El Guajiro Natural

La autora de este relato se adentra en los recuerdos de cuando vivía en La Habana, para contarnos la emoción que le causó a su protagonista el asistir a un concierto de Polo Montañez, alias el Guajiro Natural, en el Malecón. Un modo de acercarnos a la cultura cubana, de la mano de la Doctora Ana Ibis Sánchez Pérez, que reside en León

Ana Ibis Sánchez Pérez
26/07/2020
 Actualizado a 26/07/2020
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 Aunque no sea habanera, siento La Habana como si fuera mi propia ciudad. Con toda mi alma. Con todo mi corazón. En esta bendita tierra he disfrutado momentos inolvidables.

Tiene una magia que te envuelve en la medida que comienzas a descubrir su historia, sus orígenes. Te vas adentrando en sus entrañas y te seduce. Me fascina sobre todo el Malecón, tener el privilegio de vivir frente al mar, con su olor a salitre, el azul penetrante, las olas que chocan con las rocas, danzando a su aire. Y las fiestas nocturnas que llenan de animada concurrencia sus muros. Siempre presente el ritmo guarachero que tanto me gusta y extraño. Los habaneros, como todos los cubanos, llevamos el baile en las venas. Yo, fiel a mis raíces, siento la música muy dentro de mí, «capaz de subir al cielo para bajar un montón de estrellas», como dice la letra de una canción de mi amado Guajiro Natural.

El Malecón es, además, un sitio bellísimo, que cala hondo en quien tiene la ocasión de visitarlo alguna vez en su vida. Recuerdo en especial aquel verano en el que descubrí a un cantautor que empezaba a ser famoso en nuestra Isla. El artista revelación del aquel año y su primer disco se oía en todas las emisoras de radio del país y también en los programas musicales televisivos. Aparecían con frecuencia sus entrevistas en la prensa. Cuentan que lo había descubierto un productor colombiano durante su visita a Pinar del Río, ciudad en la que el artista se ganaba la vida tocando en el restaurante Las Terrazas para los turistas que por allí pasaban.

Estaba ensimismada con su música desde que lo escuchara por primera vez. Me bastó una sola canción para caer rendida bajo los efectos de su encanto. A su especial calidad como autor, se le unía su talla interpretativa y humana. Era de origen campesino. Había dedicado gran parte de su vida al trabajo en el campo y como carbonero. Su nombre de pila era Fernando Borrego Linares, pero se hacía llamar Polo Montañez, El Guajiro Natural.

Por fin, iba a tener la ocasión de escucharlo en vivo y en directo. Algo que me ilusionaba, sólo de pensarlo. Sería, sin duda, una noche inolvidable, tremendamente significativa. Podría disfrutar de su actuación, del concierto de un gran artista, que tantos sentimientos bonitos me hacía sentir con sus letras y música, las cuales me parecían tan lindas como contagiosas: «Te voy a hacer un bolero si llega la inspiración/para decir que te quiero en Do, Re, Mi, Fa y Sol».

Salí de mi consulta en busca de hacer realidad el añorado sueño. Entonces, confirmé que no era la única que iba a verlo, pues había un gran trasiego de personas que parecían ir en la misma dirección. Aún brillaban los rayos del sol cuando llegué al lugar del evento, en el mismo Malecón, frente al Hotel Nacional, por la calle N y 19, del Vedado. El espectáculo estaba a punto de comenzar, con una excelente iluminación artificial y unos magníficos aparatos para amplificar el sonido, cuidadosamente instalados en lugares estratégicos, para que aquel concierto llegara a todo el entorno del lugar.

Allí nos congregamos un público conformado por diferentes edades y estratos sociales. Me resultaba realmente emocionante, muy emocionante, ver cómo una música tan dulce, sana y tradicional, podía aglutinar a tantas y tan variopintas personas.

