perandones-juan-jose-2b.jpg

El español, lengua acoceada

10/02/2018
 Actualizado a 17/09/2019
Guardar
La coz a nuestra lengua, propinada este martes por una parlamentaria, al añadir al nombre portavoz el morfema de género femenino, ha deparado una serie de artículos y comparecencias públicas; asimismo, alguna jerigonza solidaria. En la mañana del jueves, en la tertulia sobre la actualidad de la emisora de Planeta, abordaban este asunto, desautorizando a una portavoz tan frescales. Curioso era el escuchar sus alternantes titubeos, pues dudaban, entre otros usos, si era correcto decir jueza o presidenta; al tiempo que uno nos obsequiaba con «algaraca» y otro con «descollan».

Los ciudadanos de cualquier otra nación, herederos de una lengua hablada por más de 400 millones de personas, se sentirían orgullosos de un bien tan preciado, de ser partícipes de un cauce de expresión que los aúna con ancestrales culturas de varios continentes; y, aquellos con relieve público, pondrían su empeño en alcanzar su correcto uso. La evidencia de que los citados contertulios no hubiesen dedicado unos minutos a leer, siquiera a través de Internet, las directrices de la Academia respecto al ‘Uso del masculino en referencia a seres de ambos sexos’, no es algo excepcional, sino habitual desdeño en muchos de los que, por su profesión, tienen a su alcance un altavoz público. Más sangrante es la actitud de los que, en el ámbito de la política, se placen, obnubilados, ante una piña de «alcachofas», o bien son hacedores de las leyes que rigen nuestra vida.

El sometimiento de la lengua común de los españoles a los antojos de los nacionalistas, apadrinado por los políticos de los dos grandes partidos, ha tenido un largo recorrido, y muchos silencios cómplices. En febrero de 1992, los senadores aprobaron retirar del uso oficial los topónimos Lérida y Gerona. Tomaron nota los gallegos, y cinco años después, en la Alta Cámara, les tocó en suerte a La Coruña y Orense. En junio de 2011, como una concesión más del Gobierno en la negociación con los nacionalistas vascos, para contar con su voto en la aprobación de los presupuestos, se suprimían los de Guipúzcoa y Vizcaya; mientras que para la tercera provincia se consideraban válidas ambas lenguas, el español y el vascuence, Álava / Araba. Publicados tales acuerdos en el BOE, dicho y hecho: así, sales de Madrid, atraviesas Castilla, León, y los paneles del Mopu te nominan, exclusivamente, dirección ‘A Coruña’ y ‘Ourense’; de igual manera sucede con las otras provincias. A esta tropelía se han sumado los medios informativos.

Podemos considerar los anteriores hurtos de esas antiguas palabras una bagatela. Con el fundamento de la persecución precedente, e indebida, de otras lenguas, en algunos territorios se ha producido una extralimitación, tanto por parte del Estado como de las propias nacionalidades (también algunas regiones), al permitir el primero y pretender las segundas arrinconar el empleo del español, ya fuese en la educación, en el acceso a la función pública, o en la cultura, empresa privada…; más grave aún es que el hecho de su uso y aprendizaje como lengua materna (sin menoscabo de otra propia), sea impedido o suponga marginación. El caso más abusivo se manifiesta en Cataluña: en 1983 se aprueba la ‘Ley de Normalización Lingüística’, para impulsar el derecho al uso del catalán, pero su desarrollo posterior, con una nueva ley en 2009, en la que se aprobaba su blindaje, como lengua vehicular de la enseñanza, ha conllevado el que la lengua común cuente con dos o tres horas semanales en el horario docente. Es esta última una ley claramente anticonstitucional, pero no recurrida en su día por ninguno de los dos grandes partidos.

Lo que definíamos, al principio, como coz a nuestra lengua, por parte de una parlamentaria, no es más que un detalle de un desafuero mucho más profundo. Que tuvo su cohete inicial en unos cuadernillos del gubernamental Instituto de la Mujer en 2002 /2003. El más significativo, el titulado ‘Nombra en femenino y en masculino’, elaborado por dos profesoras de español, una de inglés y una historiadora; en el mismo, erigiéndose con potestad para pontificar más allá de la solvencia de las 22 Academias, de los gramáticos más acreditados, hacen una serie de consideraciones y propuestas, para aplicar en la administración pública; una de las más llamativas es su taxativa afirmación de que «el masculino, para referirse a los dos sexos, no consigue representarlos». De esta suerte, como guerrilla contra lo que llaman «lenguaje sexista» surgen frases pintorescas, palabras en femenino, tal la pretendida con portavoz, que cuenta con forma única; fatiga mucho asistir a cómo algunos empiezan con desdoblamientos de las palabras, y, por resultar imposible su continuidad, dada la natural economía del lenguaje, no sabes, al final, si escuchas a una persona o a una cotorra (y conste que las hay tanto machos como hembras).

Padece nuestra lengua, como podemos apreciar, la acometida casera de todas estas coces, y de alguna otra foránea, como los anglicismos; también un inmerecido desamparo. Bien se evitarían, si todos, políticos y no políticos, con humildad nos guiásemos de los mejores del oficio, es decir, nos atuviésemos al refrán español: «Zapatero, a tus zapatos».
Lo más leído