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El entrenador y su orquesta

15/03/2015
 Actualizado a 14/09/2019
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Nunca me pareció tan calcada la semejanza entre un director de orquesta y un entrenador de fútbol como cuando vi en la televisión la entrevista de Iñaki Gabilondo con Gustavo Dudamel, el joven músico director de la Filarmónica de Los Ángeles y de la Orquesta Sinfónica Simón Bolivar de Venezuela. Pese a la mirada lánguida que me ofrecen, en este asunto, mis amigos literatos, sobre todo los poetas, la mayoría ajenos a la pasión que el fútbol provoca, tuve intención de ponerme en contacto con alguno de ellos para que descubriesen la citada entrevista, de qué manera las propuestas de Gustavo Dudamel, acerca de cómo le gustaba dirigir una orquesta, tenían mucho que ver con las que Guardiola o Anchelotti, por ejemplo, escenificaban cada semana en los terrenos de juego. No lo hice: no se lo comenté a los poetas porque, al fin y al cabo, hay mucha diferencia entre escuchar un concierto de Mozart o ver un Barca-Real Madrid. O no.–¡Oh, no!–, dirían los poetas.

Dudamel contestaba a las preguntas de Iñaki Gabilondo como si fuera Del Bosque. Argumentaba que lo importante para él era contar en la orquesta con los mejores músicos (con los mejores futbolistas) y que, a partir de ahí su labor, la del director, era entre otras cosas la de dialogar con ellos, darles confianza y cariño, sobre todo en los ensayos (en los entrenamientos), indagar antes del concierto (del partido) si habían tenido algún problema, si habían dormido bien, si sufrían alguna dolencia. Luego, durante la interpretación él, por supuesto, tenía más que asimilada la partitura (el esquema táctico), de hecho –decía- no sería necesario siquiera tenerla colocada sobre el atril, la tenía memorizaba, conocía de sobra el lugar donde estaban ubicados cada uno de los músicos (cada futbolista), y simplemente con un gesto, con un movimiento de la mano, tocaban más piano o más forte (retrocedían o avanzaban).

Cierto es que dicha semejanza con el director de orquesta podía aplicarse a los entrenadores de baloncesto, de balonmano o de hockey sobre patines. Si me refiero al fútbol es porque, al igual que el hecho de dirigir una gran orquesta viene a ser, para el músico, el punto álgido de su profesión, entrenar a un equipo mundialmente reconocido resulta de similar naturaleza, sobre todo en Europa. Y, además, ¿quién iba a interesarse en buscar equivalencia entre el director (¿) de la Coral de Cámara de Navarra y Pepe Calvo, amigo del que suscribe y entrenador del Astorga? O sí. (¡Oh, sí!, dirían el maragato Jabuto ysus hermanos).

Otro tanto podría decirse del astro solista y de su homónimo futbolista. El otro día mi mujer nos regaló dos invitaciones, a mi hijo y a mí, para ver a la pianista María Joao Pires en el Auditorio madrileño. Por momentos tuve la sensación de que las teclas hablaban cuando la portuguesa las acariciaba, que era Schubert quien se hacía presente y tarareaba la melodía, algo parecido (con permiso de los poetas) a las filigranas de Isco o de Messi entre los jugadores contrarios. En esos casos al director de orquesta (al entrenador) no le queda sino cruzarse de brazos y asentir y, si acaso, vigilar la entrada de los violines, la retaguardia del equipo, no vaya a ser que se relajen y se olviden de los marcajes en la jugada siguiente. Los gestos de ambos, incluso, arrojan cierta similitud cuando con una mano incitan a las flautas, a los delanteros, y con la otra piden calma a los defensas, a los violines.

Hay directores severos, directores complacientes, directores graciosos y directores tímidos, e incluso podríamos poner cualquier adjetivo para hallar la respuesta en la fisionomía de alguno entrenador de fútbol. Así, el comportamiento visceral del Cholo Simeone tendría mucho que ver con la energía avasalladora de Ricardo Muti; La figura enfática, ceñuda de Zubin Mheta poseería cierta similitud con la de Anchelotti. Cuando Unai Emeri, entrenador del Sevilla, echa a correr por la banda como si fuera un futbolista más del equipo,, parece haber tomado nota de los movimientos excéntricos del inglés Simón Rattle (ése, el de la cabellera blanca acharolada). Por su parte, la figura de Daniel Baremboi –director, virtuoso pianista, aglutinador de árabes e israelíes en su joven orquesta– se ajustaría, entre severa y graciosa,a la burlesca de Mourinho.

Lo que buscan ambos, el entrenador y el director, –y así se deduce de la apreciación de Gustavo Dudamel respecto a cuanto le atañe– es que sus pupilos sean de lo mejor que pueda hallarse en su profesión, de manera que ellos, los directores, tan sólo se preocupen de dar rienda suelta a sus filigranas teatrales: silenciar con un gesto ampuloso la entrada impetuosa de los violines, la intención atacante de un lateral, diría el entrenador.

Pero, de la misma forma, cada músico componente de la orquesta lo que anhela de su director es que llegue a valorarlo personalmente, a compenetrarse con él y, en pura reciprocidad, él le dará lo mejor que tiene, su sabiduría musical, el resultado de sus años de enseñanza que lo han llevado hasta allí, hasta la Royal Albert Hall de Londres, ni más ni menos que hasta la Champions League.
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