La noche prometía. Y todo estaba listo para disfrutar de lo lindo. Instantes antes de que comenzara el concierto, una gran masa humana comenzó a aplaudir sin reparos, hasta que, transcurrido un tiempo, que se me hizo eterno, apareció en el escenario aquel hombre, tan sencillo como inmenso, vestido con un pantalón vaquero, con cinto de cuero a la cintura, una camisa blanca impoluta, su habitual sombrero de yarey y unas botas negras de corte vaquero. En medio de la muchedumbre, resplandecía esa sonrisa amplia y su rostro nos regalaba la nobleza de toda su figura.

Era un hombre pequeño de estatura, pero grandioso por la manera tan genuina y natural de brindar todo su ser en canciones maravillosas. Y lo hacía con maestría, con un ritmo y cadencia que mezclaba la armonía y belleza de un bolero con la gracia y el compás de un buen son montuno.

Todas y cada una de sus letras fueron cantadas a coro unánime por los asistentes. Y los vecinos de la zona, desde sus balcones, también canturreaban sus canciones. Todos sentíamos al bueno de Polo en cada una de las piezas musicales que nos regalaba. Después de más de dos horas de actuación, que a mí me parecieron minutos, deseaba seguir escuchando a aquel gran músico. Cuando sonaron los últimos acordes de su éxito mayor, Polvo de estrellas, el público enardeció de goce y disfrute total.

Avizorando el final del concierto, me fui acercando al escenario, donde estaba él y su grupo, moviéndome como podía entre la multitud compacta. Antes de que se despidiera del público, haciendo una reverencia durante unos minutos en gratitud a sus aclamaciones, logré ubicarme al lado de la escalera por donde supuestamente saldría el artista. Pude saludarlo y transmitirle mi profunda admiración. Aquello parecía el final feliz de un cuento de hadas.

Lo abordé con una frase corta y concisa: «Polo, yo lo admiro entero». Entonces, él giro la cabeza y, con una sonrisa amplia y pícara, fijó su mirada en mí. Y a continuación se quitó el sombrero.

– Me has subido los colores y me has acelerado el corazón –contestó él en tono jocoso.
– No fue mi intención poner en riesgo su función cardíaca –le respondí mientras me salía una carcajada de esas que contraen diafragma y todo lo demás…
– Mis canciones se inspiran en bellezas de mujer como usted –me dijo sonriente.

Sentí un rubor que cubría todo mi rostro. Y mis orejas estaban a punto de reventar de calientes que las tenía. Estaba sonrojada con tamaño piropo. Como pude fui saliendo de la emoción y del nerviosismo, y le pregunté con ingenuidad:

– ¿Me regalaría una foto con usted, por favor?
– Es un placer para mí retratarme con una mujer tan hermosa –aseveró ante los presentes, que se agolpaban en torno a él.

Me sentía hechizada y agradecida de tan noble gesto por su parte. Y le correspondí con una enorme sonrisa. Estaba muy feliz. Como una adolescente que acabara de besar a su príncipe azul. De ese instante quedaría una foto, la cual guardo como uno de mis más preciados tesoros. Una imagen que cobró aún más valor sentimental cuando, a raíz de un accidente de tránsito, perdió la vida unos meses después.

Hoy su obra pervive en el legado artístico y humano que dejó su paso por la música popular cubana e internacional, en los miles de admiradores que siguen haciendo suyas sus canciones. Artistas de otros países han hecho versiones de sus grandes éxitos como Gilberto Santa Rosa, que le puso su voz a Polvo de estrellas, o bien Marc Anthony, que hizo suya Flor pálida.

Tanto Gilberto Santa Rosa como Marc Anthony son puertorriqueños y muy reconocidos en el mundo de la música latina.

Un día memorable, que me dejó una huella emocional en compañía del gran músico Polo. Se fue tu cuerpo, Guajiro Natural, pero sigues vivo en todos y cada uno de quienes te admiramos y compartimos tu música.

Sus canciones seguirán sonando en nuestros corazones.


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