15/01/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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El monopatín ha dejado de ser un juguete infantil para transformarse en un objeto casi arrojadizo que amenaza la paz y la tranquilidad de los ciudadanos.

El postureo y el posicionamiento subvencionado de algunas organizaciones ecologistas que han visto el negocio en este medio de transporte ha provocado un aumento de accidentes e inquietud entre los viandantes, sobre todo cuando existe un caos en la normativa y las obligaciones de los patinadores que parecen contar con bula.

Demasiadas normas para los conductores de coches y ausencia de educación general en los comportamientos de todos.

Sobre todo las personas de cierta edad se ven sorprendidas por el ataque indiscriminado de estos artefactos que no contaminan, es cierto, y que llevan a sus propietarios hacia los lugares diversos, al principio realizando ejercicios muy sanos para el cuerpo y después incrementando su velocidad e invadiendo incluso los sitios destinados a los vehículos de motor.

Incluso ha habido algún accidente grave y una muerte de una anciana.

La normativa no existe y apresuradamente los dirigentes dan muestra de su ineficacia acudiendo a la normativa de Reinos de Taifas, donde cada ayuntamiento o comunidad autónoma se despacha con reglas y formas de comportamiento que denotan el inmenso cacao administrativo que existe en la España de lo inclusivo, comprensivo y solidario.

Está bien satisfacer las inclinaciones y apetencias del ciudadano pero debe existir un mínimo orden y una normativa del uso del producto que se lanza al mercado, con el fin de que la convivencia no se transforme en una jungla.

La necesidad de una regulación de su uso es urgente para que todo fluya con respeto, educación y sentido de la responsabilidad, además de conseguir cotas de divertimento y eficacia.

Las ciudades deben ser lugares de encuentro, disfrute y solución de problemas de trabajo, progreso, futuro, pero no a base de usar la demagogia de ciertos grupos sociales y políticos que usan de la propaganda para engancharse al carro de la repetición de errores de sus antecesores.

Antes de tomar decisiones y de permitir que se comercialicen ciertos artefactos, se debe estudiar y aprobar la normativa adecuada y disponer de cierta imaginación, porque en otros temas menos importantes, sí que la despliegan aunque con resultados bastante nefastos. Después se debe explicar a los ciudadanos y ponerlo en marcha.

Pero aquí solemos comenzar la casa por el tejado y dejar el muñeco sin vestir, a la intemperie, a merced de los elementos y dormir una siesta continua hasta que nos estalla el conflicto en los morros para después acudir a la manida cantinela de que los españoles improvisamos, somos poco previsores, disfrutamos demasiadas horas de calor y vivimos como verdaderos seres de placer.

Así que drones, sí, claro, monopatín también, coches no contaminantes, lo mismo, pero un mínimo de decencia y decoro, respeto por los demás y más ejercicio de lo que todos queremos, es decir, tomar las cosas con calma, anticipación y después ejercer verdaderamente la democracia en las decisiones.

Mientras tanto y hasta que esos políticos de tres al cuarto que tenemos no tomen decisiones urgentes habrá que salir a la calle con defensas anti choques, protección del cuerpo con armaduras, un buen botiquín para los hematomas y una abundante dosis de paciencia ante los desmanes que se cometen en aceras, parques y vías públicas.

Las ciudades deben ser para los peatones, los carriles bici para estos artefactos y lo demás para los de cuatro, dos y tres ruedas que por cierto buena tajada impositiva obtienen de estos vehículos de los que le obtienen pingües beneficios y sin embargo son el pim pam pum de todo el postureo minoritario que tanto dolor de cabeza produce.No sólo hay que protestar, también se agradecen soluciones y colaboración sin subsidios.
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