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El gran artefacto del poder

13/01/2020
 Actualizado a 13/01/2020
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Los ministerios y los ministros han ido cayendo largamente sobre la alfombra de la actualidad con un goteo tan perfecto que se diría calculado. Ya se sabe que hoy todo es mediático, todo tiene que ver con las pantallas, con las redes, con la exposición pública, con la estrategia informativa. Los asuntos de la coalición se tejen y destejen entre cuatro paredes, en las batallas dialécticas de la intimidad de las que poco o nada hemos sabido, pero, una vez decididos, saltan al estanque de la actualidad con gran estrépito, se zambullen en las piscinas informativas del invierno, y así, en cierto modo, nos sacuden y nos despiertan en la crudeza gélida de enero, tanta es la quietud que en los últimos meses nos acompañaba.

Pablo Iglesias, a pesar de las estrecheces del voto, se confió a la celeridad. Eligió con rapidez a los suyos, los que le proporcionaba la cuota, o quizás los tenía en mente desde muchos meses atrás, cuando barruntaba que tarde o temprano Pedro tendría que ceder al empuje de la realidad parlamentaria. Pablo mostró ante las cámaras esa ilusión de la primera vez (lloró sin disimulos cuando todo se hubo consumado, quizás porque pensó que ese día nunca llegaría). El hecho de que pronto tuviera los nombramientos bien nombrados, los esquemas y los diagramas resueltos como quien lleva el engranaje almacenado desde hace una eternidad, el hecho de que lo viéramos con todo pasado a limpio, con la letra cuidada del que no quiere que haya equívocos, nos dio a entender que quería poner orden en su oficina, más allá de los avatares de Sánchez, de las decisiones presidenciales que vendrían.

Muchos lo vieron como un apartamiento explícito, como el que se construye su habitación propia dentro del inmenso edificio del poder. Y, de alguna manera, la realidad se precipitó porque todo fue conocido por los periodistas incluso antes de la segunda votación de investidura, filtraciones o comentarios al paso, lo que fuera, todo estaba allí, negro sobre blanco, indicando a Pedro, quizás, estos son mis poderes, esta es mi gente. Pudimos ver a Pablo instalándose en un poder que le era esquivo, incluso en los tiempos no tan lejanos en que su representación parlamentaria había sido mucho más numerosa. Ahora, con menos diputados, incluso con una flaqueza reconocida en los últimos comicios, Pablo alcanzaba la gloria, demostrando que la política también es proclive a las paradojas. De ahí, seguramente, ese afán en comportarse con urgencia y precisión, como quien llega de invitado y no quiere quedar mal a las primeras de cambio, como el que quiere también decir al anfitrión, todo lo mío está nombrado, me has invitado, forzado por las circunstancias, quién lo duda, pero mi parte está servida y la suerte está echada.

Fue ahí, tras las urgencias que dieron velocidad al Fin de Año y al día de Reyes, cuando Iglesias, que ya tenía la pluma en el tintero, se topó de pronto con la pausa dramática establecida de por Pedro Sánchez. Lo que parecía un vértigo inevitable, la necesidad de acabar con la parálisis, se volvió de pronto un meandro tranquilo. Llegó el presidente y detuvo el caudal. Se retiró a los aposentos, dominador de los escenarios, acostumbrado a manejar los tiempos desde los días duros dentro del partido, cuando el cauce le hizo bogar contracorriente. Hasta el día en que al fin ganó la investidura Sánchez mostraba la necesidad de acelerar la realidad, pero, como si la victoria por la mínima le hubiera sorprendido (aunque la tuviera bastante asegurada), detuvo de repente el flujo informativo, con los periodistas ansiosos, y los tertulianos desasistidos de material para sus charlas, y con Pablo Iglesias esperando, como espera el novio, frente al altar de las medidas urgentes.

Pronto supimos que Sánchez traía en la cabeza un aparato ministerial tan gigantesco que se necesitaban días para digerirlo. No se sabe cuántos nombres conocía de antemano (a buen seguro, aquellos ministros que permanecerían), pero otros creen que más que una cuestión de nombres fue un tema de estrategia. En la pausa dramática establecida, con Iglesias congelado como en Narnia en espera de una rápida primavera prometida, Sánchez concibió, dicen algunos, una manera de aclarar el poder compartido, una extraordinaria maquinaria de pesas y medidas con la que balancear los poderes, cerrar y abrir espitas, según las circunstancias, un sistema de pantallas y diques, también de canales ni siquiera imaginados de antemano.

El diseño final del artefacto, al parecer ausente en los contactos con los socios, sorprendió por la milimétrica disposición de las figuras, como si se tratase de una partida de ajedrez. Hubo quien lo vio como un poderoso entramado defensivo, el resultado de una autoprotección férrea, pero otros creyeron que en realidad sería una brigada ofensiva, concebida para achicar espacios de poder, para no perder nunca de vista el campo en su pavorosa amplitud, para no descuidar los flancos ni la retaguardia. La profusión de ministros, algunos dedicados a labores de detalle, otros revestidos de muchos más ropajes competenciales, ofrecían una lectura explícita de la naturaleza compleja de los tiempos que vienen. No han faltado los que definen el lento goteo de los nombramientos como una estrategia más, o incluso como la estrategia principal. Lo importante no reside sólo en hacer, sino en contar lo que se hace. En tiempos de pantallas y redes, en tiempos de suspense y de urgencias emocionales, Sánchez creó una llanura mediática en la que surgían picos de atención, y así, durante algunos días, los periodistas fueron viendo cómo se descubrían las figuras del tablero, cómo se dibujaba la industria de un artefacto de múltiples engranajes, rodaduras y válvulas, un artefacto concebido para tiempos quizás formidables, para resistir, el verbo favorito del Presidente, todos los olímpicos embates.

El complejo gobierno, una babel de voces, tendrá que buscar la sintonía, hallar la siempre esquiva melodía de seducción, evitar que el conjunto, tan poblado de piezas dispares de encajes sutiles, pueda devenir en música desafinada. Visto así, Sánchez tendrá que manejar extraordinarias partituras. Es esta una representación de gran dificultad, un reto interpretativo colosal, quizás una competencia feroz entre los primeros violines. No faltará quien halle la sustancia en las segundas voces, más enjundia podrá anidar, seguramente, en la canción humilde, más en la delicadeza del canto sutil que en la sinfonía pretenciosa. El gran artefacto del poder se pone en marcha, una máquina inmensa echa a andar, sobre el suelo frágil y confuso de este tiempo.
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