El leonés que llevó a su asesino, Jarabo, al garrote vil

Jarabo es uno de esos nombres que siempre aparecen al hablar de la crónica negra, fue el último español en ser ejecutado a garrote vil. Su primera víctima, el hombre de la casa de empeños, era un leonés de Rodillazo, Emilio Fernández

Fulgencio Fernández
24/11/2019
 Actualizado a 24/11/2019
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La historia del crimen o la crónica negra de este país no se puede escribir sin citar a un nombre: Jarabo. Por muchas cosas. Por lo terrible e injustificado de sus crimenes, cuatro; por el propio personaje, una especie de dandi de buena familia —su nombre completo era José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris— y a la vez hizo triste historia al ser el último español ejecutado por el método del garrote vil. La prensa de la época (1958) siguió el caso como pocos otros y las colas para presenciar las sesiones del juicio daban la vuelta al edificio de los Juzgados.

¿Y la parte leonesa? La primera de sus víctimas era un leonés de la pequeña localidad de Rodillazo, emigrante en Méjico donde hizo cierta fortuna y a su regreso a Madrid puso con un socio una casa de empeños, Jusfer. El leonés era Emilio Fernández, de 45 años, y esa decisión de montar ese negocio, cuestionado por muchos que le conocían, le costó la vida.

Vamos al principio. Al origen del conflicto y cómo lo contaba la prensa de la época, donde era curiosa la descripción que hacían del personaje y su forma de vida: «Nació en Madrid hace 35 años y lleva los últimos ocho entregado al alcohol, las drogas y las mujeres. Sus amigos dicen que sabe vivir y divertirse como nadie. Que es un tipo viril capaz de cautivar a señoras y señoritas, poco le importa la condición de las mismas, basándose en su simpatía y en su carácter cosmopolita (fue educado en buenos colegios de Estados Unidos). Aseguran que es un seductor dotado de una gran planta, una enorme labia y un descomunal miembro. Sus enemigos dicen que sólo es un crápula, un despilfarrador, un vago y un enfermo sexual».

Un curioso blog con la lista de los crímenes más execrables de todo el mundo coloca a Jarabo por el puesto 43 y recupera el camino que le llevó a su trágico final: «Acostumbrado a la vida de lujo que tenía gracias a la protección económica de sus padres, Jarabo vive ‘a todo tren’, siendo asiduo de la noche madrileña y llegando a gastar más de 15 millones de pesetas de los años 50, toda una fortuna, en un solo año. José María se encuentra entre la espada y la pared, si comunica a sus padres que está en la quiebra, éstos volverán a Madrid y se acabará su buena vida, pero necesita dinero. La idea es sencilla, se dedicará a estafar y ‘sablear’; fingiendo diversas identidades; empeña propiedades y diversas alhajas, e hipoteca el lujoso chalet familiar».

Esa necesidad de sablear le lleva a cruzarse con el leonés Emilio Fernández, el dueño de Jusfer, con la infedilidad de una mujer en medio. «Mantenía un romance con una inglesa casada, Beryl Martin Jones, que había puesto su matrimonio en peligro por esta relación con el español. Él realizó gastos con ellas por una fortuna, que incluía hoteles, regalos y los más sofisticados lujos, que desencadenaron su ruina. Jarabo le pidió a ésta un anillo de brillantes que inmediatamenteempeñado para cubrir alguna noche de pasión y lujo. Pero aquella joya era un regalo de su marido y la inglesa le envió una recordada carta en la que apremiaba a Jarabo para que devolviese cuanto antes de el anillo para evitarle mayores problemas», contaba El Caso, el periódico de referencia en asuntos del crimen y la crónica negra.

Parece que Jarabo estaba realmente enamorado de aquella mujer y quiso recuperar la joya. Así lo contaba ABC: «Serían las nueve de la noche cuando se encamina con paso firme hacia el y Jarabo acude al número 57 de la calle Lope de Rueda. No es la dirección Jusfer sino la vivienda de uno de los dueños de ese negocio, un tal Emilio Fernández Díez. Jarabo cree que la sortija y la carta pueden estar allí por su elevado valor y como prueba, llama al piso cuarto con la uña del dedo pulgar para no dejar huellas. Le abre la puerta Paulina, la criada, le dice que es un amigo de Emilio. En un momento de descuido la agarra por el cuello y la golpea con una plancha. Después agarra un cuchillo de la cocina y le parte en dos el corazón. La esconde y decide esperar a Emilio Fernández».

Minutos más tarde llega el prestamista leonés Emilio Fernández, le extraña no ver ni escuchar a Paulina,pero Jarabo le sorprende por detrás y bajando «la chaqueta desde los hombros, una técnica aprendida de la mafia de Estados Unidos, le inmoviliza, saca una pistola de fabricación belga de 7.6 mm que tenía en la cintura y le dispara un tiro en la nuca. Emilio, muerto en el instante, cae inerte. Jarabo registra la chaqueta de su víctima, buscando la carta, pero no la encuentra. Quizá esté escondida en la casa, por lo que comienza un registro por la misma, y cuando no encuentra nada se sienta en el salón y del minibar se sirve una copa».

Poco después se escucha la puerta de nuevo. No ha encontrado lo que buscaba y Amparo Alonso, la mujer de Emilio Fernández, le encuentra allí:

- Buenas noches, soy inspector de Hacienda y estoy investigando a su marido; le dice. «Él y la criada están detenidos y mis compañeros se los han llevado a comisaría», le cuenta.
Los gritos de la mujer, parece que también leonesa, le ponen nervioso y la golpea y arrastra hasta una habitación, la tumba sobre la cama, saca la pistola, la encañona en la nuca y aprieta el gatillo. Amparo estaba embarazada.

«La suerte estaba echada», confesó tiempo después Jarabo a la Policía para confesarles que cuando logra relajarse se «sienta en un sillón y bebe anís de una botella que encuentra en una mesa. Para confundir a la policía saca varias copas de un armario y mancha algunas con carmín. Tira por el retrete los casquillos. Limpia las posibles huellas. Bebe más anís. Sólo cuando considera que el trabajo está totalmente acabado se tumba en la cama de la única habitación que no está cubierta de sangre. Finalmente se relaja y pasa una noche entre los muertos, durmiendo un sueño incomprensiblemente plácido y profundo».

Un increíble crimen que conmocionó al país, que se ha convertido en un nombre inevitable de la crónica negra, que fue llevado al cine por Pedro Costa con Sancho Gracia como Jarabo... y que forma parte de los dichos populares, El crimen de Jarabo.

Un año después, el 5 julio de 1959, los periódicos ya no le dedican tanta atención y una noticia informa: «En las primeras horas de la mañana de este sábado, en el patio principal de la Prisión Provincial de Madrid, ha sido ejecutada, con las formalidades exigidas por la ley en estos casos, la sentencia de pena de muerte dictada contra José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez Morris».

Y el olvido para el prestamista leonés que estaba en el origen de todo.
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