El hojalatero que sabía hacer un avión

A Juan le recuerdan, en sus diversos apodos, en buena parte de la provincia pues la recorría sin rumbo, con un cajón, algo de estaño y su perra Cucú... su recuerdo siempre despierta una sonrisa

Fulgencio Fernández
03/02/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Una anécdota de Juan El Hojalatero es de las que más gracia me hace de cuantas historias de paisanos he escuchado. Parece que la repetía con frecuencia por lo que no le faltaba al paisano un cómplice entre los que estaban a su alrededor, que siempre eran muchos y variados. Se producíacuando pasaba un avión, algo nada común en aquellos años de las décadas centrales del pasado siglo, por lo que los chavales se alborotaban y gritaban: «¡Un avión, un avión!» y añadían cuando dejaba su estela blanca» ¡Es a reacción!».

Juan seguía a lo suyo, al estaño, y ya pasados unos segundos levantaba la vista, como con displicencia, y viendo cómo se alejaba el aparato musitaba: «Tengo yo cojones para hacer un avión» y por si a alguno se le ocurría pedirle que se pusiera a ello añadía: «Lo que pasa es que no traje los alicates».

Siempre la faltaba algo para la obra perfecta, que aseguraba que sabía hacer, y así cuando le pedían algo especial para las calderetas de guisar un buen cordero decía con seriedad: «Es posible lo que me dices, pero hace falta el parahuso y no lo traigo en el cajón».

Yasí también se convirtió en una leyenda popular el parahuso de Juan, para justificar cualquier obra que no se podía llevar a buen puerto.

No he visto a nadie que haya conocido a Juan que al mentarle su figura no esboce una sonrisa, así es su recuerdo entre la gente. Para unos es Juan El Hojalatero, para otros Juan El Culebrón —porque le gustaba decir para pedir clientela «sal del mato, culebrón»—, también le llaman El del cajónpues toda su industria cabía en un cajón, excepto el parahuso, y éste último apodo provocó una de sus numerosas anécdotas u ocurrencias, inventando una palabra que no existía pero perfectamente entendible.

- ¡Cuánto tiempo sin verte! ¿Qué haces Juan?
- Cajoneando la provincia.

Ahí está ‘el académico’ y bien dicho lo de la provincia pues su figura es recordada en numerosas comarcas, de Omaña al valle de Almanza o Cebanico, donde parece que pasó sus últimos años.

¿Era Juan hojalatero? Bueno, a su manera, era un caminante, un contador de historias, un superviviente, un soñador de tiempos pasados en los que decía haber sido mando en el Ejército, un socarrón, un cocinero de la nada, un irreductible al que cuando le pagaban con un bocadillo se lodaba a su perra Cucú y añadía: «Yo hambre no tengo, lo que tengo es carraspera y me haría falta una indicción».

No había cliente que no supiera que una indicción era un buen vaso de vino, que se llevaba al gañote de un solo y largo trago para rematar la faena limpiando el morro con la manga de la chaqueta y diciendo con satisfacción: «¡Como un ángel! Que vengan cazuelas que las estaño, que vengan paraguas que los envarillo».

Y nunca le faltaban ni cazuelas ni paraguas, otra cosa es el resultado final. Se sentaba en el cajón, hacía un poco de fuego con alcohol, preparaba el estaño al lado, acariciaba a Cucú y recibía los pedidos. O las quejas de su presencia anterior.

- Juan, te traigo otra vez la cazuela,la puse en la chapa para hervir la leche y nada más que se calentó se arramó entera por donde estañaste.
- A ver alma de cántaro, ¿qué te dije cuando tedi la cazuela?
- Pues no me acuerdo.
- Claro, no me acuerdo. Pues me acuerdo yo, te dije, esta cazuela la metes en el aparador y tienes cazuela para toda la vida. Pero tu vas y la pones en la chapa, que estaría al rojo vivo... ¿pero qué te crees que es el estaño, acero de Bilbao?
- Vale Juan, estáñala otra vez que ya la meto en el aparador.

Y soltaba una carcajada.

Cada cual recuerda una anécdota con Juan, capaz de dormir a la intemperie. Todas muy significativas. Decía de él Enrique Zapico, el de Canseco, que le había visto cocinar los erizos que veía por la carretera en una de sus cazuelas.

- ¿Y estaban buenos?
- No me atrevería a decir tanto porque decliné la invitación, pero sí te diré que olía mejor que en el restaurante de más postín que conozcas.

Pero la que más le gustaba al gran conversador que fueZapico era otra, de un día que estaba sentado a la sombra del gran árbol que hay al lado de la iglesia. Estaba allí estañando y contando historias, con un buen número de mujeres a su alrededor, eran sus mejores clientes, cuando llegó el párroco para decir el rosario. Pasó y no le hicieron caso en exceso por lo que se detuvo ante el artesano y le dijo lo que quería ser una broma.

- ¿Qué Juan, se trabaja bien ahí a la sombra y sentado?

Cuentan que Juan no levantó la cabeza de la cazuela que estaba estañando, como cuando pasaba un avión a reacción, pero sí musitó la respuesta que habla de su socarronería: «Tendréis queja vosotros».

Parece que la cosa no fue a mayores porque a Juan no le costaba nada levantar la empresa —fue el primer deslocalizador— y marchar con el estaño a otra parte. Cargaba el cajón, animaba a Cucú a seguirle y en el siguiente pueblo iba a ser bien recibido, no está documentado que no haya sido así en ninguna parte.

No olvida nunca Lalo Gil aquella Navidad en la que Juan quedó atrapado en medio de una nevada, a la intemperie, lo que decía no preocuparle pues «cuando yo estaba en el Ejército, en la Legión, se salía al monte a cualquier hora y con cualquier temperatura... eso sí, con un buen tres cuartos».

Gil, que era alférez de complemento y se acababa de licenciar, no lo pensó dos veces. Fue a casa por el petate y le regaló el traje completo: desde las botas a la gorra con los distintivos de alférez. No cabía de gozo el hojalatero, se vistió en el baño y desfilaba al ritmo de «Soy el novio de la muerte» con evidente emoción y Cucú haciendo las veces de la famosa cabra.

¿Quién podía recordar sin una sonrisa a un personaje así? Una sonrisa que sólo se borró y se tornó el tristeza cuando pasaban los años y Juan no aparecía, ni Cucú, ni el cajón...

Para mí que está haciendo el avión.
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