30/05/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Suponiendo que la intención de Mendizábal con su ley de desamortización pretendiera repartir las riquezas de la Iglesia, parece claro que el principal resultado fue una ingente destrucción de obras de arte, dejando reducidos a ruinas centenares de monasterios. Baste recordar en el Bierzo, además de otros menos famosos, los de Carracedo, San Andrés de Vega de Espinareda, Cabeza de Alba y San Pedro de Montes. Si a esto añadimos los veinte mil templos y conventos destruidos en España a partir de 1931, veremos que los efectos han sido desoladores y que nada tienen que envidiar a los atentados de los talibanes contra el patrimonio de la humanidad.

Los accesos a Montes de Valdueza, a pesar de contar ya con carretera, siguen siendo difíciles, pero, cuando llega el visitante, se encuentra no solo con un maravilloso paisaje, sino con las impresionantes ruinas de su monasterio. Uno siente rabia sólo de pensar lo que supondría ver hoy ese centro de cultura y espiritualidad en activo. Años ha oí hablar a Don Antolín, el párroco de la Encina y encargado de Montes, de la reconstrucción o rehabilitación del edificio. Se diría que un sueño imposible, una utopía. Sin embargo, el día 24 de mayo, fiesta de San Genadio, abad y restaurador a finales del siglo IX de este singular cenobio, pudimos asistir a la inauguración de las obras de rehabilitación de una parte significativa del mismo. Todo un sueño hecho realidad, un verdadero milagro. Solo la tenacidad y el entusiasmo de Antolín, demostrada en otras muchas ocasiones, ha hecho posible la consecución de esa cantidad cercana a un millón de euros tan bien empleados. No se trata de quitar mérito a las diversas instituciones que han colaborado, pero es preciso reconocer que sin este ‘Genadio del siglo XXI’, así lo llama la Guardesa, sería inimaginable esta obra. Por supuesto que de poco servirían el dinero y las buenas intenciones sin un arquitecto y una empresa constructora que lo llevaran a la práctica. Merecen todas las más sinceras felicitaciones. Quienes recordamos aquellos paredones hasta hace poco infectados por la hiedra y aquellas estancias sin techo, llenas de maleza, donde crecían incluso nogales gigantescos, no hemos podido evitar la emoción, al ver caer la lluvia a través de los cristales, cobijados en sus aulas y preciosas estancias. Ahora solo deseamos, y así lo esperamos, sacarle mucho provecho a este singular rincón de aire puro, agua cristalina y remanso de paz. De nuevo, muchas gracias, Antolín.
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