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El futuro de nuestras ciudades II

30/06/2017
 Actualizado a 17/09/2019
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Quizás algún lector avispado, al leer la cabecera, extrañado de que sea la segunda parte de otro escrito, que ni se recuerda, se pregunte: ¿Y dónde está el primero?

Pues en mayo del año 2006, hace once años.

Por aquel entonces iniciaba la colaboración con la entonces ‘La Crónica de León’, escribiendo sobre temas de arquitectura, urbanismo y construcción, pues ese era el compromiso que, reconozco, me he saltado más de una vez, opinando sobre algo que me parecía más interesante, o, también, porque no encontraba tema sobre el tema, que de todo ha habido.

Fue el primer escrito, el origen de esta columna, y en él se planteaba precisamente eso: qué va a ser de nuestras ciudades, diseñadas hoy para el rey coche, si un día desaparece ese rey, cosa no imposible si miramos para atrás y, analizando el pasado, viendo como las ciudades, hasta el siglo XIX se diseñaban para que circularan simplemente personas, sus caballos, o burros, o camellos, o lo que fuere, y sus carros y coches de tiro.

Las calles eran estrechas, serpenteantes, sin más ley que su crecimiento orgánico, nada rectilíneas ni organizadas. Y así fue básicamente hasta que llegó el movimiento ilustrado que ya fue poniendo orden en el desarrollo de las urbes, eso sí, sobre la medida del hombre y sus elementos de transporte y comunicación, alejando ese crecimiento informe resultado de cubrir las necesidades de cada individuo según aparecían.

Vino la revolución industrial, vino el vehículo con propulsión autónoma, y todo cambió.

Que si cambió. Si a nuestros tataratatarabuelos alguien les hubiera dicho que sus caballos se iban a ir a las cuadras y que todo su sistema se iba a convertir en lo que es hoy, lo menos que harían era tildarle de loco, por supuesto.

Claro que algo parecido me sucedió a mí, pues precisamente se planteaba eso, y lo hacía, además, ya desde el principio, justo debajo del título, con la frase que reproduzco:

«Hoy proyectamos y construimos nuestras ciudades por y para ‘su majestad el rey coche’. Y si algún día el coche desaparece, ¿cómo viviremos en nuestras ciudades y qué será de ellas?».

A los pocos días de su publicación, conversando con una amiga precisamente sobre el escrito, ya me comentó que alguien, que también lo había leído, le había dicho algo así como: «pero qué amigo tienes y qué cosas escribe, está ‘zumbao’».

Pues lo escribí y lo mantengo: estamos diseñando las ciudades para los coches, y es verdad que no queda más remedio que hacerlo, pues es un elemento clave de esta civilización, y no tiene salida tratar de quitarlo de ellas, tal y como se está intentando sobre todo en las ciudades grandes, dificultando el aparcamiento y la circulación, forzando el uso de la bicicleta. Es igual, pues el coche sigue mandando, nos guste o no.

Lo que no quita para que se siga manteniendo la pregunta: ¿Y si el coche desaparece?

Sin duda la pregunta sigue viva. Muy viva.

Tanto que, a principios de este mes, Norman Foster, uno de los mejores y más conocidos arquitectos mundiales, y que ha colocado su fundación en España, convocó en Madrid a lo más granado del pensamiento y tecnología del mundo, para tratar del futuro de las ciudades, un futuro «entre la ciencia, la ecología y los cataclismos».

Un evento en el que se trató de todo lo que la ciudad supone. Todo tipo de asuntos, muchos y variados, tal como la influencia de las nuevas tecnologías, la sostenibilidad, el agotamiento de las fuentes naturales, especialmente el petróleo o la desocupación laboral.

Con el agravante de que el campo se vacía mientras que las ciudades se llenan, y en pocos años el 70% de la población mundial estará en esas ciudades que se transforman día a día.

Sin duda, hace treinta años, muchas de las cosas que hoy tenemos a mano como un elemento más, accesible y barato, eran cosas de ciencia ficción, así que no parece que sea un exceso pensar que aparezcan modos o maneras que se modifiquen nuestros usos diarios, transporte incluido.

Por eso, me quedo con lo que Foster mencionó, de forma categórica: El automóvil desaparecerá, como desaparecieron los dinosaurios.

Y es que nuestro entorno cambia a velocidades tremendas. ¿Se acuerda alguien de los primeros teléfonos móviles, que costaban quinientas mil pesetas (tres mil euros), y pesaban un par de quilos?

Hace treinta años, la palabra ‘dron’ ni se conocía, y en los últimos cinco esos drones han aparecido de pronto, evolucionando a tal velocidad que ya hemos visto hace días uno unipersonal entregando no recuerdo qué trofeo.

Pero solamente es esta una nueva posibilidad que se suma a otras muchas. Estamos hartos de ver películas de ciencia ficción con el espacio aéreo poblado o vehículos en todas las direcciones. Y nos parece normal.

Pero es cierto. El futuro no sabemos qué nos deparará. Probablemente, espero, maravillas, aunque no las lleguemos a ver.

Y es cierto que entonces la pregunta cobra actualidad.

Veremos una ciudad vacía, con grandes avenidas solitarias, como los días de pleno agosto, o una ciudad superpoblada con su espacio atestado de vehículos y su suelo superpoblado.

Ya me gustaría saberlo y tener dotes adivinatorias, pero como no es así, me conformo con hacer mi apuesta de ciudades de calles vacías, probablemente porque, de lo malo, malo, me resulta más aceptable.

O sea, que a lo peor yo estaba ‘zumbao’, pero mira por donde Sir Norman Foster, que sin duda es un personaje mundial, supone lo mismo: «los coches desaparecerán como desaparecieron los dinosaurios».

Tampoco me voy a poner una medalla, pues no hace falta ser un premio Nobel para, simplemente analizando la historia de la humanidad y sumando dos y dos, llegar a la misma conclusión.

Además, lo dice Norman Foster y punto redondo. ¿O era Blas el del refrán?
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