El guardia civil que regresó a devolver la llave de la iglesia del viejo Riaño

Jesús López emociona al pueblo con su gesto, 32 años después de la voladura

Fulgencio Fernández
24/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
La iglesia de Riaño en el momento de su demolición. | MAURICIO PEÑA
La iglesia de Riaño en el momento de su demolición. | MAURICIO PEÑA
Julio de 1987. Riaño. Las calles son nubes de polvo, el que levantan las paredes de las casas al caer al suelo derribadas por las brazos de las enormes máquinas de la maquinaria del Estado. Cada día caen unas pocas. La guardia civil ha tomado el pueblo para que puedan seguir su trabajo. Los vecinos corren de allá para acá. Vicente levanta su vara de ganadero contra los guardias. Su hermana Paz le sujeta. Don Antonio, el cura, atraviesa una barricada junto a su colega don Eustaquio, de Barniedo. «¡Qué duro era todo!», musita en una residencia de ancianos de León, 32 años después, Antonio. En aquella vorágine les avisan de que van a dinamitar la iglesia, el cura mira por última vez a ver si queda algo que se deba sacar. Se aleja y cómo no quiere ver el derribo le entrega la llave a un joven guardia civil, el primero que ve.

Marzo de 2019. Domingo. Va a haber misa en Riaño, en una iglesia que sí se salvó de la demolición, piedra a piedra, la de La Puerta. Allí están los del coro, como siempre, algunos feligreses más y llega un pequeño grupo de gente que habla con el cura, Javier, quien explica a los feligreses, la mayoría de ellos también vecinos de aquel Viejo Riaño: «Es el guardia civil de la llave».Quien allí estaba, con compañeros guardias y otros familiares, era aquel joven guardia que recibió la llave minutos antes de que la dinamita hiciera su trabajo en la iglesia de Riaño. Se llama Jesús López y será para la historia «el guardia de la llave», él mismo se presenta así cuando habla con los riañeses. La misa fue especial: «Creo que fue un domingo diferente, incluso una misa diferente, yo particularmente estuve muy emocionado».Pero al final de ella se desataron aún más las emociones. El cura había explicado a qué había regresado Jesús López y éste comprobó que los escasos recelos que había tenido para regresar no estaban justificados: «Fue una inmensa alegría la reacción de todos, sus emociones, su inmensa y sincera gratitud hacia nosotros, su afabilidad y, sobre todo, su forma de recibirnos y compartir el momento con nosotros», recuerda Jesús López, quien entregó la enorme llave, que traía en una caja de madera, a uno de los vecinos presentes, Valentín. «Nos impresionó todo tanto que las cuatro horas y pico del viaje de vuelta a Madrid fueron un continuo recordar de las caras emocionadas que habíamos visto, los abrazos de Valentín, a quien entregué las llaves, pero también los besos de las señoras, cómo algunas me presentaban a sus hijos, que no habían vivido aquello».Ausencia de rencorNo se esperaba esta reacción aquel joven guardia civil, destinado a Riaño como otros cientos de ellos para consumar la destrucción del pueblo, en el que por primera vez en la historia de los pantanos se había decidido no dejar piedra sobre piedra. Confiesa que le hubiera gustado devolver la llave antes pero... «Me fui hace 32 años de Riaño con una enorme sensación de pena y tristeza; por todo, por el valle, precioso valle, pero también por las imágenes que había visto, por aquellas gentes llorando desesperadas al ver caer sus casas, rabiosas, incluso enfurecidas a veces; tampoco he olvidado la imagen del semblante del sacerdote cuando me entregó la llave de la iglesia». Confiesa Jesús López que han sido muchas las ocasiones en las que se planteó regresar con aquella enorme llave antigua, toda una reliquia. «Es cierto que llevaba muchos años queriendo regresar a Riaño y devolver la llave a este lugar, pues tenía muy claro que la llave debería estar allí, es suya, pero...».

No hubiera tardado tanto de intuir cómo iban a transcurrir los acontecimientos a su regreso a Riaño.«Me fui con la idea de que aquel valle no lo volvería a ver igual y desconociendo cómo evolucionaría con el paso de los años. Aunque soy consciente de que no es el mismo valle me llevé una alegría al comprobar cómo sus vecinos honran su recuerdo, con cuánto cariño han intentado mantenerlo vivo en su memoria, cómo han sabido transmitir a los jóvenes su historia… de todo lo vivido estos días me ha hecho feliz comprobar la ausencia de rencor, a pesar de lo que nos tocó vivir en aquel lejano 1987, a unos y a otros, que estábamos frente a frente».

En definitiva, toda una experiencia para «el guardia civil de la llave» que pasó un par de días por la comarca y ya ha regresado a su destino actual, Madrid, pero quiere mostrar que «soy yo el que está agradecido a la gente de Riaño por haberme hecho sentir tantas cosas en tan poco tiempo; ya no a mí, sino a mí gente, a mis compañeros, mis hermanos (porque así nos sentimos), a sus esposas y por supuesto a la mía», por lo que concluye: «Quiero darles las gracias por haberme permitido quitarme esta espinita de devolver la llave y ser tan feliz este fin de semana en aquel valle».

"No lo recuerdo muy bien"La otra parte de la historia es el cura de Riaño en 1987, el que le entregó la llave a aquel guardia civil que encontró cuando salía de cerrar la iglesia para «ser volada con dinamita».‘Don Antonio’ sí vive (no así su compañero en la foto) en una residencia de ancianos de la capital leonesa, donde recuerda aquellos hechos, muy cerca de otro cura, don Valentín, que es natural de Riaño y quien concede que aquellos derribos le «comieron mucha sangre».

El anciano sacerdote (90 años) sí recuerda los días de julio del 87. «Estuve muchos años en Riaño, también después de tirar el pueblo. El hecho concreto de la llave no le sabría decir con exactitud, si lo dice el guardia seguro que fue así, a mí lo que me ocurre es que de aquellos días se me agolpan los recuerdos, pasaban tantas cosas en poco tiempo, recuerdo que hablaba mucho con el joven alcalde, Huberto... todo fue bastante complicado y, ciertamente, muy duro de llevar».

Y va repasando aquella vieja historia mientras observa las viejas fotos de Mauricio Peña. «Aquí estamos pasando una barricada, te acostumbrabas...» pero se queda mirando fijamentea la imagen de una misa entre los escombros, con un feligrés de rodillas y evidentes caras de dolor. «Lo ves cómo fue muy duro». Y lamenta, «Riaño nunca volvió a ser lo que era, cuatro días por el verano y se acabó».

Le cuesta trabajo hacer este viaje de 32 años, los mismos que ‘el guardia de la llave’ estuvo pensando en regresar y dejar la llave en su sitio, que parece que va a ser el Museo Etnográfico de la Montaña de Riaño.
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