El mito de la caverna

Hay momentos en los que surge la necesidad de agradecer. No a alguien, sino a algo... Una incursión en la espeleología y en la zona de Valdeteja, un nombre que no es extraño para los leoneses

Stefania Zanetti
12/07/2016
 Actualizado a 18/09/2019
La espeleología es uno de los deportes que se puede practicar en zonas como Valdeteja. | ICAL
La espeleología es uno de los deportes que se puede practicar en zonas como Valdeteja. | ICAL
Valdeteja no es un nombre extraño para los leoneses. Lo era para mí, antes de conocer Mercedes y José Luis, miembros del Grupo Espeleológico de Matallana (GEM), que despertaron mi curiosidad por las cuevas.

La espeleología nace con el hombre mismo. Las cavernas fueron el primer amparo cuando llovía, el primer lugar y, asimismo el primer símbolo de la filosofía. No fue casualidad que Platón filtrara la verdad de los hombres por las sombras reflejadas en el muro de una cueva.

En España, los romanos fueron hábiles espeleólogos y abrieron agujeros y gateras. Es justo por una gatera lateral a la entrada por donde Mercedes y José Luis bautizaron mi primer ingreso.

La magia que transmiten las estalactitas y las formaciones que se van creando en un tiempo infinito no se puede simplificar en palabras.

Hay que descubrirla a través de los agujeros y los vericuetos que se encuentran, como hicieron los maquis en la Guerra Civil, que por estos obstáculos y el recorrido intrincado hicieron de las cuevas su refugio ideal.

Será solo en los setenta cuando apasionados como los miembros del GEM empezaron a investigar, señalizar y redactar guías de espeleología para aficionados. Gracias a ellos, hoy puedo confirmar que León es un destino Erasmus único e inolvidable.

En el Anabel, el característico bar de Valdeteja, me dijeron que una verja de forja bloquea la entrada principal. La instaló la Junta Vecinal para reglamentar el creciente turismo activo que hay por toda la comarca del Curueño. El dueño fue muy educado y disponible al explicarme que un cancel fue la única solución para no que se cobrasen las visitas por parte de las sociedades lucrativas.

El turismo activo, un nombre que los ciudadanos deben dar a todo lo que les levante de la poltrona, imagino, para satisfacer la imprescindible demanda de sus propios cuerpos de mover su articulaciones.

El negocio que se desarrolló en torno a las actividades de ocio limitó inevitablemente la libertad de acceder a los ángulos más extraordinarios que la naturaleza nos donó. Y un año por la montaña leonesa me lo confirmó tristemente.

Es una triste realidad que los monitores y las agencias que los coordinan siguen impidiendo el paso a los que no pagan una tarifa. Sin embargo, las instituciones, al determinar unas condiciones entre las cuales se va a cerrar la entrada a la cueva, logran crear empleo en el sector y ofrecer trabajo para los muchos jóvenes que quieren un futuro en León.

¿Cómo culparlos? Son todos los que sacan un salario de la naturaleza los que deberían respetarla dos veces más que los otros y, por esto, considerarla la herencia más preciosa que dejarán a sus hijos. Yo espero poder volver con los míos y repetir la misma experiencia, para educarlos en el agradecimiento, no a alguien, sino a algo, lo que se refleja a través de las sombras de una cueva.
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