07/08/2020
 Actualizado a 07/08/2020
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En estos tiempos de Covid, las playas interiores son los grandes destinos de moda. Lástima que no tengamos aquí un Martin Parr para sacarles partido, el fotógrafo que ha retratado lo ‘kitsch’ playero desde EE UU a Benidorm. Hablo con conocimiento de causa: en los últimos fines de semana he estado en dos pantanos de dos provincias dejadas de la mano del Dios progreso. En Soria, en Playa Pita, en el embalse de La Cuerda del Pozo, y en Zamora, en el embalse de Valparaíso. Del río Duero al río Tera. De la provincia más despoblada de España a la provincia que más habitantes ha perdido en lo que va de siglo. Y sin embargo, ambas, con playas en ebullición pop.

En Soria pasé unos días deliciosos –y calurosos–. Un paisaje espectacular, con esos bosques de hayas y pino albar, la cama de arándanos y helechos, los Picos de Urbión. Aldeas breves, con casas de piedra blanca y chimeneas cónicas. Con nombres árabes o de resonancias celtíberas o euskeras. En esas carreteras vertiginosas que recorren kilómetros y kilómetros sin indicios de civilización es fácil imaginarse mundos pasados, tribus celtíberas, como las de Numancia, con sus viviendas techadas con hierba, la lareira en el suelo y las bestias pared con pared. Y después, en la playa del embalse, sucesión de sombrillas de colores, familias con la música puesta a todo trapo y lanchas fueraborda que atronaban en el silencioso paisaje.

A Zamora fui y volví en el día. Idéntica soledad en los montes, idéntica brevedad en las aldeas, paisaje áspero, puentes angostos y bosquecillos de robles. Aquí también, reinado de los celtíberos enfrentados a Roma, guerra y héroes, restos de castros y de campamentos romanos. Y también, playas con disonancias pop. Con las montañas de telón de fondo, pédalos con toboganes y desembarco de familias en fila india portando desmesurados flotadores en forma de cisnes rosados, caballos alados o tiburones fosforescentes.

Que junto a esta naturaleza espectacular y esa historia de resonancias míticas crezca lo ‘kitsch’ tan ricamente no deja de fascinarme. Mientras leo el periódico a la sombra de un roble, veo pasar un flotador de metro y medio de altura con forma de flamenco fucsia. Se aleja aguas adentro empujado por la brisa. Me pregunto si el muñeco hinchable será una metáfora de algo. De que lo ‘kitsch’ en el fondo es una buena noticia: donde hay ‘kitsch’ hay alegría. Hay jóvenes, hay familias, hay niños. ¿Será que la existencia postcovid trae nueva vida a la España rural?
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