11/08/2020
 Actualizado a 11/08/2020
Guardar
En un laberinto se sabe cómo se entra, pero lo difícil es salir. En España hemos entrado a raíz de una moción de censura, basada más en el ansia de poder de algunos que en razones objetivas serias, contra un Presidente que, además de tener una enorme experiencia de gobierno, su profesión de registrador de la propiedad le permitía ganar más dinero que metiéndose en política. Su mayor ‘defecto’ la excesiva prudencia o ‘complejos’, lo cual ha favorecido el nacimiento de la mal llamada extrema derecha, que lo único que consigue es dividir más al electorado.

La ambición de poder ha estado liderada fundamentalmente por tres personas: la primera fundó un partido que consiguió ganar las lecciones en Cataluña, pero se le subió el triunfo a la cabeza y, olvidando a su tierra, dio el salto para intentar ser presidente de los españoles. Eficaz manera de favorecer a sus supuestos adversarios merced al «divide y vencerás». El hombre ya ha cobrado su castigo.

Otro líder, insuperable en su ambición de poder, con tal de mantener su colchón en la Moncloa, ha pactado con los peores enemigos de España, sin ruborizarse lo más mínimo en su constante ejercicio de la mentira.

Entre tanto el verdadero presidente de España y casi Jefe de Estado en funciones es el otrora vecino de un modesto piso de Vallecas, ahora trasladado a un famoso chalet. Así, como quien no quiere la cosa, está consiguiendo aplicar en España las más puras y rancias ideologías comunistas y bolivarianas.

Y, como regalo, ha llegado la pandemia. Ya sabemos que es muy difícil de gestionar. No sabemos cómo lo habrían hecho otros. Pero hemos tenido mucha suerte con el gobierno actual, pues a pesar de tratarse de los peores gestores de Europa y casi del mundo, hubiera sido mucho peor con Rajoy, aunque lo hubiera hecho mejor. Estaría toda España revolucionada, mucho más que cuando la guerra de Irak o el Prestige. Así al menos el pueblo lo asume con más paz y resignación. Se trata, pues, de un efecto positivo de la moción de censura.

Finalmente quienes ambicionan el poder lo tienen mucho más fácil ahora. Las debilidades de nuestro anciano Rey emérito son un buen pretexto para que el chalet de Galapagar se quede pequeño y los actuales socios de gobierno puedan colocarse uno en Moncloa y otro en Zarzuela. En cuanto al pueblo, la desmemoria de los más jóvenes, que no conocieron el éxito de cuarenta años de monarquía, hará que no sientan ninguna nostalgia del espléndido pasado, aunque el futuro sea desolador.
Lo más leído