El flagelo de las llamas

César Pastor Diez
25/08/2022
 Actualizado a 25/08/2022
Los incendios forestales se hallan de funesta actualidad en España, hasta el punto de que en nuestro país el árbol ya es casi una especie en peligro de extinción, y por tanto, existe un riesgo para la propia vida humana, ya que los árboles absorben el dióxido de carbono, el óxido de nitrógeno y el dióxido de azufre entre otros productos nocivos para las personas, además de decorar con sus diversas formas, flores y pétalos multicolores hermosas avenidas, paseos, parques y jardines de las ciudades.

Este verano la región castellano-leonesa ha sido especialmente maltratada con crueldad por los incendios naturales o provocados, con extensos territorios devastados por el fuego, con miles de hectáreas arrasadas, sobre todo en la provincia de Zamora, que ha sufrido inmensas pérdidas a causa del fuego, y donde rebaños enteros han sido pasto de las llamas. Porque el fuego no solo quema árboles sino también pastizales, arbustos y matorrales que protegen y delimitan las haciendas. Y quema los campos de hierba y de rastrojos que alimentaban a rebaños de cabras y ovejas y donde las propias reses han sido diezmadas por las llamas.

Los incendios espontáneos de los bosques son fenómenos naturales como un terremoto o una erupción volcánica, teniendo en cuenta que el fuego también arrasa viviendas y fincas que constituyen el sustento de cientos de familias, y por tanto las personas perjudicadas deben ser indemnizadas como lo fueron recientemente los habitantes de la isla de La Palma.

Hubo un tiempo en que un mono podía atravesar España saltando de un árbol a otro, sin necesidad de pisar el suelo. Dentro de poco solo quedarán en el solar ibérico las ruinas de viejos castillos peraltados sobre las peladas cumbres y valles cenicientos como mudos testigos de lo que en otro tiempo fueron frondosos bosques. Chopos y álamos jalonaban nuestros ríos; pinos, abetos, sauces y abedules poblaban nuestros bosques, e incluso los cipreses tenían una función, la de decorar nuestros camposantos. Y lo más triste es que algunos de los incendios forestales sean intencionados. ¿Cómo puede haber personas tan insensatas? ¿No saben que quien quema un bosque quema un retazo de su propia vida?

Durante muchos siglos la madera, producida por los árboles, ha sido la compañera más fiel y útil para los seres humanos; nos ha dado desde la cuna al ataúd; desde la silla a la cama y desde la viga a la jácena. Para construir una ciudad era precisa la madera de un bosque. Y a lo largo de las centurias el ramaje arbóreo nos ha dado mangos para toda clase de herramientas manuales como formones, picos, palas, azadas, martillos, mazos, serruchos, etc. Y los árboles nos han dado también naves para surcar los mares; puntales, vigas y jácenas para los edificios, viviendas, muebles, leña para el fuego casero, carros para el transporte, traviesas para las vías férreas y muletas y bastones para piernas fatigadas por el peso de los años.

Es cierto que algunos de estos usos de la madera se han ido sustituyendo por el hierro o por el hormigón, como las traviesas del ferrocarril o como los navíos españoles, que fueron de los primeros en dar la vuelta al mundo. También el plástico ha ido sustituyendo a muchos utensilios domésticos y sobre todo a juguetes para niños y niñas. Pero el plástico ya ha adquirido mala prensa por las montañas de basura plástica que se acumula en las playas y en los descampados y que resulta casi imposible destruir y eliminar.

En los últimos tiempos hemos tenido noticia, con fotografías incluidas, de las aldeas y pueblos que iban quedando deshabitados, sobre todo a causa de que los jóvenes emigraban hacia las ciudades en busca de una vida mejor, con más posibilidad de encontrar trabajo, estudios, esparcimiento, diversión, etc., es decir, todo aquello que no les ofrecía el medio rural. En los pueblos iban quedando los ancianos, que en su juventud fueron mineros, campesinos o arrieros. Hoy día ya sería posible elaborar en nuestro país un mapa de geografía muerta, sin esperanza de resurrección.

Ahora se habla de la España vaciada, aunque sería más exacto hablar de la España deshabitada, un proceso que siguió paralelo a la introducción de las empresas industriales que proporcionaban mejor remuneración y seguridad en las ciudades que en las tradicionales labores agrícolas de los pueblos. Además la llegada al medio rural de tractores para roturar la tierra, y las máquinas segadoras y trilladoras dio lugar a un gran excedente de brazos en el campo, por lo que los jóvenes no tuvieron otra opción que emigrar a las ciudades.

La vida rural tuvo plena vitalidad cuando el 80% de sus habitantes se dedicaban a la agricultura. En aquella época, cuando un chaval llegaba a los once o doce años, su padre ya lo sacaba de la escuela y se lo llevaba al campo para iniciarlo en las tareas agrícolas. Las fincas solían pasar de padres a hijos y eran el principal sustento de las familias. En tiempo de cosecha, incluso las mujeres acudían al campo para ayudar en tos trabajos de la siega y de la trilla. Entonces en todo el ámbito campestre se oían los cánticos que animaban a los caballos y mulas mientras rodaban al trote sobre las gavillas en las eras. Ahora son las máquinas segadoras y trilladoras las que se han adueñado de las labores campesinas. La siega a golpes de hoz y la trilla en las eras fueron trabajos más rudos e incultos, pero también más líricos y más humanos.
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