01/07/2020
 Actualizado a 01/07/2020
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Acaso no importen todas las diferencias ni lo mucho que en ellas nos hallamos afanado hasta entonces, puesto que todas ellas se disuelven en idéntico final. Un final que iguala y borra los perfiles tan esforzadamente trabajados, como la nieve iguala y borra los contornos que limitan y definen lo que son y lo que no son las cosas. O quizás, sea esta imposibilidad de eludir un final que no admite distinciones, que es uno y exactamente repetido para todos, la que alimenta el hambre por lograr algo, por pequeño que sea, una palabra, un pez, una piedra sobre otra, una flecha, el recuerdo de un río, aquella alegría inesperada, un andar inconfundible, una espina, un apretón de manos, el miedo que me paralizó y al que me enfrenté, la medalla de una cicatriz, el pañuelo de un llanto, cualquier cosa, por pequeña que sea, vale también el gesto más minúsculo, con tal de que nos acredite como únicos; el hambre por llegar al final con el orgullo de poder decir, aunque nadie nos oiga, aunque no importe a nadie más: yo soy esta palabra y la voz que la pronuncia, soy este pez que rompió la caña, las piedras que unas sobre otras fueron casa, soy la puerta, yo soy la punta de la flecha en la diana, soy la tarde en que crucé el río, soy la alegría de un encuentro, la cojera que sucedió al salto y el placer por saltar, soy esta espina de la flor y el olor de la rosa, la mano que estrechó y la mano que me ayudó a levantarme y el polvo que me sacudí, soy la cobardía y el valor, soy la cicatriz que me impidió olvidar, yo soy la lágrimas que no pude contener y el primer llanto de mi hijo. Acaso, no poder escapar a ese final, la muerte, en el que se disuelven detalles y matices, hitos y nombres, sea el punto de apoyo y la palanca de una voluntad, la de cada uno, que desea más que nada decidir cómo vivir el tiempo que nos es concedido y hacer de esa precariedad, que como seres vivos nos define, el material precioso con el que construir una biografía propia e irrepetible, efímera. Por efímera, precisamente.

Queridos lectores, me despido por un tiempo. Aprovechen cada instante, porque, como cantó Aquiles, el soplo de la vida no se puede robar ni comprar ni hacer volver atrás cuando por última vez atraviesa la barrera de los dientes. Espero encontrarles a la vuelta y hablarles de León.
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