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El manuscrito encontrado

23/04/2022
 Actualizado a 23/04/2022
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Encontré entonces un viejo manuscrito escondido que comenzaba así: «En un lugar de Tierra de Campos cuyo nombre cambió mi vida, no ha mucho llegaron dos princesas de piel de alabastro que venían de un país de bandera bicolor donde se aúnan el sol y el cielo. Venían huyendo del metálico dragón de glacial mirada y gélidas entrañas. Eran doncellas huidas que habían llegado en caravana guiadas por gentes de caballerosidad andante. Nobles anónimos que hubieron de sortear duelos y quebrantos para traerlas entre el séquito que las cobijaba.

Las princesas entonces llegaron a un castillo de letras, libros y saberes. Allí encontraron un refugio esperando encontrar la cima de delicia donde todo en el aire es pájaro. Eso prometía al menos el poeta con nombre de matador de dragones que daba nombre al castillo.

Ellas, aunque lo disimulaban, eran princesas tristes. En sus ojos ondeaban las aguas turbias de ríos de asfalto recorridos, y su piel, no lograba zafarse del doliente polvo de la ensangrentada tierra perdida.

A su alrededor revoloteaban cientos de vencejos piando en lengua extranjera».

Interrumpí la lectura del manuscrito, lector sufrido, lectora paciente, porque me produjo tristeza pensar que tal cosa pudiese haber acontecido en algún momento. Estaba en la biblioteca del instituto buscando un ejemplar del Quijote que debía encontrar para escribir la columna que iba a salir el sábado 23 de abril en la Nueva Crónica.

Pero mucho libro había por allí escondido, que prohibidos debieran ser todos por tentadores y enredadores. ¡Que vuelvan los Índices de Libros Prohibidos que nos alejen de su dañina influencia! ¡Que hasta muertes han propiciado! Como aquel manuscrito que provocó varios asesinatos de la KGB porque su autor, el Premio Nobel ruso Solzhenitsyn decidió escribir en él todos los horrores que vivió en el Archipiélago Gulag. Fue hábil el escritor cuando decidió dividir su novela secreta en varias partes confiando cada una de ellas a un amigo distinto para que no se lo requisaran. Al final consiguió publicarlo en Francia tras sacarlo clandestinamente de Rusia lo que le ocasionó a Solzhenitsyn la retirada de la nacionalidad por parte de las autoridades comunistas.

En la primera edición, el autor pedía perdón a sus compañeros muertos en Siberia: «que por favor me perdonen por no haberlo visto todo, por no recordarlo todo y por no decirlo todo».

Es arriesgado decir siempre la verdad plena. Por eso a veces no queda otra que maquillar un poco esa cruenta realidad. Y reinventarse una nueva, a la manera de nuestros queridos D. Quijote y Sancho Panza.

A ellos también les hubiera gustado ayudar a las princesas desgarradas de mi manuscrito encontrado.
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