Secundino Llorente

El mejor colegio del mundo

20/02/2020
 Actualizado a 20/02/2020
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La escuela de Saunalahti, en la ciudad finlandesa de Espoo, está considerada la joya del sistema educativo finlandés y es famosa por aparecer en cada informe Pisa en lo más alto del ranking. Su éxito está en basar su sistema pedagógico en estos tres pilares: 1. ‘Interacción y colaboración’. Todo el colegio está preparado para fomentar el trabajo en grupo. Es como una gran familia en la que todos están preocupados por todos. 2. ‘Aprendizaje fuera del aula’. El centro está diseñado para fomentar un sistema pedagógico donde el tiempo de recreo y clase es casi igual. «Todos los espacios interiores y exteriores pueden ser lugares de aprendizaje». 3. ‘Aprender haciendo’. El mejor sistema de aprendizaje se logra a partir de la experiencia, del ensayo y error, del análisis y la ejecución. Y lo más importante, los alumnos son felices en el colegio

Parece todo muy teórico y maravilloso pero utópico y sin base real, sin embargo, lo cierto es que los datos de Pisa están ahí, es el mejor del mundo. Esto sucede en el año 2020, sólo dos meses después de conocer los datos del último informe. Hace sesenta años yo tuve la suerte de estudiar en un colegio ‘tipo Saunalahti’, con los tres mismos pilares de su sistema pedagógico.

La historia aquí también parece utópica y de película, pero es una historia real. En los años cuarenta la familia Arriola, una de las más ricas de León, está reunida en su finca al lado del Porma. Utilizo el relato de los hechos de mi tocayo, el historiador Secundino Serrano: «Arriola fue secuestrado en su finca de Santibáñez de Porma el día 29 de septiembre de 1945, pidiéndose a la madre dos millones por el rescate, una cifra muy alta para la época. La madre de Arriola, que no disponía en efectivo de la suma, se dirigió a una entidad bancaria leonesa, que comunicó a la policía el hecho. Las autoridades policiales decidieron que no se pagara el rescate, y diseñaron una estrategia para conseguir la detención de los secuestradores. Disfrazados de mujer, un capitán de la Guardia Civil y dos guardias fueron al encuentro de los huidos. A la altura de la finca, conocida como el Carrizal, les salieron al paso tres hombres vestidos de guardias civiles. Todos se dieron cuenta del engaño mutuo y se inició, seguidamente, un tiroteo en el que cayó abatido Francisco Suárez Salvador ‘El Químico’ y un miembro de la Benemérita resultó herido. Los demás huidos, que observaban la operación desde unos montes próximos, ejecutaron a Manuel Zapico Arriola. Era el 2 de octubre».

Es fácil entender la decisión de la madre de Manuel Zapico Arriola de no volver más a aquella bucólica y paradisiaca finca y regalársela al obispado que tuvo la feliz idea de convertirla en preceptoría o colegio de niños de nueve o diez años para preparar el acceso al seminario. Y allí caí yo con veintinueve compañeros. Era la primera vez que salía de casa en mi vida. Me llevó mi padre en la yegua. Metió dos bolsas con la ropa imprescindible en las alforjas. Desde Villafalé hasta Santibáñez de Porma, campo a través, serían unos diez kilómetros, pero lo tengo como uno de los viajes más largos que recuerdo. Era septiembre y cruzamos el Porma en Villimer. El destete fue brutal. Estoy seguro de que el viaje de vuelta de mi padre fue terriblemente triste. A mí no me dio tiempo a llorar porque la adaptación fue modélica e inmediata. Dos sacerdotes, don Cándido y don Lino, se encargaron de hacer de aquel grupo de llorones un mundo maravilloso. Dos grandes profesores y educadores dedicados día y noche a los treinta niños. Teníamos la impresión de que aquella era nuestra casa de verdad. Y es muy difícil encontrar un colegio en el mundo que reúna las condiciones que aquel tenía. Dormíamos en habitaciones dobles, nos atendían unas monjas que nos daban de comer ‘a capricho’ a pesar de los tiempos que corrían. Pero es que aquella finca era un verdadero paraíso. Una huerta con fruta variada y a pasto. Recogíamos los huevos en el gallinero cada día. Todos queríamos ir a ver ordeñar al caserío y llevar la leche a la cocina. Había una presa con un molino de agua que pasaba al lado del colegio. Recuerdo que en el molino habían hecho un cajón con coladero o filtro de madera en el que entraban truchas y barbos y quedaban atrapados. Cada mañana íbamos con una bolsa a recogerlos. Más aún, los curas cada semana en verano nos permitían tirar ladrillos a la presa y recogerlos a la semana siguiente con sus agujeros llenos de cangrejos. Se los llevábamos a las monjas que los colocaban en la chapa y se ponían «rojos como cangrejos». ¡Qué ricos estaban! ¡qué recuerdos!

La finca era nuestra y los curas aprovechaban cualquier lugar para hablarnos de matemáticas, lengua o geografía e historia. ¡Qué fácil y bello era estudiar así! Jugábamos aprendiendo y aprendíamos jugando. Fútbol, bolos, rana, escondite entre los maíces. También, como niños, hacíamos nuestras diabluras. Recuerdo que en el mes de mayo don Fabio, el cura de Villimer, venía todas las tardes a su tertulia con los curas del colegio. Cada primavera ataba una maroma de un lado al otro del río Porma y lo cruzaba en una balsa de bidones que aparcaba en la orilla. Todo lo teníamos bien planificado y una tarde, mientras él hablaba con nuestros curas, nosotros cambiamos la balsa de orilla. Estábamos todos escondidos en los maizales oyendo los gritos y maldiciones del pobre cura. Don Lino nos dijo: «La idea fue genial, pero no lo volváis a hacer».

Aquellos dos profesores consiguieron un ambiente de respeto y perfecta convivencia que he recordado toda mi vida. Les respetábamos y queríamos porque aprendimos mucho disfrutando y nos hicieron felices. Los tres grandes valores de la escuela de Saunalahti: Interacción y colaboración (formar una familia), aprendizaje fuera del aula y aprender haciendo (alumnos felices) ya los lograron don Lino y don Cándido hace sesenta años en la preceptoría de Santibáñez de Porma. Se merecen un monumento y ya cuentan con nuestro agradecimiento. Aquellos treinta alumnos no necesitamos ningún informe Pisa para reconocer que Santibáñez de Porma fue el mejor colegio del mundo.
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