29/06/2015
 Actualizado a 11/09/2019
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Los magníficos reportajes de Toño Morala en este mismo medio nos hablan de oficios y trabajos ya perdidos, pero que fueron todavía parte de las vidas de algunos de nosotros. Uno de ellos, todavía inédito, era el estraperlo, que consistía en burlar el pago en los fielatos para las mercaderías que se llevaban a vender a domicilio de forma clandestina.

Mi padre fue uno de tantos estraperlistas en la posguerra. Se hacía con unos sacos de fréjoles, garbanzos, o lentejas, en las casas de los campesinos del curso medio del Astura (de Gradefes a Cistierna) y los vendía a los mineros del valle de Sabero. La ganancia consistía en no pasar por el fielato de Cistierna, donde había que pagar tributo por conejo y por gallina, por huevos, por legumbres, por harina. Para ello había que disponer de una bicicleta recia, de un conocimiento exhaustivo de los vericuetos del monte, y de una linterna sorda (candil de carburo) para no perderse en medio de la noche.

Pero no sé por qué he comenzado hablando de oficios ya perdidos, puesto que es lo mismo que hoy en día hacemos escamoteando el IVA (No hace falta que me haga usted factura) o votando a unos políticos que ya tienen acreditada suficientemente su afición a escamotear nuestras voluntades una vez que toman posesión de su garito. Necesitar, necesitan lo mismo: Una cara bien recia, un conocimiento exhaustivo de la lentitud de la justicia, y una linterna sorda que borre los contornos de sus fechorías. La diferencia estriba en que aquellos estraperlistas lo hacían por una necesidad imperiosa de alimentar a su familia y estos lo hacen por mera avaricia. Aquellos eran recibidos clandestinamente en las casas de los mineros con alborozo y estos vilipendiados con la boca pequeña por el público, pero vueltos a colocar en sus tabucos cada cuatro años por los pusilánimes votos.

Pero existe el estraperlo de altura, el que no necesita condiciones, tan sólo tener el suficiente morro. Por ejemplo aquel que te roba un hallazgo o una idea, el que te plagia un escrito, el que te roba un pensamiento, o el que minimiza tus méritos, encauzando las aguas de riego hacia otras fincas (léase premios-prebendas-subvenciones-subsidios). La diferencia entre aquellos y estos estraperlistas, a parte de las razones, salta a la vista. De estos no aprendes nunca nada, mientras que de aquellos aprendían la épica gamberra: «A la entrada de Sabero / lo primero que se ve / son las bragas de la Chana / colgadas de una pared / La Chana, la Chana, vive en Vegamediana» cantaba mi padre.
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