El Juego de la Oca

El Juego de la Oca surgió, conforme a diversas teorías, en épocas históricas más o menos remotas y parece íntimamente relacionado con el Camino de Santiago

Marcelino B. Taboada
17/09/2017
 Actualizado a 18/09/2019
Imagen antigua de un tablero de la Oca.
Imagen antigua de un tablero de la Oca.
Cronológicamente, se sostiene que la creación del Juego de la Oca data de un período anterior a la guerra de Troya (alrededor del año 2.000 a. C., quizá algo más tarde) y se aprovecharía durante las jornadas interminables del largo asedio de esta ciudad-estado mítica. En este caso se asimilaría la base de juego con el famoso «disco de Phaistos», el cual se identificó posteriormente con una concha (’nautilus’) cuyos huecos o cavidades (en forma de caracol) suman 63 espacios. En otra tesitura se colocan, en lo que atañe a la génesis de este entretenimiento, los que mantienen que su conocimiento documentado se vincularía a la defensa preventiva de los Santos lugares por los caballeros cristianos, entre ellos los Templarios. Sin embargo, se presenta un inconveniente en esta opción: los guardianes del Templo de Salomón debían cumplir con sus normas, que prohibían taxativamente cualquier ocio relacionado con los dados (y el ajedrez) por motivos ignorados. Quedaría, por tanto, este divertimiento destinado a los «no iniciados».

Otra hipótesis factible, si bien ligada a su extensión y hasta incluso su popularización en competencia, se liga al hecho contrastado en el que se da fe del regalo que el mecenas humanista Francisco I de Florencia realizó al todopoderoso rey Felipe II de España (fechada esta donación-obsequio entre los años 1.574 y 1.587 d. C.). El ejemplar fue posteriormente imitado y, en un formato semejante al actual, se utilizó frecuentemente en muchas Cortes europeas. Se conserva especialmente aún uno de estos exponentes clásicos, señeros y auténticos, precisamente el más ancestral vestigio que se corresponde con el año exacto de 1.640.

La oca, ganso, ánsar, «jar» (partícula toponímica) o «antzara» (en euskera) es un animal prototípico, universal y representativo de un ideal y dotado de unas cualidades primigenias intrínsecas y esenciales. Se las convertiría, según la sabiduría popular, en protectoras de los hogares. Otro elemento a destacar se sustancia en la huella denominada de «pata de oca». Esta especie de tridente, aludiendo al mismo utensilio genuino y propio del rey Neptuno, se repite en figuraciones o imágenes esotéricas de todas las culturas atlantes.

En un plano animístico, se entendía que el ganso se incluía en la familia o taxón de las anátidas cuya expresión sublime se atribuiría al cisne. Esta hermosa ave ha inspirado a escritores, autores y músicos por su grácil e incomparable elegancia, tanto en Oriente como en Occidente.

Pero lo que más nos interesa es el componente alegórico y a veces icónico respecto al tratamiento del tema: las previsibles concomitancias del Juego de la Oca versus las etapas determinadas del Camino de Santiago o Jacobeo. Algunos tratan de delimitarlo, en épocas medievales caracterizadas por las inseguridades de una peregrinación que se interpretaría a manera de una aventura (a veces peligrosa), partiendo de un faro-brújula nocturno indicativo: la Vía Láctea. Y, en defecto de la referencia astronómica, en las horas luminosas se orientaría el devoto a través del «Camino de la Oca».

En este terreno cabe resaltar la enorme y loable labor realizada por Alfonso I el Batallador (en el s. XII) y que se transmitiría mediante los excelentes constructores (Maestros canteros) de entonces. En torno a esta realidad, hay quien afirma que la oca sería el origen de varias señales criptográficas usadas por los gremios de la edificación. Incluso se sugiere que los masones (en su versión oculta) y los Templarios desarrollarían un lenguaje encriptado y gremial, en exclusiva, basado en esta epigrafía parcialmente moderna (labrando muescas, figuras o jeroglíficos en las piedras angulares o remarcables). En este apartado singular, se mantiene que la importancia y frecuencia de la oca (ganso) se evidenciaría patentemente en dos zonas del Camino Francés: en el entorno de Villafranca Montes de Oca (La Rioja) y en una franja dominada por la comarca berciana (El Ganso - A Veiga de Valcarce).

Ya se ha señalado que el soporte del Juego de la Oca distribuye su superficie en 63 casillas o cuadros.
El objetivo final es siempre alcanzar el «jardín de la oca», meta que comporta la felicidad absoluta. Aunque, antes de lograr tal fin excelso, se han de superar múltiples vicisitudes y salvar riesgos o asechanzas permanentes (en su caso): el pozo, la cárcel, los puentes… Las normas (reglamento) suelen variar, mas no radicalmente, ateniéndose preferentemente al número de participantes: dos o más.

De todas formas, las constantes que influyen de forma concluyente son los dados (la suerte en la tirada es decisiva) y las esperas que están fijadas de antemano (y hasta la emergencia de tener que iniciar otra vez el recorrido).
Otra nota peculiar es la cadencia: no siempre pero, en algunos casos, la ubicación reiterada de los dibujos guarda una numeración casi predeterminada. Esta cuestión ha sido comparada con la localización de iglesias, conventos, catedrales, albergues y otros monumentos religiosos a lo largo del Camino iniciático a Compostela.

