El escritor construido con palabras y belleza

Manuel Cuenya nos regala ‘Del agua y del tiempo’, un imprescindible, necesario y obligado viaje interior que nos lleva a reflexionar sobre la propia vida

Ruy Vega
23/06/2019
 Actualizado a 18/09/2019
Portada del libro ‘Del agua y del tiempo’ y ‘Mapas afectivos’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Portada del libro ‘Del agua y del tiempo’ y ‘Mapas afectivos’ que ha ocupado la mesa de lectura de Ruy Vega este mes.
Hoy, tras anochecer, me senté en el jardín. La brisa era suave, quizá transportaba sueños de algún poeta, no lo sé, me gusta pensar que es así. Una cerveza fría en mi mano. Música en mis auriculares. Miro a las estrellas, sonrío. Papá, quizá ahora tú estés ahí, en ese mismo lugar, mirándome. Dicen que hay cien mil millones de estrellas en nuestra galaxia, exactamente el mismo número de seres humanos que se cree que han vivido, a lo largo de los milenios, en nuestro hermoso planeta. Este cálculo, totalmente científico y entrada de la gran 2001 Odisea del espacio, le da mayor simbolismo, sin duda, al poético pensamiento de que cuando alguien se nos va una estrella más ilumina el cielo nocturno. Sin duda, la tuya es de la que más brilla.

Y de todo eso, de la belleza, de la vida más hermosa, del amor y de la muerte, nos habla Manuel Cuenya en una imprescindible joya que he tenido la suerte de leer y que ojalá tras esta carta tú también puedas.

Te confieso que tengo cierto vértigo. Está tan hermosamente escrito que no quiero estropear con alguna incorrección textos tan certeros. Manuel, al que ya conocerás por otras de las cartas que te he enviado, es un viajero. Un hombre cuyo hogar es el mundo, su casa un libro y su pareja indestructible la literatura. Pero esta vez no se ha embarcado en caminos que cruzan desiertos ni ha dormido en hoteles de enormes ciudades de lenguas extrañas. No, esta vez ha decidido hacer el viaje más sincero y reflexivo que se puede realizar: el viaje de uno mismo. Letra a letra, palabra a palabra, frase a frase o verso a verso, Cuenya nos ha regalado la vida en sí misma, con todos sus altos, sus bajos, sus valles y sus noches. Porque la vida, papá, es precisamente eso. Y quizá si siempre fuera hermosa no tendría el mismo sentido, ni sería completa ni, probablemente, hubiéramos conocido poemas y canciones especialmente hermosas, nacidas de la tristeza, pero directas a la realidad.

¿Su título? Del agua y del tiempo. Te imagino ahora sonriendo, allí donde estás, sabedor de la realidad plasmada en tan poco espacio. «Del agua y del tiempo…», me habrías murmurado. Porque si hay dos cosas que definan la vida de cualquiera de nosotros, y ahora vuelvo a la ciencia, es precisamente el agua y el tiempo. Sin el agua no hay vida. El agua crea vida en cualquiera de sus formas, el agua es lo que se busca en las misiones espaciales destinadas a buscar otros mundos habitables.

Quizá algún día en lugar de hablar de ‘vida’ hablemos de ‘agua’, quién sabe. Y el tiempo… qué decir del tiempo. La cuarta dimensión, dicen los físicos y astrónomos. A las dimensiones largo, ancho y alto, ahora se añade la cuarta, el tiempo. Una dimensión más, que creíamos indeformable y ahora sabemos que no lo es, que se desdobla como una hoja de papel por la enorme fuerza gravitatoria en algunos puntos del universo, como los agujeros negros, donde los conceptos de presente, pasado o futuro dejan de tener sentido. Dicen que precisamente envejecemos porque es la forma en la que nuestros cuerpos detectan nuestro caminar por esta nueva dimensión: el tiempo. Porque el tiempo de la vida es limitado, como el agua de ese río que ves ante tus ojos, que pasa delante de ti, pero no vuelve jamás. El tiempo… eso que desearíamos tener todos. Recuerdo leer, en las redes sociales, una enorme reflexión de nuestro querido escritor leonés Luis Artigue, en donde se pregunta qué haría si tuviera un deseo y, con sincera realidad, dice que lo gastaría para poder hablar una tarde más con su madre. Qué cierto… yo haría lo mismo. Pagaría lo que no tengo para poder estar, solo una vez más, una tarde contigo. Solo una, solo una, solo una… Un instante para la eternidad.

