El entrañable chivero torero

Paulino Estébanez era para las gentes de Sahagún y del mundo del toro ‘El Chivero’, un tipo entrañable que se ha ido a los 90 años

Fulgencio Fernández
12/03/2023
 Actualizado a 12/03/2023
En su función de alguacil municipal atendiendo a un peregrino singular, el torero Ortega Cano | L.N.C.
En su función de alguacil municipal atendiendo a un peregrino singular, el torero Ortega Cano | L.N.C.
Nada será igual en las fiestas de San Juan de Sahagún, ni en los encierros, ni en las corridas. Nada será igual en la feria de San Juan en León. Nada será igual en numerosas ferias populares de las comarcas del sur de León y fronterizas. Nada será igual en Sahagún pues siempre notarán los habituales que faltará un paisano con sombrero cordobés, camisa blanca en verano, cacha desde hace unos cuantos años y una franca sonrisa cuando va a abrazar a todos los que le reconocen: «Hombre Paulino».

Y seguía su camino con su voz de trueno hablando bien de cualquier torero que hiciera el paseíllo pues todos le merecen el respeto de quien ha llegado hasta allí y ha tenido el valor de ponerse ante el toro. Si lo sabría él que se pasó la vida con ese sueño, desde que toreaba las cabras del rebaño —de ahí su apodo de El Chivero—hasta aquel mes de junio de 1991 cuando, ya con 58 años, hizo realidad el gran sueño de su vida, estar en el cartel de la Feria de Sahagún junto a Álvaro José y Carlos Valencia y, toreando al quinto de la tarde, hizo la faena soñada y abrió la puerta grande. «Eran las 8 y 10 de la tarde. El público animaba al alguacil de Sahagún y el mayor aficionado a los toros: Paulino Estébanez, El Chivero. (...) Un volapié con encontronazo le sirvieron a Paulino para cobrar las dos orejas y el rabo de su enemigo y el cariño enfervorizado de sus paisanos que le sacaron a hombros»; escribía Juanda Rodríguez en la crónica de la corrida rematada, no podía ser de otra manera, con un «salió como los más valientes». Y es que Paulino, cuando hablaba de su torería, siempre aseguraba que «a valor no me gana nadie»; pero era consciente de que en el mundo del toro, «como en todo, hay que tener un padrino y suerte, y a mí me faltaron los dos. Valor y ganas me sobraban, pero... y arte también tuve lo mío».

No sé si arte tuvo mucho pues la corrida de su vida, la de su triunfo, fue más de emociones que de arte, más de justicia poética que de justicia taurina con quien nació con esta vocación y toreaba hasta a las cabras, que en vez de gloria le dieron un apodo para la posteridad.

Fue Paulino el eterno alguacil del ayuntamiento de Sahagún, un alguacil nada al uso, como se podía esperar de tan singular paisano. Allí pudo hacer realidad cada día la frase que dijo cuando brindó el toro al respetable aquel día de junio de 1991, vestido de verde y plata, matizaba siempre: «Va por mi pueblo».

El mismo pueblo que se congregó, junto a las llamadas gentes del toro, en la iglesia de San Lorenzo para despedir a Paulino, que se fue a otros ruedos a punto de cumplir los 90 años, el 30 de abril.
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