22/05/2019
 Actualizado a 19/09/2019
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Un día cierto hidalgo se esforzaba en arrancar de su memoria amables palabras, poco sinceras, para halagar a la dama soñada, deseada. La dificultad era ardua porque es difícil hacer creíble las palabras que no se sienten. –Perdón, pero veo que, por este camino, me voy a los políticos y no es mi intención–. Prosigo. El ambiente del mesón no invitaba a la concentración y, entre el ruido de vasos, sillas, barajas y dados, carcajadas, se oyó la estentórea voz del hidalgo: «¿Cuán gritan estos malditos!» y amenazó, de inmediato, que «en acabando la carta, pagarían caros sus gritos». Y en la estancia se hizo un sepulcral silencio, como sepulcral fue el final de la obra.

Hace unos días coincidí con la salida al recreo de un colegio y Dios me libre de esa experiencia. Un raudal de criaturas, bajando por las escaleras como una horda salvaje. Algunas mamás atisbaban, entre las rejas, para admirar a su rey de la casa y comprobar si se comía el donut, o si algún abusón se lo quitaba. Y entonces volví a acordarme de Don Juan Tenorio y su carta de amor. Una vez en el patio, algunas niñas, aparte, se sentaban para hablar. El resto corría enloquecido, gritando y corriendo como posesos, de un lado a otro hasta el final del ‘recreo’. Imagino cómo se comportarán en clase y compadezco a las maestras. Somos un país un tanto histérico y, como vemos, se va aprendiendo desde la más tierna infancia aunque, con el paso del tiempo, vamos perfeccionando los aullidos.

Se hace en la calle, parques públicos restaurantes, donde los papás delegan el cuidado de los niños a extraños. Los móviles son una pesadilla y las televisiones en los bares obligan a todos a elevar el tono. Al final una algarabía. Los estadios parecen construidos para el desahogo y creo que los psicólogos podrían recomendarlos –ya dijo Sartre que «el infierno son los otros»–. Las tertulias parecen un baile, donde todos se pisan. Pero la vergüenza nacional son las Cámaras de cualquier parlamento que se trate. Se grita, se insulta, se miente y se habla de manera soez. Los que más gritan, se creen con la razón y dicen, vulgarmente, «que se han llevado el gato al agua». Por cierto. ¿Sabes lo que es llevar el gato al agua? Mejor, pregúntale a tu abuelo.
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