El fantasma del teatro emperador y el ministro

Según pisó el ministro de cultura la ciudad, los periodistas se marcharon a preguntarle por la casa encantada esa y se acordaron algunos de los millones que se fueron gastados en promesas, irá ya para tres lustros…

Bruno Marcos
08/12/2018
 Actualizado a 19/09/2019
Frontal del Teatro Emperador con su deteriorado rótulo.
Frontal del Teatro Emperador con su deteriorado rótulo.
Va camino de convertirse el edificio del otrora teatro Emperador en la gran alegoría de la decadencia nuestra. Espacio monumental y afantasmado que lució galas que hoy se empolvan. Palcos dorados, terciopelo carmesí, candilejas, lámparas de vidrios iridiscentes de varios metros de diámetro, espejos, oropeles y solemnes telones que se cubren de telarañas en un lugar por el que pasaron glorias de la escena, divas de la ópera, donde se escucharon textos memorables y se vivieron emociones, cosas que se irán, poco a poco, del recuerdo al olvido.

Según pisó el ministro de cultura la ciudad, los periodistas se marcharon a preguntarle por la casa encantada esa y se acordaron algunos de los millones que se fueron gastados en promesas, irá ya para tres lustros…

Más tarde acudimos muchos a oírle hablar en el palacio de los Luna, en una sala pétrea que hay después de atravesar otras con muñecos disfrazados de reyes leoneses. Y entretanto, con la voz del señor ministro de fondo enumerando de uno en uno los retos de la cultura del futuro —que tenían que ver mucho con el laboral derecho—, se le fue a quien esto escribe el santo al cielo y dio en pensar en el edificio ese y se dio cuenta entonces de que se le habían escapado a la fachada del viejo teatro, de la noche a la mañana, las magníficas grandes letras blancas sobre fondo rojo que designaban al teatro de provincias con el colosal nombre de Emperador. Emperador ahora sin imperio, Emperador que impera hoy tan sólo en los recuerdos y en las sombras.

El ministro estuvo muy centrado en calcular las formas y maneras de apoyar a los creadores culturales e, incluso, a las empresas de videojuegos —que al parecer compete al ramo— y otras cosas tocó muy necesarias, como que los escritores jubilados no tengan que renunciar a cobrar lo que den sus libros —castigo que instauró otro ministro— y nos dijo este que la principal oposición a un estatuto del artista —que favorezca a tan débil estamento— está en los sindicatos que no permiten privilegios para nadie, ni aunque se les diga que se trata del divino Miguel Ángel.

Se le comentó el desaire del conservatorio de música, que o se hace pequeño o no se nos hace; aunque nadie se atrevió por vergüenza a decirle que nos ofrecieron para albergarlo los bajos fondos periféricos de un campo de fútbol.

Pero en León todo el mundo pensaba en el gran fantasma del teatro Emperador, qué sería de él… Algún humorista demasiado cáustico apunta que acabará siendo un mausoleo, pero lo más seguro es que se sume a las cosas que desaparecen, es decir que se reste, como la desventrada Plaza del Grano, la casa de Ordás, la de González de Lama, la de Vela Zanetti o el tren de FEVE y tantas otras, que se vaya como ya se fueron las letras del cartel de su nombre y que su imponente escénica escalera sirva de telón de fondo a infinidad de fantasmas, no sólo de actores y cantantes o bailarines idos, sino de concejales, diputados, alcaldes y hasta ministros, también nosotros: Todos.
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