jose-luis-gavilanes-web.jpg

El fetichismo del éxito

22/05/2022
 Actualizado a 22/05/2022
Guardar
Nada caracteriza mejor la mentalidad del hombre de nuestros días que el afán de triunfar a toda costa. Conocí hace tiempo en Salamanca a un joven californiano que había abandonado los Estados Unidos porque no podía soportar el afán competitivo de aquella sociedad. Conseguir el éxito apetecido ha pasado a ser la versión moderna del ‘summum bonum’. (el bien supremo). Pero mientras que este concepto era entendido en otras épocas y civilizaciones como sinónimo de rectitud moral, elevación espiritual o entrega a un ideal superior, hoy ha adquirido la categoría de un valor que se basta así mismo y que por ello no presupone ni necesita ninguna legitimación ética, humana o social. Lo único que cuenta es estar por encima de los demás, no importa con qué métodos y procedimientos. En otra época menos materialista y utilitarista que la nuestra no se juzgaba a las personas de bien por los resultados prácticos que obtenían sino por su intencionalidad. En otro caso, como muy bien ejemplifica Heleno Saña (‘La ideología del éxito’), ¿podría explicarse que un héroe de tan poca fortuna como Don Quijote de la Mancha haya emocionado e inspirado a tantas generaciones? Y no menor revelador el ejemplo de la fe cristiana, basada ante todo y en primer lugar en el amor hasta el martirio a un crucificado. He aquí a dos pobres seres valorados perennemente por millones.

El fetichismo del éxito se ha extendido a todas las esferas de la vida individual y colectiva, desde la política al mundo de los negocios y los deportes, a la industria de la cultura y los medios de comunicación. Quien más quien menos aspira a acumular trofeos, a ser un vencedor, a sentirse superior a sus contrincantes y a gozar de la admiración y los aplausos de la masa. El problema del ser o no ser ya no es para el hombre actual un problema ontológico o metafísico, sino que queda reducido a la disyuntiva entre el éxito o fracaso. Lo que priva es figurar en la lista de los famosos o en la consecución del ‘ranking’, batir ‘records’ y despertar el interés de las tribunas mediáticas. El éxito no es ya un valor intrínseco como la bondad, la abnegación o el espíritu de solidaridad. El éxito requiere más el reconocimiento de los demás que la propia autoestima.

El éxito, en suma, es lo que se impone o triunfa como cantidad, sean los negocios, la política, la cultura, la vida sexual, el mundo de los espectáculos o de los deportes. Todo queda reducido a números, estadísticas, sondeos demoscópicos, encuestas, estudios de mercado y listas de ‘betsellers’; es decir, la competencia y la lucha de todos contra todos para obtener los resultados más altos. Lógico es también que esta misma sociedad tenga a menos todos aquellos tributos y modos de ser que no se dejan contabilizar o cotizar en ningún mercado bursátil, como la conciencia moral, el amor al prójimo, la honestidad, el espíritu de sacrificio, la humildad, la generosidad o la grandeza del alma.

Debemos de desengañarnos que la verdadera felicidad se gesta y reside en conformación con uno mismo. Es un bien espiritual que nada tiene que ver con la posesión de la riqueza, poder, fama y otros trofeos mundanos. Así ha ocurrido hasta el advenimiento de la burguesía y la apología del individualismo posesivo. Es a partir de esta mutación histórico-axiológica cuando se empieza a tasar a las personas por el volumen de su cuenta bancaria o de los cargos que ostenta. Esa (esta) sociedad, en la que los únicos vínculos son las relaciones y los sentimientos que surgen del interés pecuniario, es algo..... repulsivo.
Lo más leído