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El disputado voto de pueblo

31/01/2022
 Actualizado a 31/01/2022
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Un pueblo burgalés casi abandonado en lo que hoy llamamos la España vaciada, dos únicos vecinos que no se hablan y una panda de políticos que viaja hasta aquel recóndito lugar del Valle del Ebro para pedir el voto en las primeras elecciones democráticas es el punto de partida de la novela con la que Miguel Delibes supo interpretar de una manera penetrante y satírica la sabiduría escondida en el agonizante y arcaico mundo rural frente a un mundo urbano avanzado.

Así se plantea ‘El disputado voto del señor Cayo’, una novela que también fue película unos años después con el papel protagonista de Paco Rabal y que a un servidor le tocó ver en varias ocasiones en distintas asignaturas relacionadas con la comunicación política. Hay frases célebres en la novela de Delibes y escenas memorables en el largometraje que sirve para explicar el drama de la despoblación, tan vigente hoy en día como en los años setenta, cuando se publicó el libro, que hacen entender la grandeza de la soledad de Cayo y lo que realmente buscan los que llegan hasta allí.

Me he acordado estos días del voto del señor Cayo, ejemplo del voto popular, el de la gente sencilla pegada a lo cotidiano que vive ajena a los tejemanejes de los despachos y las conspiraciones de los centros de poder, con el inicio de la campaña. Y sobre todo cuando se llenan las bocas con medidas contra la despoblación y desembarcan las caravanas electorales en los pueblos sin saber que desde Corporales, Piedras Albas, Arbás del Puerto o Peñalba de Santiago saben mejor qué es la despoblación que el tío que llega de una ciudad de 300.000 habitantes, donde se toman las decisiones, pensando que es más listo que el señor de la boina o la mujer del pañuelo negro.

Delibes, en pocas líneas, lo clavó.

–¿Televisión? ¿Para qué queremos nosotros televisión?

–¡Qué sé yo, para entretenerse un rato!

–¿Y radio? ¿Tampoco tienen radio?

–Tampoco, no señor. ¿Para qué?

–¡Joder, para qué! Para saber en qué mundo viven.

Entonces, sonrió socarronamente el señor Cayo:

–¿Es que se piensa usted que el señor Cayo no sabe en qué mundo vive?
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