22/06/2021
 Actualizado a 22/06/2021
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La palabra ‘indulto’ nos trae a la mente uno de los indultos más famosos a lo largo de la historia. Lo gestionó un político que no se distinguió tanto por su interés por hacer justicia cuanto por su afán de mantenerse en el poder. Tenía cada año la facultad de sacar algún preso de la cárcel y para no complicarse la vida preguntó al pueblo: «¿A quién queréis que os suelte a Jesús o a Barrabás?». El resultado ya lo sabemos, el inocente fue condenado a muerte y el culpable fue indultado y puesto en libertad.

Estar en la cárcel, privados de libertad, tiene que ser muy duro y es algo que no debemos desear a nadie, pero por otra parte por el bien la sociedad a veces no queda más remedio que imponer penas de prisión. No obstante cada vez se insiste más en la idea de reinserción que en la de venganza. España es un estado de derecho y en principio se presume que tiene leyes justas y que la justicia es seria, y por eso las decisiones judiciales merecen todo nuestro respeto. Ello no estaría garantizado si no hubiera división de poderes, si la justicia no fuera independiente del poder ejecutivo. De ahí que resulta preocupante que el gobierno actual esté obsesionado por controlar el poder judicial y que por lo mismo se le haya llamado la atención desde la Unión Europea.

De entre los miles de presos que habitan en las cárceles españolas seguramente hay muchos que serían merecedores del indulto tanto por el hecho de su sincero arrepentimiento como porque se ha dado en ellos una sincera conversión. Sin embargo no parece que sea merecedor de que lo indulten alguien que no está arrepentido y además amenaza con volver a cometer el mismo delito. El propio Pedro Sánchez, cuando Risto Mejide le preguntó qué sentido tiene que un político indulte a otro, respondió: «Ninguno, absolutamente ninguno, y yo siento vergüenza de eso». También Poncio Pilato era consciente de la culpabilidad de Barrabás, pero lo que le interesaba era no perder su puesto. Por eso nos ofende la hipocresía de quien nos quiere hacer creer que va de bueno y magnánimo por la vida, cuando lo único que mira es su propio interés y que no le falte el apoyo de quienes le permiten seguir en la poltrona.

La mayoría de los españoles sí somos magnánimos, pero no imbéciles. El daño que los independentistas han hecho y siguen haciendo a Cataluña es inmenso, y no sólo desde el punto de vista de la ruina económica, sino sobre todo por el enfrentamiento y división que han generado en sus mismas familias y por toda la crispación en general.
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