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El gol de Iniesta

24/11/2019
 Actualizado a 24/11/2019
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Una noche me sentí casi tan querido como se debía de sentir todas las noches Francisco Javier Guerrero. El que fuera director general de Trabajo de la Junta de Andalucía era, inevitablemente, un tipo muy querido en su pueblo. Cuentan que a la hora del aperitivo en El Pedroso, localidad de la sierra de Sevilla de la que también fue alcalde, no se dedicaba a pagar rondas a sus vecinos, algo que resulta demasiado provinciano y que está al alcance de cualquiera, sino que, por lo general, siempre había alguien que estaba dispuesto a invitarle a él. Guerrero y su chófer (al que mandaba a comprar cocaína, con el que cerraba prostíbulos, al que dejó una ‘herencia’ de 900.000 euros) tenían la mecha corta y, a la mínima, se ponían a repartir sueldos Nescafé. Hasta 6.000 personas se llevaron una paga de por vida, y a buen seguro que cada una de esas 6.000 encontró motivos suficientes en su conciencia para merecerla. No había por qué discutir, no había que dejar a nadie fuera, no había que pasar por el trago de decidir quién sí y quién no, lo que explica que al ahora condenado le apodaran en su pueblo El Virrey. La noche en que yo me sentí casi tan querido como se debía de sentir todas las noches Francisco Javier Guerrero fue una noche de Jueves Santo. Llegué a un corro de chapas con una docena de cofrades que venían de procesionar al Santo Pellejero y fue algo así como si una charanga entrara en una biblioteca. Ya traíamos una indiscutible euforia antes de empezar a ganar. Como era el más sereno, me nombraron administrador y lanzador. Pasé por una de esas rachas que, cuando se trata de un alero de baloncesto, dicen que «se le calentó la muñeca», para desesperación del resto de jugadores del corro, a los que desplumamos, mientras trataba de contener a mi jubilosa grada y sorteaba comentarios que me hacían oído del tipo «¿no podemos apostar a cara y cruz?» o «aquí hemos venido a jugar, Mayra». Cuando saqué caras por séptima vez, creí que acaba de marcar el gol de Iniesta. Fue al repartir un billete de los grandes para cada uno de los cofrades cuando me sentí como se debía de sentir Francisco Javier Guerrero todas las noches. Abrazos, besos, palmadas... Me llamaron «el puto amo» ni sé las veces. Estaban todos tan contentos por volver a casa con más dinero del que tenían al salir que casi me procesionan a mí también. Sin embargo, como era de prever, el agradecimiento duró menos que la resaca, lo que me lleva a pensar, sin entrar en los movedizos terrenos de la ética o de la justicia, en lo equivocado de la estrategia de Guerrero y todo el entramado de los ERE en Andalucía. Para empezar, la varita mágica del ex director general de Trabajo solucionó la vida a miles de personas pero no fue suficiente para luchar contra la despoblación, ya que los pueblos en los que se repartieron esos sueldos Nescafé sufren hoy el abandono con la misma crueldad que el resto.... y eso que son del tamaño de los pueblos andaluces, auténticas metrópolis vistos desde la tundra leonesa. El repetido «aquí se vive muy bien pero el problema es que no hay cómo ganarse la vida» no parece del todo cierto, porque la gente, en cuanto conseguía la paga, se esfumaba. Pero lo que desde luego no puedo entender es que los jueces sentencien que, con este sistema, los socialistas compraban votos y se aseguraban el poder durante décadas, algo en lo que el PP encuentra la justificación a sus repetidas derrotas electorales (ya que lo ven tan claro, cabe preguntarse si algo parecido explicaría también sus repetidas victorias en Castilla y León). Supongo que los votos no se deben de comprar así, sino con promesas incumplidas, con futuribles y no con tangibles. Por lo visto en esta tierra, y salvando las insalvables distancias entre leoneses y andaluces, sospecho que si sucediera algo parecido aquí el que recibe la paga a los cuatro días votaría a cualquiera menos al que se la consiguió.
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