis».

Por sus condiciones de vida los ‘huidos al monte’ desprendían un penetrante olor a sudor, a hoguera, a animal furtivo, que comprometía seriamente su seguridad  Para este tipo de imágenes recorre Agustín López a «fotografías hechas desde la emoción y el silencio, con una luz tenue, difusa —tan del Norte en días de cielo cubierto—, que quieren transmitir las sensaciones que provocan las huellas de unos acontecimientos que hablan ausencias y de vacíos, de amaneceres sin esperanza, de oscuridad nocturna, de un pasado aún visible que tiene que ver con la vida y la muerte de unos protagonistas que no aspiraban a ser mártires y que han pasado a pertenecer a la memoria colectiva de una guerrilla rural».

Y recuerda el fotógrafo que estas imágenes están vinculadas a la vida de unos resistentes que vivían «con falta de higiene; en cuevas húmedas y frías; en invernales, compartiendo el calor y el espacio con los animales; ocultándose en refugios improvisados, en zulos de casonas familiares o escondidos en pajares de casas de enlaces; caminando semiocultos en las sombras de la noche, entre las carrascas, por senderos estrechos por los que solo transitaban corderos y cabras; atravesando barrancos, crestas y collados; durmiendo agazapados entre matorrales, los ‘huidos al monte’ desprendían un penetrante olor a sudor, a hoguera, a animal furtivo, que comprometía seriamente su seguridad».

La sucesión de fotografías lleva unos pies que no solo las documentan sino que son pequeños relatos cortos que ofrecen generosa información, desde el primer mandamiento de los huidos —«caminar de noche, no delatarse haciendo fuego, andar en silencio por la tierra»— a historias de lugares y personajes, que delatan la preocupación de López Bedoya de ir mucho más allá de «disparar la máquina».

Nos recuerda Bedoya como «Gilberto Cuadrado, El Sastre, convirtió en túnel de la época del Imperio Romano para llevar agua a las Médulas en su refugio» y cómo después fue tiroteado en Portugal, en 1941, cuando huía de la muerte casi segura en León. Como tantas otras veces fue víctima de una delación; la misma causa por la que murieron tres huidos en la casa de Catalina Martínez, en Columbrianos, escondidos en un doble techo.

La condición de mineros de buena parte de los que se escondían en las Cuevas de Vozmediano tiene mucho que ver con ‘la robustez’ de un refugio «construido en un gran pedregal a partir de una gran losa de piedra y los conocimientos mineros de los huidos; entre los que estaban los hermanos Arias, Ramirón o Zara».

Ferradillo tiene gran presencia, no en vano fue un lugar importante, al que llamaban La Rusia chica, «por el apoyo de los vecinos a los resistentes antifranquistas». Allí, 24 guerrilleros, crearon la Federación de Guerrillas de León y Galicia.

Y no podía faltar un recordado personaje, El Inglés, y su famosa casa, donde Alexander Easton ‘El amigo’ instaló en su buhardilla una rudimentaria enfermería donde atendía a muchos huidos con la colaboración arriesgada de un médico y un practicante de Cacabelos.

En definitiva, mucho más que fotos.




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