29/10/2017
 Actualizado a 15/09/2019
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Más allá de la hermosura que rodea sus aguas, sus márgenes y sus tan diferentes paisajes, sean los que sean,el Duero resulta sin duda un río mítico a lo largo de la historia. No es difícil rastrear someramente prosas y versos, sobre todo versos, que acunan al que las enciclopedias describen como el río más importante del noroeste español y que, con sus casi novecientos kilómetros de longitud (aunque una parte no desdeñable de ellos discurra por territorios fronterizos o directamente extranjeros) no desmerece nada de otros grandes ríos de la península Ibérica.Hay versos que son de cita y recuerdo inexcusable Como aquellos de Machado que aprendíamos en la escuela y declamábamos sin saber muy bien qué hacer con las manos: Colinas plateadas/grises alcores, cárdenas roquedas/ por donde traza el Duero/ su curva de ballesta/ en torno aSoria. O los octosílabos de Gerardo Diego: Río Duero, río Duero/ nadie a acompañarte baja/ nadie se detiene a oír/ tu eterna estrofa de agua. También los de Cervantes: Duero gentil, que con torcidas vueltas/ humedeces gran parte de mi seno. No son, sin embargo mis preferidos. A elegir me quedo con los de Francisco Pino (De mi mano vendrás a ver el Duero / Desde el alto balcón de Tordesillas) o con los de Blas de Otero (Por los puentes de Zamora, / sola y lenta, iba mi alma. / No por el puente de hierro. / El de piedra es el que amaba. / A ratos miraba el cielo, / a ratos miraba el agua). Y también con esos tan deliciosos que el poeta Rafael Alberti escribió en Roa, lejos del mar y de la luz de Cádiz, mientras miraba al río y obviaba a don Beltrán de la Cueva, a Cisneros y a Juan Martín, el Empecinado: Otra vez el río, amante, / y otra puente sobre el río. / Y otra puente con dos ojos / tan grandes como los míos. Pero a mí, la verdad, el Duero no me dice gran cosa, como no sea el recuerdo literario que atesoro de los textos de Miguel Torga ( nao é um panorama que os olhos contemplam: é um excesso da natureza)o de Julio Llamazares y de su ‘Cuaderno del Duero’ que, al contrario de lo que les ocurre a muchos lectores, a mí me gusta porque es un cuaderno que imagino semejante a los que yo he ido emborronando en cada viaje a lo largo de los años. Y precisamente en ese cuaderno se halla contenida la razón por la que el Duero nada me sugiere: no es mi río, sino el de la Comunidad Autónoma a la que parece vertebrar. Nunca pienso en el Duero cuando estoy junto al Esla, que sí siento mío. Pero, ni siquiera intentándolo, podré pensar en el Duero desde el Bierzo, parte de Cabrera, Laciana, Ancares, zonas de Babia, Valdeón o Sajambre. No hemos encontrado el alma, me temo.
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