El gallo de la tía Ción

Por Saturnino Alonso Requejo

Saturnino Alonso Requejo
16/10/2022
 Actualizado a 16/10/2022
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Me lo ha contado Paco París que sabe más y recuerda más historias que uno de aquellos reporteros del ABC o del YA mismamente. Esto sucedió cuando Riaño era mucho Riaño. ¡Qué tiempos aquellos!

Es el caso que había caído una buena nevada, y las vacas rumiaban calmas sus pensamientos en el santo monasterio de la cuadra.

Había terminado la hila, y los cuatro mozos madreñeaban calle alante buscando una cuadra desamparada para sacar un gallo y pegarse una cena memorable.

Los mozos que digo, a cual más atravesao y jarandero, eran:

– Romualdo Conde de Cosío; Paquín ‘el Chivín’; Aniceto Alonso Muñiz; y Manolín Alvarado, el de Vidal Alvarado el carpintero, natural de Remolina.
El caso fue que, a la altura de la cuadra de la tía Ción, su gallo rojo soltó el primer cantarido de la noche, que vino a ser el último de su vida.
Fue entonces cuando Manolín Alvarado dijo:
– ¡Ya está, este mismo! ¿Para qué ir más lejos, con esta nevadona? Por una vez no tenemos ‘el santo de culo’.

La puerta de roble cedió al primer empujón, y Paquín ‘el Chivín’ se empelingó a las escalerillas, agarró al gallo sultán, le retorció el pescuezo y lo escondió bajo su negro tabardo más sucio que una chimenea. Y allí mismo decidieron, democráticamente, guisarlo al día siguiente en la vieja hornera de la tía Amparo Sierra que era muy comprensiva con las cosas de la mocedad. Que, si alguien le afeaba tanta permisividad solía decir:
– ¡Va, chacha, cosas de mozos! ¡Ya se les pasarán las alegrías, como ha ocurrido siempre! Tarde o temprano, todos los ríos vuelven a su cauce natural.

Del vino se encargó Manolín Alvarado, que tenía buenas relaciones con la Villalona, que lo daba fiao y le debía a su padre el importe de una cómoda de pasillo. Y hasta no les cobraría la botellina de orujo de Liébana.

A la mañana siguiente, en cuanto la tía Ción prendió la lumbre y arrimó el pote de titos, fue a echarle el pienso a las gallinas y, ¡zas!, falta el gallo despertador.
– ¡Los mozos, han sido ellos, cagüen crista, repuño!

Esa misma mañana, la tía Ción se personó en el Juzgado Comarcal y, entre sollozos e insultos, puso la denuncia pertinente al caso.

Y por la tarde, ya oscurecido, entró en la hornera de Amparo Sierra y se llevó la cazuela con el gallo ya guisado. Que lo metió bajo el manto de lana rucia y, a grandes zancadas, entró en su casa como quien ha cometido un delito o ha quebrantado el primer mandamiento de la Ley de Dios.

Pocos días después, echado el bando, se celebró el juicio por el caso del gallo de la tía Ción.

Componían el Jurado Comarcal:
– El JUEZ de oficio, que lo era para toda la zona.
- El FISCAL acusador, que lo era Vidal Alvarado, carpintero de oficio y natural de Remolina.
- El SECRETARIO, procedente de Valdeón, al que se llamaba «Yallegó», desde el día que había llegado a Riaño. Este, tecleaba una máquina de escribir Hispano-Olivetti, más averiada que un par de madreñas taminas, que manejaba con dos dedos, después de buscar cada letra como si anduviera escogiendo lentejas.

Y el juicio comenzó de esta manera, nombrando el tal Secretario a los imputados:
– Comparecen ante este Jurado los que ‘dijón’ ser y llamarse Romualdo Conde Cosio,
– Paquín, alias Chivín,
– Aniceto Alonso Muñiz,
– Manolín Alvarado el de Vidal Alvarado y Daría Alcalde.

Fue entonces cuando Paquín el minero dijo desde el público:
– Secretario: que conste dos veces lo de ‘dijón’, que por algo ‘nos trajón’ a todos a esta sala.

En cuanto al Fiscal Alvarado, su mujer Daría Alcalde le había dicho a la puerta de casa, mientras daba dos vueltas a la llave:
– Mira a ver si no te pasas con la petición de penas, pues uno de los imputados es el tuyo. No te creas que estás cepillando un tablón de roble nudoso, que te conozco.

Todo Riaño estaba allí presente, incluido el Párroco Don Vicente, natural de Remolina, que sabía mucho del Derecho Canónico y algo del Civil.

