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El gato atado a la puerta

17/04/2022
 Actualizado a 17/04/2022
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No sé cómo se llama, sólo que es un catedrático de Murcia. Apareció en un vídeo de ésos que saltan sin buscarlo y sus primeras palabras fueron como un lazo corredizo atándote a su relato. Primero contó la fábula en la que un gato interrumpía cada día los rezos del poblado hasta que el Maestro ordenó que durante el culto fuese atado fuera, a la puerta del templo. Con los años, tras la muerte del gato, se trajo otro y otro… que fueron atados como los anteriores. Siglos más tarde, se escribieron tratados sobre la importancia y el significado espiritual de atar un gato a la puerta mientras se reza, con mil argumentos, inventados, por supuesto. Un ejemplo de cómo una simplonada puede convertirse en creencia absurda y dogma de fe capaz de pasar de generación en generación. La pregunta es inevitable ¿Cuántos gatos tenemos atados a nuestra puerta?

Después de la parábola, el hombre dijo que antes de hablar quería cantar algo. Y lo hizo, evidenciando que con la música no se ganaría la vida y demostrando lo poco que le importaba hacer el ridículo, para acabar diciendo «Necesitaba hacerlo para perder la reputación. Nada libera tanto para sentirse libre y ser uno mismo». Y después invitó al público a cantar con él, algo que hicieron entre risas nerviosas. Era fácil ver su objetivo y cómo muchos iban ‘perdiendo la reputación’ mientras él (en caso de que la hubiese perdido) la recuperaba o, al menos, la igualaba con los que estaban haciéndolo tan mal como él, aunque tuvo la elegancia de no mencionarlo. Me ha encantado la habilidad del catedrático para mostrar la realidad de cómo somos y la sencillez con la que desmonta falacias de esas que atesoramos en nuestras mentes, en nuestros templos particulares de ‘diositos’ juzgando al prójimo, sin más datos que mil gatos atados a la puerta o piezas de puzles encajadas a martillazos.

Hemos cruzado otra Semana Santa, disfrutándola, sobreviviéndola o huyéndola, a gusto del consumidor. Unos entregados al fervor, otros al espectáculo de maravillosas imágenes desfilando y todos compartiendo el tronar de tambores y cornetas, porque silencios hubo pocos. Semana de templos, cirios, lágrimas de cristal y terciopelos multicolores y negros, de cofradías y público reventando las calles de emoción y diversión a partes iguales. Mientras tanto, otros, los no partícipes, buscaban lugares que garantizan el silencio, viendo desde la distancia dos semanas santas paralelas porque hace siete días, coincidiendo con la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén a lomos de un borrico, asistimos a la entrada triunfal de la ultraderecha en las instituciones de esta comunidad autónoma, a lomos de un homónimo, escondidos en un lunes santo.

Una semana santa desordenada, de despachos, en la que es fácil imaginar a sus personajes trasladados al siglo XXI, alterando los puestos que les corresponderían en la historia bíblica. El Sanedrín gorroneando en una última cena no celebrada «en el atardecer del primer día de los ácimos (primer día en que debía comerse pan hecho sin levadura)», si no en el primer día del pan escaso de sal. Repugna imaginar al Sanedrín de las corbatas pactando, dictando sentencias para acabar con quien consideraban un rival, repartiendo funciones y favores, echando mano de un Caifás cualquiera para liderar la conspiración que consiguiese la condena del inocente. No faltaría un Pilatos cobarde que, aunque empezó diciendo que no le veía culpable, acuciado por la plebe deseosa de sangre y para no perder el favor del César, acabó condenándolo, entregándolo y lavándose las manos. Y sobrarían Judas, que de ésos van sobradas estas tierras, vendiendo por treinta monedas (vamos a llamarlo sillón o cien mil euros anuales) a una región acostumbrada a que la vendan. En este caso el reo era el pueblo. Piso piloto nos han llamado. Un piso de nueve habitaciones, unas muy bien decoradas y otras, simples trasteros y despensa, pero todas compartiendo los mismos miedos, menos uno, porque poco importa la amenaza sobre el capítulo octavo de la constitución a algunos que, agotados de sufrir el deterioro al que les ha llevado una comunidad autónoma falseada, ya dicen en voz alta «a ver si reventando todo, se arregla lo nuestro». Después se preguntarán los partidos vitaliciamente acomodados qué lleva a los ciudadanos a los extremos. Pues nada, acabado el aquelarre y ya vendidos, estamos rezando en el huerto de Getsemaní, listos para iniciar el calvario.

A pesar del ambiente festivo que ha tomado, conviene recordar que en el Calvario bíblico, un hombre arrastró una cruz mientras era flagelado y vejado hasta acabar crucificado. Consuela saber de antemano que el inocente resucitó tal día como hoy, Judas se ahorcó cuando el peso de la culpa pudo con él y fue repudiado hasta tal punto, que la legislación prohíbe usar su nombre.

Ante tanta historia de traiciones, mentiras y sus templos, uno elige quedarse con el gato atado a la puerta, celebrando los tres años de colaboración con este periódico, cumplidos esta semana.
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