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El Fary vive, la lucha sigue

12/01/2020
 Actualizado a 12/01/2020
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Iba a tirar la toalla. Os juro que es duro escribir de todos esos bares y negocios que ves cómo bajan la trapa cada día porque estás convencido de que el ministro que lo sea de la cosa despoblacional —de Igea ni hablamos—no va a entender nada, va a pedir los números y las cifras, los porcentajes y hasta los tantos por ciento. Me dan ganas de contarle la conversación del Tío Miguelín y el Tío Navarro, hermanos a la sazón, que querían salir de pobres buscando minas (de carbón) que explotar. Miguelín vio salir agua negra y gritó alborozado.

- ¡¡¡Ay hermano!!! Aquí está la mina.

- ¡Qué suerte! Aunque la hayas visto tú me darás un 10%.

- ¿Un 10%? Avaricioso. Te daré la mitad y vas que chutas, que para eso somos hermanos.

Esto el ministro no lo entiende. Cree que la mitad es más del 10%. Y seguirá agarrado a las cifras sin darse cuenta que el taller de bicicletas de Lucas no arreglaba bicis, era un puerto de destino de todos los guajes y les preguntaba cosas y les contaba otras. Que Almacenes El Rubio no era una tienda sino el sitio donde nos llevaban los maestros de excursión para que viéramos el tren y al lado una tienda enorme, de dos plantas y con unas estanterías que llamaban abarrotes, donde había de todo. Que El Escaño era un bar que estaba abierto, tanto la puerta como la posibilidad de que a las cinco de la mañana se inventara la pólvora, no la que ya estaba inventada sino otra. Que el bar de Pardavé nos recordaba que por allí pasó la carretera cuando lo regentaba Aurora, la hermana de Chucho, que tenía otro hermano guarda del río y hasta uno comisario, que si nos pasaba algo en Madrid, caso de que fuéramos, no teníamos más que preguntar por él,que «tiene el despacho en una comisaría que está según entras (a Madrid) a mano derecha, después de una casa que tiene geranios en el balcón. No tiene perdida».

Llegaba yo jodido. El ministro nuevo no lo va a entender, pensaba, y cuando trataba de explicárselo a la crianza me dijeron que no me comiera la cabeza: «El Fary vive, la lucha sigue», argumentaron convencidos.

¿Cómo no me había dado cuenta?
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