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El futuro en una nota

13/06/2022
 Actualizado a 13/06/2022
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Andan estos días miles de chavales sumergidos de lleno en las pruebas de acceso a la universidad, que como cada vez se llaman de una manera, vamos a dejarlo en ‘pruebas’ por dar por sentado que prueban algo. Y supongo que lo hacen con la misma preocupación, nervios y dudas que hemos tenido todos los que hemos pasado por ahí, aunque sepamos de antemano por dónde van los tiros, que cada vez es más fácil aprobar la antes llamada selectividad, o que nueve y medio de cada diez alumnos que se presentan aprueban.

Está claro que cualquier sistema educativo tiene que programar algún tipo de examen que permita cribar a los aspirantes para no colapsar el acceso a las universidades, con unas puertas que ya están bastante más abiertas de la cuenta, pero es difícil entender que después de tantos años nadie haya encontrado y puesto en marcha una manera más justa para ver quien pasa o no a una facultad o quién se tiene que ir a otra aunque le quede a mil kilómetros de su casa.

Un examen que incluso debería servir para aclarar quién va a ser mucho mejor desarrollando una profesión y más feliz trabajando que estudiando una carrera que no le va a servir para nada más que para perder tres, cuatro o cinco años, en el mejor de los casos. Porque ninguna selectividad mide la vocación, la ilusión o la capacidad de liderazgo y para desentrañar situaciones complejas, por citar algunas habilidades más allá de los conocimientos, que al final en muchas profesiones marcan las diferencias entre el que de verdad vale y el que no.

El mal de las 17 selectividades diferentes que padece esta España nuestra o el asunto de que los profesores que corrigen exámenes cobran por volumen y por eso trabajan a destajo que me descubrió hace un montón de años una profesora de instituto, incluso que el alto índice de aprobados y de alumnos que mandan a hacer las pruebas es una ansiada pieza de marketing de los centros educativos dan a entender que todo esto es un espectáculo en el que se marca el futuro de una persona en función de la nota conseguida en un examen. Pero nadie hace nada por cambiarlo.
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