Cuando la tía Ción se puso de pie y juró por los Cuatro Evangelios y por la eternidad del Pico Yordas decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, empezó a relatar con ponderación los daños que le habían causado los cuatro mozos. Que se santiguó tres veces y dijo:
– Que el gallo robado era el único que tenía, joven y en plenas facultades reproductoras.
– Que, además. de servir eficazmente a su harén de gallinas; servía también a las de otras vecinas, ya que era el sultán de unas cuantas calles y corralas.
– Que ahora sus gallinas, y las de las demás, se habían quedado viudas, no se pondrían cluecas, y a la ‘primavera’ no me darán la treintena de pollos que solían. Y hasta dejarían de poner al no sentirse cuidadas y mimadas por su Patriarca.
– Que «gallina que no cloquea, no nos llena la cazuela».
– ¡Mire, pues, su Señoría por dónde va ya la burra!
– Por lo demás, yo no tengo reloj despertador; y a ver ahora quien me saca de la cama para encender la lumbre y hacer las sopas de ajo.
– O sea, Señoría: que estos me quitaron lo poco que tenía.

En nombre de los acusados habló Manolín Alvarado, que tenía más palabrería que el arroyo de Sanriego. Y dijo con mucha firmeza y decisión:
– Que de aquella trastada moceril ellos no habían sacado ningún provecho.
– Que la tía Ción, a sus espaldas de ellos, había entrado en la hornera de la tía Amparo Sierra y se había llevado el gallo ya guisado con la cazuela y todo.
– Que ellos habían hecho un gasto a mayores en leña, aceite de oliva, ajos zamoranos, cebollas del Bierzo, laurel de Los Beyos, vino blanco de la Villalona, patatas de Tierra la Reina y otros muchos aderezos.
– Que para entretener el rato del guisoplo habían fumado un cuarterón de los del Racionamiento.
– Que por guisar el gallo que se había comido la tía Ción, habían descuidado las cuadras; y no habían podido asistir al rosario de Don Vicente, que habría pasado lista.
– Y que pedían disculpas al que llamaban ‘la zorra’, por haber dejado las plumas del ave a la puerta de su casa.
Terminadas las alegaciones de la acusación y la defensa, el Tribunal hizo un cuchicheo decisorio, y el Secretario ‘Yallegó’, ahuecando la voz, leyó la sentencia:
1º Se condena a una semana de cárcel a ‘los que dijón ser y lla marse’
– Rornualdo Conde de Cosio.
– Paquín, apodado El Chivín, y
– Aniceto Alonso Muñiz.
2° A petición del Fiscal Vidal Alvarado, se condena a cadena perpetua al que dice ser su hijo Juan Manuel (Manolín) Alvarado.
3° Todos ellos cumplirán la condena bajo las órdenes del Alcaide y carcelero que lo es Isaías Sobrino, el sastre quien, bajo su responsabilidad, les abrirá las rejas y los acompañará para que asistan, desde el coro, a la misa dominical oficiada por el párroco Don Vicente Álvarez, natural de Remolina.
4° Así mismo, se condena a la demandante tía Ción a devolver a dichos mozos la cazuela de perigüela en la que se guisó el gallo que ella se comió a satisfacción. Cúmplase esto, pues los dichos mozos necesitarán dicha cazuela para otra ocasión.

A decir verdad, los encarcelados cumplían la pena en la cocina alta del carcelero Isaías Sobrino, el sastre, que no daba puntada sin hilo. Y, en aquella cocina, pues a echar la partida de cartas; y a darle a la jarra de vino de la Villalona; y a mandar cartas a las novias; y a hacerle coplas a la tía Ción:

«A la tía Ción decirnos
que no nos lleve al Juzgado
pues que se llevó su gallo
en cazuela y bien guisado.
La tía Ción que no se queje,
pues ella salió ganando:
que se llevó las tajadas
y a nosotros nos dio el caldo».

En fin, que aquel Juicio Popular, al que asistió todo Riaño, fue más divertido que una comedia o sainete de Don Pedro Muñoz Seca, cuyas representaciones se hacían en Riaño todos los inviernos. Porque, en aquel entonces, Riaño era mucho Riaño.

Cuando pasó aquel susto, los mozos de Riaño cantaban por las calles y tascas:

«El gallo de la tía Ción
nos dejó este testamento:
cuando oigas esta historia,
APLÍCATE BIEN EL CUENTO,
que lo que pasó en su día
pasará en otro momento».
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