20/06/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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La historia ha dado mancos, como Cervantes, que nunca lo fueron pero todo el mundo conoce su obra y otros mancos geniales, como Sasi el de Mondreganes, que lo son y pocos saben de su existencia. Por lo solidarizado que me siento con el gremio esta semana, quería hacer un homenaje a uno de los segundos: Taso el del Bar Jaque. A medio camino entre un entrañable cronista y un rezongón cantinero, entre el ingenio y el negocio, Taso no dejaba de ser parte de esa reconocible especie de peculiar tabernero que mantiene su hábitat en cualquier pueblo de León.

Como mañana empieza el verano se me hace inevitable compartir la reflexión que aquel manco hacía cada año por estas fechas. Para Taso, supongo que como para cualquier cantinero, comerciante o vecino del mundo rural, el segundo día más feliz del año era el 1 de julio. La llegada de los turistas traía aparejada un puñado de buenas anécdotas, más blancos en la barra y tardes de ajetreo que se echaron en falta durante un invierno demasiado largo. Una fecha solo superada por otra del calendario: el 31 de agosto. El retiro de los veraneantes, aunque amigos, siempre rescataba una autóctona tranquilidad y, sobre todo, dejaba la caja llena de billetes para poder pasar otro año.

En un tiempo en el que la moda madrileña es dar lecciones de qué es lo rural, esta filosofía de Taso sirve para recordar lo que realmente es vivir en un pueblo: elegir una forma honrada de ganarse la vida pretendiendo que no te toquen demasiado los cojones. Ni a dos manos... Ni a una.
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