Ya hace un lustro que el estudioso del tema del Camino de las Estrellas o «de las Ocas», Aquilino Fuente (al que nos remitimos ante cualquier duda o inexactitud, nos había sugerido amablemente dedicar un escueto espacio a este atrayente planteamiento. En primer lugar, el aspecto lúdico y de entretenimiento del ampliamente divulgado «Juego de la Oca» fue el resultado de su extensión e implantación, a partir de la dinámica espacial de ciertas Órdenes religioso-militares. Ejemplos paradigmáticos de ello los hallamos en los Hospitalarios o en los Caballeros Teutones (amén de los miembros de la Orden del Temple, en consonancia con los Maestros constructores coetáneos).
Los Templarios subsumieron y actualizaron el mencionado Juego, en el siglo XII, bajo unos parámetros y con unas finalidades especiales. Conllevaba, en cualquier caso, un lenguaje críptico de intercomunicación y relación entre los servidores de la Orden Templaria y sus Compañeros: los magníficos Maestros Constructores.

En el periodo temporal en que los Templarios se dedicaban a la defensa de los Santos Lugares de Jerusalén, los Cruzados y los peregrinos que allí acudían − merced a una adaptación de los Caballeros allí emplazados − empleaban una versión contemporánea del añejo «Disco de Phiastos» (concha del enigmático molusco «Nautilus», dividida en 63 microcasillas).

El «Juego de las Ocas», según genuina creación templaria, trazaba un Camino que tomaba la ruta siempre e invariablemente hacia el Oeste (desde la frontera francesa, en Saint Jean Pied de Port, hasta finalizar en la Gran Oca de la meta espiritual: Santiago de Compostela).

Es curioso que se tome como referencia aproximativa el paralelo 42º del hemisferio norte terrestre. Se ha localizado, por lo que atañe a nuestra zona, un Vértice (vórtex) principal geodésico o de energía telúrico-geotectónico-magnética correspondiente a la comarca berciana (cuyos puntos más notables serían los Montes de León y las poblaciones ubicadas en las proximidades de la línea fronteriza con Galicia, dentro del Camino Francés.

Cuando los Templarios se asentaron en los enclaves estratégicos para proteger y dar seguridad a los grupos de peregrinos jacobeos, en una España convulsa y disgregada, se supone que habrían parcelado el Camino íntegro en 32 etapas. El método o procedimiento quizá guardara algún vínculo con su antigua tendencia natural a ligar su sistema de comunicación con ciertas características del evocador y peculiar «Juego de la Oca»: Lenguaje, Símbolos, Etapas y representaciones alusivas diversas. Sin embargo, contarían asimismo con la globalidad de esta ruta o sendade «transformación y perfeccionamiento» de las almas. De este modo, las casillas identificativas totalizaban una cifra de 63, en torno al lugar santo del noroeste español, destino fijo y valor central: Santiago de Compostela. Las casas más significativas se conectaron a unas circunstancias aleatorias: de ventura, fortuna, desventuras, desgracias y otras incidencias, peligros y pruebas complementarias.

El número y condición misma de cada una de ellas era diferencial, en función de si se avanzaba (el «camino de ida») o bien se retrocedía («de vuelta»).

La oca, ganso, ánsar, cisne,… son arquetipos vivos y significantes de «la sabiduría, el positivismo y la tranquilidad» de los miembros del hogar. Y los términos o vocablos «oca, ganso, ánsar, -jar-» se encuentran en la lista de topónimos cercanos: el Ganso, Manjarín y los supuestos arcaísmos de Barxas, Barxelas, Quintela de Barxas o incluso Barxamaior y Zanfoga (Pedrafita do Cebreiro). Otra zona o área típica de la acepción o vocablo «oca» se ubicaría en La Rioja (Villafranca de Montes de Oca).

La Etapa 26 del Camino a Compostela comprende el tramo A Veiga de Valcarce-O Cebreiro. Su dibujo y consideración valorativa se ve en los dados (suerte, buenos augurios en las casillas 26 y 53). Sin embargo, a la vuelta la posición 58 muestra nítidamente una Calavera (la muerte), signo horrendo. Redundando en ello, la Santa Patrona − Sta. Mª Magdalena − de A Veiga de Valcarce se enseñorea y domina sobre un cráneo cadavérico, sometido bajo sus santos pies.Desde un punto de vista cabalístico, da la impresión de que el número de posiciones del Juego de la Oca (63) no se cohonesta demasiado con este ámbito pseudociéntifico pues el siguiente − el 64 − equivale a un cuadrado perfecto. Contrariamente, el uso reiterado del dígito 9 (el más llamativo en esta tesitura) es notorio.

Por añadidura, las numeraciones la adición de cuyas cifras es igual a 9 implican una sensación de renovación, mudanza (transiciones). Por ello, es de suponer que la irrupción y monopolización del Camino por la Iglesia relegaría el tema geográfico y, en cambio, episódicamente primara o promocionara el «Pedrón» al que arribó la barca con los restos del Apóstol predicador Santiago.
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