El dolor es lo que hace un poco interesantes a las personas

Se presentan los diarios de la pintora Delhy Tejero este miércoles a las 19:00 horas en el Musac, donde se han expuesto, con ocasión del día internacional de la mujer, cinco obras de su última etapa de producción que el museo ha recibido recientemente en depósito.

Bruno Marcos
13/03/2019
 Actualizado a 19/09/2019
Dibujo perteneciente a los diarios íntimo de la artista Dehly Tejero.
Dibujo perteneciente a los diarios íntimo de la artista Dehly Tejero.
La frase del título es de la pintora Delhy Tejero (Toro, Zamora, 1904-Madrid, 1968), pertenece a sus diarios, unos cuadernos que escribió con la libertad que le dio pensar que nunca nadie iba a leerlos; pero hemos llegado nosotros, los del futuro que no respetamos nada y que sentimos, paradójicamente, una curiosidad enorme por lo pasado que ha quedado en sombras. Seguramente experimentamos este interés porque somos incapaces de escuchar a las Delhy Tejero de hoy, porque carecemos de los recursos necesarios para encontrarlas entre el ruido de lo mismo, porque lo que se hace visible en el presente está limitado en todas las épocas precisamente por la presencia. Los diarios secretos de Delhy están escritos para el olvido, escritos para ella o, por qué no, para nosotros, para los del futuro, los que podemos leer con la distancia adecuada lo que ella sintió y pensó al paso de los días.

Vivió el siglo XX intensamente, desde los primeros años convulsos, reformistas y creativos, previos al gran cataclismo mundial, hasta el final del franquismo, pasando por la guerra civil y la postguerra. Se formó en esa España que caminó desde la monarquía decadente de la restauración a la dictadura —monárquica también— de Primo de Rivera y, luego, a la república. Fue inquilina de la Escuela de Señoritas, equivalente femenino a la mítica Residencia de Estudiantes en la que vivieron Lorca, Buñuel o Dalí. Íntima amiga de una de las hijas de Valle Inclán en esos años, a quien recordaba espectralmente al sorprenderle una noche matando un pollo en la cocina.

Enseguida viajó. La guerra civil la sorprendió enamorada en Tánger, lugar del que dijo algo muy hermoso: «Da la impresión de que la gente está allí de paso mientras dura la felicidad y que cuando esta se acaba desaparece la persona con ella y va a otra ciudad donde se pueda sufrir». Desde fuera la guerra civil le pareció una barbaridad que en el extranjero importaba muy poco: «‘Es de España, ese país de la guerra’. Pero nada más. No se ocupa nadie de la guerra, y los españoles matándose inútil y estúpidamente (…) Cómo yo me habré podido librar de esa locura, de ese odio (…) pero si están envenenados todos (…) En las capitales están al tanto de las cosas pero los pobrecicos labradores que los engañen así».

Luego Florencia, Capri, Bruselas, Roma, Nápoles o París. Conoció al artista Óscar Do-mínguez quien la llevó al grupo surrealista parisino de Breton. Expuso con Klee, Miró, Chagall, Man Ray, Max Jacob o Remedios Varo entre otros.

De vuelta a España la postguerra la fue dejando a merced del paso del tiempo. Instalada en su estudio del centro de Madrid —que años después serviría de refugio al futuro presi-dente del gobierno Felipe González cuando este era sólo un tal ‘Isidoro’— vio pasar la vida con la misma timidez, con la misma sensibilidad hiperestésica que la atormentaba desde niña, frecuentando el café Gijón, amiga de César González Ruano, colaborando en ABC o pintando importantes murales… Quienes la conocieron decían que siempre fue reservada, enigmática.

Vivió su madurez en la España de la postguerra y en todas las etapas del franquismo habiéndose formado en un país muy distinto, anterior a la guerra civil, y viajando por una Europa previa al desastre mundial. Estos escritos son un documento sicológico: una mujer del medio rural, de principios del siglo XX, pintora, artista, hipersensible, viajando por el mundo, soñando, desesperándose y sola.
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