Del agua y del tiempo se ha convertido, para mí, en un imprescindible relato a tener en cualquiera de las estanterías de los que amamos la literatura, porque sus versos y sus reflexiones ocupan el todo, la realidad, lo deseado y lo creído o pensado. Versos y reflexiones que solo despejan dudas que traen más preguntas, tantas como días tiene una vida. Tantas como dure este viaje interior y necesario, como el propio Cuenya nos resalta en el propio texto: «Vivir no es otra cosa que arder en preguntas, nos dice el iluminado Antonin Artaud».

Instante a instante podemos viajar, a lomos de la vida del autor, por algunos de los lugares más destacados de El Bierzo como son, por ejemplo, Balboa o el infinito Lago de Carucedo, del que nos dice que «desde esta orilla, alfombrada con el color de los anhelos, contemplo el mundo, las lindes de un tiempo fluido y azul».

En otro de los textos, ‘El silencio de la noche’, viajamos precisamente al instante con el que comenzaba esta carta, en esta oscuridad estrellada que me acerca, una vez más, a ti. Nos afirma que «la noche en calma invita a soñar. Y soñar es algo que no podemos ni debemos perdernos porque tu noche es mi noche».

Papá, conozco a Cuenya desde hace tiempo y creo que no me equivoco si afirmo que está hecho de palabras, que por su sangre circula la belleza y en su cabeza se dibujan, instintivamente, versos que buscan un poeta. En este libro, quizá de los más íntimos de su pluma, nos regala enormes frases, ahora necesarias: «Reinventaremos el infinito / soñando rosas e inventando estrellas», «no dejes que te arrastre la corriente. / Navega, esfuérzate, échale agallas, / procura ser tú mismo sin dejar de ser con otros», «aquel día, mientras vagaba por el desierto, en pos quizá de la belleza, sentí una gran emoción al contemplar la mirada de un niño, tras la que intuí la quietud temporal, la serenidad y ese espacio infinito que se oculta tras las dunas». Y así podría continuar hasta el infinito de la percepción.

El libro, todavía no te lo había comentado, está dividido en diferentes conjuntos que conforman textos cuya reflexión es común. Así, encontraremos ‘Proemio’, ‘Matria’, ‘Memoria y muerte’, ‘Amor y vida’, ‘De otras sendas’, ‘Dioses humanos’ y el necesario, en este caso, ‘Epílogo’. Todos ellos, partes de ese viaje interior, de ese viaje de vida, que nos lleva hasta nuestro propio interior.

Tengo que dejarte ya, papá, no sin antes mirar de nuevo a las estrellas pensando con firmeza que una es la tuya. Y te dejo con algunas de las frases y sentimientos que el autor nos regala en esta joya y que bien valen mil y una referencias, hablando de un padre que por sentimiento le robo para referirme a ti: «Ahora ya es tarde para decir lo que sentía por ti, para decirte lo mucho que te quería tu hijo, porque te has ido, así de repente», o «quizá nunca sea suficiente el amor y el cariño que un hijo le da a su padre». Ojalá tuviera esa tarde más, que Artigue pedía para su madre…

Me despido, pero quiero decirte una vez más, y subrayándolo en el viento para que se lo lleve allí donde se encuentre un corazón roto por la pérdida de un ser querido, que no es inmortal el que nunca muere, inmortal es el que nunca se olvida.
Porque como Del agua y el tiempo nos grita, la vida es así: amor, lágrima, sonrisa, cariño, olvido, sentimiento, belleza y, por supuesto, literatura.
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