07/01/2021
 Actualizado a 07/01/2021
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El pasado uno de enero se celebró la feria del Espino, en Vega de Espinadera. Por desgracia, este año, no estuvieron las pulpeiras. Es lo que tiene la ‘nueva normalidad’ de la que tanto se habla. Comenzar el año sabiendo que no tienes que hacer la comida, es, para las paisanas de Vega, un lujo impagable. A eso de la una o la una y media, se acercaban con la cazuela y la llenaban de pulpo con cachelos y se les acababan las preocupaciones. Eso si los señoritos de Ponferrada que estaban de empalmada, les habían dejado algo. Tiene su lógica. Después de pasar toda la noche de juerga, bebiendo como sólo saben beber los bercianos, no hay cosa en el mundo que siente mejor que comer un plato colmado, (y a fe mía que lo colman), de ese manjar de los dioses. Uno nunca tuvo la suerte de ir a Vega el día uno de enero. Fui, y comí, el día quince, en el que, todos los meses, se repite la historia. Estar en un valle único, maravilloso, a pie de los Ancares, y bajo la protección de la Virgen, es, hablando en plata, una pasada. El río Cúa da al valle el frescor y la fuerza para que se produzcan en sus campos los mejores frutos. Y visitar después de la pitanza el monasterio de San Andrés, declarado monumento histórico artístico, una ayuda espiritual necesaria, en este caso, para acabar de hacer la digestión convenientemente. Al lado de Vega hay que visitar, sí o sí, los pueblos de Valle de Finolledo y de Sésamo para convencerte, de una vez por todas, de que la naturaleza y los hombres, puestos de acuerdo, son capaces de realizar obras de arte únicas.

Pues, por desgracia, hacer esto, (ver la naturaleza, obras de arte, comer, beber y probablemente dormir y fornicar), está en pausa por culpa de los ceporros que nos gobiernan. Por lo visto, estar al aire libre, respirar el aire libre, es causa segura de contagio, aunque se guarde la estúpida distancia de seguridad. Tengo un amigo que me dice que soy un negacionista, insulto gravísimo, por lo visto. ¡Hombre!, pues bienvenido sea el insulto. Aunque yo no niego nada. Por no negar, me abstengo de negar la existencia de Dios. Lo que nunca negaré es que, no se sabe bien quién y porqué, existen fuerzas en el mundo que nos quieren quitar la sal de la vida. Son, no lo dudéis, los de siempre. Nunca son iguales los afanes y las preocupaciones de los ricos que de los pobres. Son siempre los ricos y los poderosos los que marcan la pauta de comportamiento de la sociedad. Ahora, asolados por las muertes que hemos padecido, por la desesperación económica de la mitad de la población mundial por culpa de los ceses de la actividad económica, los pobres, los parias de la tierra que se nombran en la Internacional, tenemos que seguir los dictados de una élite capitalista ansiosa por controlarlo todo con mano de hierro. Os he hablado muchas veces de mi pasión por todo lo que escribió George Orwell, de su clarividencia, de su espíritu de lucha irreductible y del acierto de sus predicciones. Otra vez hay que darle la razón. Vivimos en una sociedad controlada por unos Estados que han alcanzado un poner tan inmenso como en ningún otro momento de la historia y dónde nadie es capaz de ponerles freno: ni los parias de la tierra, ni los intelectuales, ni el ‘quinto poder’... Todos nos conformamos con sobrevivir un día más, como si esto fuera un regalo y no un derecho; nos parecemos, por desgracia, a la plebe romana que estaba tan contenta si el Emperador les regalaba el pan yel circo. Somos idénticos a aquellos hombres: conformistas, sumisos ypusilánimes, incapaces de levantar la cabeza.

Para mí, todo se resume en que he perdido la oportunidad de acercarme a Vega de Espinadera a comer pulpo, en que no se celebrará la romería de las Vírgenes de Villasfrías el segundo sábado de mayo y no podré ver a mis amigos ni comer las mejores alubias del mundo, en que no me podré acercar a Sevilla a ver los pasos de Semana Santa, (eso sí es una Semana Santa como Dios manda y no la sobrevalorada de aquí, que es más aburrida que una jota leonesa), en que cuelgan de un hilo las fiestas de Santiago en mi pueblo, en que tendré que seguir viendo a mi nieto en vídeos y no en directo, que es lo que mola, lo que presta, lo que emociona. Se resume en que no podré contarle los cuentos que me contaba mi abuela...; unos cuentos maravillosos que pierden toda la gracia y la enjundia si se leen, porque no es lo mismo ver la cara de quién lo escucha, con sus reacciones de miedo, sorpresa y emoción y que son irrepetibles si lo lees. Cada día estoy más convencido de que la literatura, los hermanos Grimm, Andersen, Dumas o los anónimos creadores de ‘las mil y una noches’, no hicieron ningún bien al mundo recopilando los cuentos que se contaban en sus países. Es mucho mejor escucharlos, sentirlos, amarlos de viva voz... Por desgracia, y en la actual coyuntura, esto es impensable. Nos lo han robado en nombre de una seguridad inexistente. Salud y anarquía.


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