El misterioso caso de la carretera interminable a Burbia y Penoselo

Alejandro Rubial Abella
22/08/2021
 Actualizado a 22/08/2021
El aislamiento de los valles y montes que discurren a un lado y otro de la Sierra de Ancares es proverbial. Tanto es así, que cada vez que se aparece en una conversación se repite más o menos el mismo guion: se empieza primero con lo idílicos y pintorescos que son sus coloridos y cambiantes paisajes. Luego se sigue con los recuerdos de sus bonitas pallozas con ‘teitos’ de paja y de sus míticos castaños, para terminar con otra de sus tristemente señas de identidad; sus mal llamadas carreteras, unas infraestructuras tan precarias, que quien se atreva corre el peligro de marearse con tan solo nombrarlas.

En esta esquina del Bierzo está prácticamente todo por hacer. Cuando uno se da un paseo estos valles y montes, tiene la sensación de estar leyendo un cuaderno de viaje escrito a medias por Jovellanos y Julio Verne o de estar visionando un documental costumbrista de Buñuel. El embrujo de este escenario atrapa a propios y a extraños de tal forma que tanto los lugareños como los forasteros han normalizado tal atraso en su lenguaje y creen que esta hibernación es lógica cuando no es así, y que poco o nada se puede hacer ya para remover los obstáculos seculares que impiden que este Mundo perdido se incorpore por fin al progreso civilizador que sí trajo para el resto de España la democracia de la cohesión económica, social y territorial.

Sin embargo, esto no fue siempre así y antes del declive hubo tiempos mejores, como se deduce del Diccionario geográfico-estadístico-histórico de Madoz (1845-1850) en el que se recoge la intensa actividad de molinos de harina, la producción de cestos, cera, ruecas y hasta de pequeñas fábricas de hierro o la cría de ganado mular y caballar, fundamental ésta para el desarrollo de la que fue una de sus actividades más icónicas; la del trajín de sus arrieros con Galicia, siendo estos los protagonistas que determinaron el particular carácter de sus gentes y del territorio y modelaron sus enjambres de caminos a través de siglos de mercadeo por sus bosques encantados. A la desamortización no le sucedieron las inversiones necesarias para la modernización pero sí los nuevos impuestos, provocando un colapso económico que repercutió en oleadas masivas de emigración durante más de un siglo hacia América primero y Europa después.

La dejadez política es palpable en cada rincón de sus pueblos, donde el progreso ha llegado a cuentagotas y sin el rigor de una planificación. La actividad de fomento se ha limitado a pavimentar antiguos caminos para conformar una incoherente red de comunicaciones tercermundista contraria a los intereses estratégicos de sus localidades, desconectadas entre sí, dando lugar a un malla de peligrosos itinerarios hacia ninguna parte en los que a duras penas cabe un coche, con curvas imposibles en las que encomendarse al claxon y a la prudencia del conductor que te encuentres a la vuelta de cada esquina para no acabar muerto en lo más profundo de un barranco. Este es el caso, por poner solo un ejemplo, de la carretera a Burbia en su tramo entre San Martín y Penoselo. Conducir por esta sinuosa carretera de montaña al borde del abismo te transporta por un instante a la que bien podría ser la digna imagen de portada de una guía para mochileros de Lonely Planet sobre alguna recóndita pista de tierra cortada en una ladera de los Andes peruanos o de las cordilleras del Himalaya nepalí. Entre las gentes de estos pueblos limítrofes con Lugo, las curvas del improvisado y tímido sendero asfaltado con ínfulas de carretera han sido incluso bautizadas a modo de chascarrillo con los nombres de los vecinos que han sufrido algún percance en ellas, como hitos mentales que marcan la distancia recorrida. Pero los problemas no acaban ahí, y en el tramo que sigue, la llamada ‘carretera nueva’ desde Penoselo hasta Burbia, sus bordes ya se resquebrajan y la sombra de un accidente continúa sobre los valientes que se aventuren a recorrer el circuito de obstáculos completo.

Que este sea un punto ciego de la geografía española es el resultado de siglos de abandono continuado. La región, de orografía complicada, ha sido siempre una incomprendida para políticos y funcionarios que o bien no la han sabido o no la han querido entender. El desamparo ha sido tan sangrante que los valles de la Sierra de Ancares se miran entre sí de una manera similar a la que los ‘rayanos’ lo hacen en la frontera de España con Portugal, dando lugar a una sensación de lejana cercanía en la que la ausencia de vías de comunicación recuerdan mucho a los fondos de saco o fines de tramo que se suceden a lo largo de los cientos de kilómetros de la ‘Raya’ que condenan al territorio al estrangulamiento de su tejido económico y consiguiente declive demográfico. Una situación análoga a la que se han visto abocados lo que popularmente se conocen como los Ancares, que hace imposible no solo la conexión entre los valles bercianos y gallegos, sino entre los pueblos vecinos separados por un puñado de kilómetros y que no se conocen pese a compartir apellidos y vínculos familiares. Penoselo y Aira da Pedra se encuentran a media hora en carretera estando a tan solo poco más de un par de kilómetros en línea recta, por no hablar de la odisea que conlleva llegar a la aldea de cuento de Campo del Agua. La permanente omisión de acción política es tal que, para igualar a este territorio con el resto, se hace indispensable que desde todas las administraciones se sienten para hacer un Plan Estratégico que ponga a la zona en valor y en el mapa, identificando los proyectos de futuro para atraer inversión privada y pública que consoliden un nuevo tejido económico que permanezca en el tiempo.

El 14 de Agosto del 2021 pasará a la memoria de sus vecinos como el día en que se manifestaron frente al ayuntamiento de Vega de Espinareda para decir basta y reclamar su derecho a existir. Una carretera digna es lo mínimo para facilitar el porvenir de unas nuevas generaciones que quieren dejar de ser la España estrangulada. En manos de nuestros representantes políticos e instituciones está demostrar que su defensa del mundo rural no es otro farol, porque los Ancares por no tener, parece que no tienen ni quien los represente. Nuestros noticieros están llenos de políticos que piden privilegios para los territorios que más tienen a costa de los que siempre han patrocinado su progreso sin decir ni una palabra más alta, eso que ahora llaman la España vacía. No es solo una cuestión de dignidad democrática, también de voluntad y sobre todo de visión de futuro. Si en Burbia y Penoselo tenemos lo más difícil, que son personas que quieren volver a vivir, a emprender, a veranear y a hacer turismo, hay que ponérselo fácil.

La oportunidad del inesperado ‘boom’ que supone la llegada de nuevos repobladores a estos pueblos en la última década, así como de los hijos y nietos de emigrantes que ahora vuelven para levantar sus casas y negocios rurales, bien merecen el impulso y la atención de un lugar en el que los atractivos y reclamos son infinitos tanto para vivir como para hacer turismo. Son muchos y cada vez más los viajeros que llegan despistados al noroeste peninsular para disfrutar de sus montañas y pueblos y la Reserva de la Biosfera de los Ancares leoneses ofrece un abanico de posibilidades sin parangón para convertirse en un destino nacional preferente con impacto positivo para todo el Bierzo. ¿Cuántas veces hemos oído decir aquello de si esto llega a estar en Cataluña sería una atracción de primer orden? ¿Y lo de que no sabemos lo que tenemos? No hace falta ser muy imaginativos; el interés que la naturaleza, la cultura y la arquitectura de esta sierra despiertan, hablan por sí solos, pero resulta que no hay carretera.
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