El escudo contra el virus llega con júbilo

La segunda dosis comienza a ser administrada en las primeras residencias vacunadas

Sergio Jorge
24/01/2021
 Actualizado a 24/01/2021
El dispositivo organizado en la residencia de Villaornate permitió que en poco tiempo se vacunara a más de 70 personas. | MAURICIO PEÑA
El dispositivo organizado en la residencia de Villaornate permitió que en poco tiempo se vacunara a más de 70 personas. | MAURICIO PEÑA
Pocas veces se puede ver a decenas de personas que sonríen e incluso aplauden minutos antes de ser pinchadas por una aguja. Esto es porque prácticamente nunca se ha esperado con tanta ilusión la llegada de una vacuna, la que acabará con la incertidumbre que rodea a todas las residencias de mayores, en las que el miedo a contagiarse por el covid-19 ha transformado la vida de sus internos, pero también la de sus profesionales.

El final de esta tediosa espera llegó el viernes a dos residencias del sur de la provincia, Villaornate y Fontanil de los Oteros, donde dos enfermeras del centro de salud de Valencia de Don Juan, Araceli y Saray, fueron las encargadas de administrar la segunda dosis de la vacuna de Pfizer, la misma que inocularon el día 30, cerrando así el ciclo previsto para que en aproximadamente una semana se inmunice a todas las personas que la recibieron.

El camino ha sido largo, desde que hace prácticamente un año se empezaron a conocer las devastadores consecuencias del SARS-CoV-2, ese virus llegado de China y que tanto ha cambiado la vida del planeta. Pero todo ello contrasta con la alegría que mostraban los residentes de ambos centros. «Tenía ganas de que me la pusieran, para que no me entre ese mal», explicaba Dorotea en la residencia de Villaornate. A sus 97 años se mostraba feliz por recibir ese pequeño pinchazo que le permitirá ver a su familia. «Estoy contenta», decía minutos antes de que empezara el trasiego perfectamente organizado hacia la sala donde se inyectaron las vacunas. «¿Te cuidamos bien?», le preguntaba una de las trabajadoras del centro. «Me cuido yo con lo que me dais», le respondía con cierta picardía una de las veteranas del centro, aunque la mayor es Ángela, que tiene ya 101 años.

Poco a poco, los 49 residentes fueron recibiendo la segunda dosis, excepto tres de ellos a los que se inyectó la primera ya que el día 30 no pudieron. Algunas iban relatando que la primera vacuna les había dejado un pequeño bulto que a los pocos días se fue, otras se quitaban rápido la chaqueta para no hacer perder tiempo a las sanitarias, ayudadas por Alejandro, el enfermero de la residencia. Y la plantilla de trabajadoras del centro iba y venía todo lo rápido que podían con el siguiente de la lista. «Ha sido mucho el esfuerzo hasta llegar aquí, pero estábamos deseándolo», apuntaba una de ellas. «Es como un escudo», detallaba Margarita, otra de las 24 empleadas.

Aunque apenas llevan tres semanas vacunando, el sistema lo tienen tan interiorizado que funciona como un reloj: mientras Araceli va citando a los residentes que tienen que ser vacunados para luego introducir los datos en el sistema informático de Medora, incluida la categoría profesional de la plantilla y el lote del vial, Saray rellena las jeringuillas y Alejandro va poniendo las vacunas. Pero antes las trabajadoras del centro ya tienen preparados a los internos para que todo sea más fluido y así en una hora aproximadamente todos queden vacunados, al tiempo que se evita que se aglomeren muchas personas en torno a la puerta de la sala.

También los profesionales, a los que el primer día se les dio una cartilla de vacunación en la que se apunta la información y que desde este viernes ya luce la segunda dosis administrada.

«Es una satisfacción y un orgullo», explicaba la directora del centro, María Blanco, que junto a los 24 profesionales de la residencia han logrado que no hubiera ningún caso en todos estos meses. «Nos hemos puesto muy cabezotas con las medidas», aseguraba la responsable, que ha logrado que todo el personal se implicara para así conseguir que no se contagiaran fuera y evitar que afectara a los residentes. «Hemos seguido un protocolo por el que cada cinco o siete días se hacía test de antígenos y una vez al mes una PCR a los trabajadores, y a los residentes cada 15 días», apuntaba la directora, que reconoce que los mayores del centro «son muy buenos, se han adaptado muy bien y lo han asumido desde el principio». Y es que estos meses han sido duros, ya que apenas han salido para cuestiones obligatorias y ni siquiera han podido ver a su familia durante buena parte de la pandemia.

Una vez que residentes y profesionales de Villaornate habían recibido la dosis que les faltaba para lograr la ansiada inmunidad, las dos enfermeras se desplazaron a Fontanil de los Oteros en el taxi que ese día les llevaba de un pueblo a otro, partiendo desde Valencia de Don Juan, donde comenzaron la jornada de vacunaciones. En la residencia de la congregación Capuchinas Misioneras del Trabajo fueron recibidas con los aplausos entregados de mayores y profesionales que estaban esperando a Araceli y Saray. Las caras de alegría por verlas llegar con las cajas y el refrigerador portátil con los viales mostraban bien a las claras que eran más que esperadas con ansias por todos. «Teníamos muchas ganas», aseguraba la superiora, sor Consuelo Aguayo, que restaba importancia a la labor que se ha realizado durante todo este tiempo para que también sea un centro en el que no ha habido ni un caso de coronavirus: «Ha ayudado todo, también que sea un edificio grande y se pueda ventilar bien, hemos tenido mucha suerte».

El dispositivo organizado por las dos enfermeras era similar al de Villaornate: mientras iban citando los nombres de los residentes primero y las profesionales y religiosas después, los siguientes en el turno se iban preparando, con lo que a la sala de vacunación solo entraba la persona que iba a recibir la dosis, acompañada siempre por una paciente y sonriente sor Consuelo.

«¿Ya está?», preguntaba una de las residentes nada más que le habían hecho el pequeño pinchazo que en pocos días le dará la inmunidad. «Lo toleran muy bien», reconocía Araceli mientras seguía apuntando nombres y más nombres de personas vacunadas. «Hace ilusión poner las vacunas contra el covid», reconocía satisfecha de un trabajo que le está permitiendo llevar la esperanza de evitar los contagios en unos lugares donde el riesgo de gravedad en esta enfermedad es alto. Por eso nada más terminar de vacunar a los profesionales, recordaba a la superiora que las medidas de seguridad sanitaria no deben suspenderse ni ahora ni cuando pasen los siete días para la inmunidad. La mascarilla, la distancia, el lavar las manos y, sobre todo, no bajar la guardia nunca, es la garantía de que esta enfermedad no entrará en residencias como la de Fontanilo la de Villaornate.
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