09/03/2022
 Actualizado a 09/03/2022
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Hace apenas dos años murió John Le Carré y con él se perdió un hombre que había sido escritor, diplomático, experto en la Guerra Fría y en las cloacas por donde circulan los espías con su carga de verdad y mentira. Todo su bagaje lo plasmó en sus libros, que tienen tanto de documento como de novela. Según cuenta, en las guerras que conoció, la realidad era «distinta a la percepción de lo que a la opinión pública se le permite saber».

Como cualquier conflicto, esta guerra no estalló en un arrebato de Valdimir Putin o por su maldad, como se nos hace creer. Arranca, más bien, de muchos años de conflicto entre dos territorios; uno separatista y otro nacionalista ruso. Con dos mentalidades, dos religiones, dos idiomas y una deriva que llevaría a Ucrania ingresar en la UE y en la OTAN. Lo cual Rusia no podía permitir porque sería como tener el enemigo a las puertas de casa.

Pero si algo especial tiene esta contienda es su maniqueísmo. Buenos, que no lo son tanto y malos demonizados por la dictadura de las redes sociales. Quien tiene razón o quien deja de tenerla, es algo irrelevante cuando la gente es forzada a morir o matar; aunque lo que está en juego, es un cúmulo inconfesable de intereses económicos, financieros y políticos. El beneficio inmediato es para la industria bélica, que aprovecha la ocasión vendiendo sus saldos oxidados y experimentando nuevas técnicas de destrucción.

El gigantesco despliegue del ejército ruso ha causado estupor en Occidente, especialmente entre los países vecinos de la UE que finalmente, han decidido dar su apoyo militar. Con respecto a la OTAN, al no ser Ucrania uno de sus miembros, se ve desasistida por la organización cuyo afán se limita a controlar las fronteras y especular hasta dónde se moverá Putin.

En cuanto al papel del gobierno español, ya estamos acostumbrados a que no se le tenga en cuenta para nada, ni sea convocado en ningún foro, por falta de confianza en una formación que integra separatas, terroristas, comunistas y al lobby narcotraficante de Puebla. Una calaña que no existe en ningún gobierno de la europeo, ni occidental.

En la seguridad que da sentirse en el gobierno, los socios de Sánchez tienen una percepción de la guerra que difiere considerablemente de la del presidente sin disimulo. Ya vimos su aquiescencia con la dictadura castrista y los narcotraficantes del cono Sur. En consecuencia, no puede extrañarnos su decidida defensa hacia el país invasor y su rechazo total hacia el opromido. Nada les importa hacerle un feo más a Sánchez ante la opinión mundial.

Ante esta humillación –donde no se le necesitaba ni esperaba– decidió intervenir enviando material sanitario, mientras que los otros países de la UE, lo hacían de armamento. Que era lo que Zelenski estaba pidiendo. Mas a última hora, cambia los apósitos por los cetmes, para no parecer tan mezquino. ¡Fuego amigo! El primer prisionero de esta guerra ha sido Pedro Sánchez, que permanece cautivo de sus aliados comunistas.

Al final, se hace la luz y donde los políticos y estrategas fracasan, siempre aparece el pueblo llano que, a pesar de las carencias que sufre, se moviliza y da cuanto puede para salvar vidas e imprimir un rostro humano a la barbarie. La generosidad de la gente es el único frente al que las víctimas pueden acogerse.
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