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El juego de las sillas

19/12/2019
 Actualizado a 19/12/2019
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Bajar del desván la tan maltrecha como remendada caja de la decoración navideña o abrir por primera vez el catálogo de los juguetes. Las semanas previas a la Navidad eran para un niño lo más parecido a la vida en un parque de atracciones. La ilusión y la exaltación ante lo más esperado del año solo eran interrumpidas por algún estúpido adulto con aquellas frases tan raras: «Ojalá dormirme y despertarme el día 7», «¡Qué fechas tan tristes!», «A ver si pasa rápido, que tengáis una feliz entrada y salida»... Mensajes encriptados para alguien que conservaba la inocencia intacta y que, tras dirigir una mirada atónita al ridículo comentario, pronto volvía a la ensoñación infantil de cada comienzo del invierno.

La vida va pasando. Comienzas a dejar de agacharte a por los caramelos de la cabalgata y a vestirte de quien no eres cada Nochevieja. Un año empiezas a buscar en un décimo la emoción de estas fechas y las postales se han convertido en mensajes ‘requetereenviados’. Tal vez las navidades deberían ser como los Juegos Olímpicos y quizá así recuperes, cada cuatro años, parte de esa ilusión venida a menos.

Sí, los años pasan y si hay algo que tienes claro es que los adultos siguen siendo igual de estúpidos. Pero, ¿y si aquellas frases tan raras no lo eran tanto? Sin saber muy bien cómo, un día has crecido o, al menos, has crecido algo. Es entonces cuando te das cuenta que hay ciertas cosas en la vida que solo se explican al ver una silla vacía en la mesa. Descubres que poco importa el cómo y mucho menos el por qué. Que pesa más el dónde y que el qué es solo una excusa para volver a juntarse. Que todos ellos no son nadie sin el quién. Que nada necesita un cómo, un qué, un cuándo o un dónde si conserva un quién.

Tan repetitivo es apelar a los buenos sentimientos como criticar la evidente hipocresía. Y es que la Navidad tiene aristas religiosas, sociales y comerciales pero ninguna vertiente como la de dejar a flor de piel lo impredecible del juego de las sillas en el que inconscientemente participamos el resto del año. Vueltas y vueltas sin saber cuándo la música parará y quedará uno menos. Un reencuentro más con los tuyos hace que siempre merezca la pena aguantar hasta los comentarios del más enterado de los cuñados... ¡Felices fiestas!
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